ESCÁNDALO. EMILIA PARDO BAZÁN. Por Pedro Montoya García.
Como si de lo que se trababa era de crear escándalo, allá se pusieron a escribir don Leopoldo Alas «Clarín» y doña Emilia Pardo Bazán a finales del siglo XIX.
Él con La Regenta, para muchos la mejor novela del siglo XIX, sostenida por unos diálogos entre el magistral y Ana Ozores —los dos principales personajes que en realidad son las dos caras de un mismo personaje— que son considerados como los más logrados desde aquellos que recorrieron la mancha por el 1600. Fermín de Pas, el magistral, un religioso enamorado de su confesada, que tras no lograr y verse vencido por otro prentendiente de una mujer ya casada, actuará vengativo, sin ningún ápice de caridad cristiana. Doña Ana, la dama en liza, trata de guarecerse de la miserable sociedad tras un misticismo a la altura de Santa Teresa, pero quedará indefensa ante un erotismo que la cubre y la engaña a las garras adulteras de un don Juan. El escándalo fue mayúsculo; las críticas a la obra muy duras, de anticlerical hacia arriba, casi hasta el cielo.
Ahora, si era cuestión de crear escándalos allí escribía Doña Emilia: un pedazo de mujer; aparte de por su gran físico, que aun siendo grande, quedaba empequeñecido por su enorme personalidad. El primer aviso serio lo daría con Los pazos de Ulloa, sencillamente maravillosa; una novela para guardarla junto a otras obras como Cumbres borrascosas, Jane Eyre, La barraca, en la colección de las grandes obras del realismo, naturalismo o el cliché que se le quiera asignar; es decir, obras sobre la vida natural, en sí misma, sin más censura que la impuesta por la única realidad y la naturaleza. El sobresalto aconteció especialmente con Insolación, nada menos que se atrevía a criticar la doble vara de medir de la sociedad en cuestiones amorosas; tan estricta e intransigente cuando la persona a juzgar era fémina, y, por el contrario, tan permisiva, incluso idealizadora cuando el masculino era el juzgado. No ha cambiado mucho desde el 1890. Tras su publicación, el escándalo igual o mayor que la Regenta; incluso Clarín —aunque hubiera motivos personales de por medio— anteriormente admirado critico de la novelista, la machacó con su experta pluma que ya había utilizado en otras cientos de críticas, para tacharla de amoral y pornográfica. Huelga decir que para que el escándalo sea escándalo lo debe incendiar alguien con talento, y de eso le sobraba a la escritora.
No fue con el único que tuvo roces, se las tuvo tiesas también con otro genio de su época, nuestro Vicente Blasco Ibáñez, y con más: José María Pereda, Menéndez Pelayo y otros… y roces, también, pero estos amorosos con nada menos que don Benito Pérez Galdós y con otros, otros más jóvenes… por entonces y desde muchos años atrás, desde cuando ella cumplió los dieciséis, era mujer casada y con hijos. Ahora bien, la sociedad pudiera llevar su moral por allá donde le viniera en gana, su obra y su vida eran decisión suya, que ella naciera ciento cincuenta años antes de lo que le tocaba, no era culpa suya. No pudieron con ella, su escritura es la prueba; a continuación, como un ejemplo, quizá la mejor descripción se ha escrito nunca sobre uno de los grandes males de nuestra historia: el caciquismo.
Los pazos de Ulloa
Poco después sufrió una metamorfosis el vivir entumecido y soñoliento de los Pazos. Entró allí cierta hechicera más poderosa que la señora María la Sabia: la política, si tal nombre merece el enredijo de intrigas y miserias que en las aldeas lo recibe. Por todas partes cubre el manto de la política intereses egoístas y bastardos, apostasías y vilezas; pero, al menos, en las capitales populosas, la superficie, el aspecto, y a veces los empeños de la lid, presentan carácter de grandiosidad. Ennoblece la lucha la magnitud del palenque; asciende a ambición la codicia, y el fin material se sacrifica, en ocasiones, al fin ideal de la victoria por la victoria. En el campo, ni aun por hipocresía o histrionismo se aparenta el menor propósito elevado y general. Las ideas no entran en juego, sino solamente las personas, y en el terreno más mezquino: rencores, odios, rencillas, lucro miserable, vanidad microbiológica. Un combate naval en una charca.