ENTRE LA TUTELA Y LA INDEPENDENCIA, LA POLÍTICA EXTERIOR ESPAÑOLA DE 1834-51. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

05.12.2024 11:39

               

                La España posterior a Fernando VII, la de la primera guerra carlista, se convirtió en un Estado de carácter liberal, pero no en una gran potencia. Los días de poder españoles habían pasado, y la subordinación a las presiones e intereses de Gran Bretaña y Francia parecía inevitable. Las relaciones con las monarquías de tinte absolutista como Nápoles, Austria, Prusia y Rusia resultaban muy difíciles, y con los republicanos Estados Unidos se sostenía un tira y afloja muy particular por Cuba.

                En 1834 se suscribió, pues, con Portugal, Francia y Gran Bretaña la Cuádruple Alianza. En verdad, se propuso limitar la intervención exterior en los asuntos de España en plena carlistada, pero también coartar la iniciativa internacional española.

                Las relaciones franco-británicas no eran tan hostiles como en tiempos de la revolución y del imperio, pero tampoco tan cordiales como en los días de la Gran Guerra. Británicos y franceses se enfrentaron en la década de 1830 por Bélgica y Argel, plaza de vital importancia para la seguridad de España y que ocasionaba más de una duda sobre quién debería controlar Baleares. Los tratos con el Egipto de Muhammad Ali complicaron más la rivalidad entre aquéllos en el Mediterráneo.

                Por si fuera poco, algunos territorios españoles fueron objeto de su deseo. Si los franceses pretendieron comprar Filipinas, que años más tarde serviría de base de operaciones de su conquista de Cochinchina, los británicos ambicionaron poseer Fernando Poo y Annobón en el golfo de Guinea.

                España se encontraba en el centro de la rivalidad de las dos potencias. Tras suscribir una primera Entente Cordial, acordaron en la entrevista de Eu de 1845 quién podría convertirse en el futuro esposo de la reina Isabel II. Con todo, los británicos consiguieron hacer valer su influencia con fuerza entre 1833 y 1848, cuando se expulsó al embajador Henry Lytton-Bulwer por entrometerse en la política española en aquel revolucionario año.

                Mientras los liberales progresistas se mostraron más proclives a los británicos, los moderados a inclinaron hacia los franceses. En 1847 decidieron la expedición española a Oporto, que junto a la de Roma de 1849 sirvió para abrir nuevas perspectivas diplomáticas a la España de Isabel II. Hubo un acercamiento a la Santa Sede, amenazada por los revolucionarios italianos, que se tradujo en el concordato de 1851. También facilitó las relaciones con Austria, Cerdeña y Nápoles.

                El general Narváez, alma de los moderados, ganó prestigio en los medios conservadores europeos tras la revolución de 1848, que no había sacudido a España, y puso en práctica su acercamiento a los militares africanistas franceses. Ya a 8 de diciembre de 1847 se había establecido la capitanía general de las posesiones de África, y el 6 de enero de 1848 se ocuparon las islas Chafarinas, frente al río Muluya, coincidiendo con el momento de poder de Abd el-Kader en el Rif, contrario a los franceses en Argelia. Estas acciones hicieron temer las represalias británicas desde Malta.

                Además, Narváez sufragaría con medio millón de francos oro la campaña electoral de Luis Napoleón, empleando a tal fin la sociedad comanditaria hispano-francesa. Ferdinand de Lesseps sería un eficaz intermediario, preparándose el camino de la colaboración con el II Imperio francés.

                Para saber más.

                José María Jover, La era isabelina y el sexenio democrático, Barcelona, 2005.

                    

    Botada el 19 de noviembre de 1863, la fragata Numancia simbolizaría el deseo español de figurar con dignidad en la escena internacional.