DOCUMENTO HISTÓRICO. El golpe de la peste durante el Antiguo Régimen.
“Era el achaque, no uno solo, sino muchos juntos, calenturas sincopales de que ninguno escapó, furiosos tabardillos, secas en las ingles, carbuncos y granos. Muchos morían de repente, otros en muy breve tiempo, y los que parecía que mejoraban se hallaban muertos cuando menos se pensaba. Proveyóse, aunque tarde, de Hospital, diputando para este efecto una calle entera, comenzaron a recoger en él a los enfermos, de los cuales hubo muchos que, por el miedo que había cobrado aquel sitio, se dejaban morir, sin confesión, por no manifestarse. Llenose en breve, y con tanta apretura que, siendo ya más los enfermos que las camas, se hallaban obligados a arrojarlos a los suelos, debajo de algún moral, expuestos a las inclemencias del tiempo que abreviaban más los plazos de sus vidas. Morían cada día en él de 200 a 300, y hubo día de 500, y con todo lo restante de la ciudad y huerta, día de mil. Los enfermeros y demás oficiales que entraban a asistir a los enfermos amanecían muertos por la mañana, y así sucedió tal vez no haber quien les diese de comer, y aun hubo temporadas en que por haber muerto los sacerdotes que administraban los Santos Sacramentos, algunos enfermos murieron sin ellos.
“Enfurecióse el contagio de manera que ya no había padres para sus hijos, y se salían los hombres huyendo como fieras por los campos, y aún esto no se les permitía, porque los recibía a mosquetazos los que tenían tomados los caminos para la defensa de sus lugares. Los niños huérfanos… discurrían por las calles balando como corderitos hasta que se hizo hospital para ampararlos… Para enterrar los muertos no bastaba la providencia humana. Se hicieron cuatro grandes fosas, que sepultura raro era el que alcanzaba y esa a precio muy excesivo. Viéronse por esta causa horrores y lástimas notables. Halláronse cuerpos comidos de perros. Mujer hubo que se amortajó viva porque no le echasen en carnes a los carros, y hombre que, habiendo hecho una sepultura para su hija, abrió otra para sí y se puso a morir cerca de ella.”
Testimonio del doctor Carcar sobre el impacto de la epidemia en la ciudad de Murcia en 1648. Citado por Antonio Domínguez Ortiz en La sociedad española en el siglo XVII, RBA, Barcelona, 2006, p. 72.
Selección de Víctor Manuel Galán Tendero.