ENTRE LA INDEPENDENCIA Y EL SERVICIO: ÓRDENES MILITARES Y MONARQUÍA EN CASTILLA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

10.09.2024 08:49

 

                Las órdenes militares podían poner a disposición de los reyes de la Cristiandad medieval fuerzas entrenadas y bien pertrechadas, susceptibles de convertirse en un sólido núcleo de sus ejércitos, pero también podían convertirse en un baluarte contra su autoridad. A su condición religiosa aunaban no sólo su poder militar, sino también su riqueza en tierras, ganados, dinero, etc.

                Tras el descalabro de Aljubarrota, Juan I de Castilla estuvo muy necesitado de apoyo militar, político y financiero ante la ofensiva de sus rivales. El Papa Gregorio XI, en pleno Cisma, tuvo a bien autorizarle en 1387 un subsidio de cincuenta mil florines sobre los bienes de los eclesiásticos, pero las órdenes religiosas de Castilla se negaron a pagarlo.

                La frustración real conduciría a solicitar del cuestionado Papa de Aviñón, Clemente VII, la creación en Tarifa de una nueva orden, en este caso bajo la advocación de San Bartolomé con la misión de combatir a los benimerines. El pontífice se lo concedió a Juan I el 28 de enero de 1388, pero al final la fundación no se llevó a cabo.

                Por aquellos años, las órdenes acreditaron su independencia de criterio, y los trece de la de Santiago escogieron el 28 de octubre de 1387 como maestre a Lorenzo Suárez de Figueroa, el hijo del comendador mayor de León don Gómez. Se condujo como un servidor prudente de la monarquía, oponiéndose a Juan I de Portugal en el asedio de Badajoz y concertando pleito homenaje de amistad con el maestre de Calatrava ante las parcialidades que dividieron Castilla durante la minoría de Enrique III. A la muerte de éste en 1407, fue enviado a Sevilla junto al almirante de Castilla para controlar una ciudad agitada por la anulación de sus alcaldías y regimientos. Descolló igualmente como comandante en la frontera granadina de Écija, incursionando sus fuerzas hasta tierras de Málaga.

                Tales servicios no compraron la independencia de la orden. Al fallecer don Lorenzo en 1409, el infante don Fernando consiguió el maestrazgo para su hijo don Enrique, en contra del comendador mayor de Castilla don Garci Fernández de Villagarcía. Se le intentó aplacar con un soborno de medio millón de maravedíes, pero respondió intentando apoderarse de los castillos de Alange y Montánchez. Pudo escapar a Portugal, donde al final logró la reconciliación. Sin embargo, la importante orden de Santiago ya había pasado al círculo familiar de los Trastámara.

                Tal proceder, seguido en otros reinos, ya se había practicado en 1404, cuando vacaba el maestrazgo de Calatrava. Por entonces, Enrique III había maniobrado para que se escogiera a su primo don Enrique de Villena. Su matrimonio con doña María de Albornoz fue orillado alegándose impotencia. Una vez que hubo renunciado al condado de Cangas y Tineo en favor del rey, fue elegido en la iglesia toledana de la Santa Fe en presencia del mismo Enrique III.

                Claro que otros escogieron a don Luis de Guzmán en el convento de Calatrava, a donde acudió el rey para forzar una segunda elección a favor de su primo. El de Guzmán huyó a la aragonesa Alcañiz, de la que retornaría al morir Enrique III en 1407. Las órdenes militares comenzaban a formar parte del círculo del linaje reinante, lo que no siempre se tradujo en un mayor control de la monarquía.

                Fuentes.

                Francisco de Rades, Chrónica de las tres Órdenes y Cavallerías de Santiago, Calatrava y Alcántara, Toledo, 1572.