ENTRE LEÓN Y CASTILLA, EL TEMPLE DE DOÑA BERENGUELA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
León y Castilla mantuvieron relaciones tormentosas en más de una ocasión. En 1204 el Papa Inocencio III anuló el matrimonio de doña Berenguela, la hija mayor de Alfonso VIII de Castilla, con Alfonso IX de León por razones de parentesco, a pesar de haber sido autorizado previamente en 1197 y haber dado fruto. Tal decisión no favoreció el entendimiento entre ambos reinos en tiempos de lucha contra los almohades.
Al morir Alfonso VIII en 1214, su hijo Enrique subió al trono con apenas diez años. Fue su hermana Berenguela la que se hizo cargo de la regencia al final con el apoyo del obispo de Palencia y del arzobispo de Toledo, el célebre Rodrigo Jiménez de Rada.
A muchos nobles no gustó la preeminencia de tal partido y apoyaron al conde Álvaro Núñez de Lara, que logró arrancar la regencia a Berenguela. Fue presionada a partir de entonces, por lo que decidió enviar a su hijo Fernando (el futuro III el Santo) a León en compañía de su padre Alfonso IX.
En 1216 se convocaron Cortes, a las que Berenguela no fue convocada. Ante el poder alcanzado por el conde y regente, aquélla recibió el apoyo de Lope Díaz de Haro, Gonzalo Rodríguez Girón, Álvaro Díaz de los Cameros, Alfonso Téllez de Meneses y el arzobispo de Toledo.
Entre las maniobras del conde estuvo el intento de casar al voluble Enrique con la hija de Alfonso IX, doña Sancha. Reclamó con fuerza a Berenguela la tenencia de los castillos de Burgos, Valladolid y otros.
Castilla se encontraba desgarrada y en 1217 tuvieron lugar graves conflictos. Berenguela llegó a estar asediada por las fuerzas del conde y tuvo que pedirle tregua. Entonces el conde se estableció en el palacio episcopal de Palencia, donde el 26 de mayo de aquel año el rey Enrique murió de resultas de la caída de una teja mientras jugaba.
Berenguela logró conocer la noticia y pidió el retorno desde León de su hijo Fernando. Aunque podía aspirar a ser reina, prefirió abdicar en él y el 2 de julio de 1217 fue proclamado rey de Castilla. El conde no logró hacerse con una nueva regencia, pero Alfonso IX no dejó de reclamar el trono castellano con ímpetu.
La guerra volvió a estallar, pero el 26 de agosto de 1218 se firmó el pacto de Toro, por el que se reconoció a Fernando rey de Castilla. Al morir Alfonso IX, la gestión de doña Berenguela fructificaría en la concordia de Benavente de 1230, por la que las infantas herederas de León cedían sus derechos al trono a Fernando III. La unión de ambos reinos en la persona del mismo titular hubiera sido más difícil, casi imposible, sin una mujer del temple de doña Berenguela.
Fuentes.
Crónica latina de los reyes de Castilla. Edición de Luis Charlo, Madrid, 1999.
Historia de los hechos de España de Rodrigo Jiménez de Rada. Edición de Juan Fernández Valverde, Madrid, 1989.