ENTRE LA COLABORACIÓN Y LA RESISTENCIA, FRANCIA E ITALIA DURANTE LA II GUERRA MUNDIAL. Los Contemporáneos.
España no participó oficialmente en la II Guerra Mundial después de su penosa Guerra Civil, pero Francia e Italia padecieron guerras civiles no declaradas en el transcurso de aquel conflicto que comenzaron en bandos opuestos. Francia no apoyó con toda la determinación a la II República por temor a encender su propio conflicto político interno, pero Italia se permitió desplegar su fuerza (a veces de manera errática) en apoyo del 18 de Julio.
La Italia fascista creyó que se podía aprovechar del hundimiento francés ante la arremetida alemana, pero sorprendentemente sus fuerzas fueron vencidas tras la capitulación francesa. Hitler toleró un régimen títere, el de Vichy, en parte del territorio metropolitano de Francia, que logró mantener en líneas generales la obediencia de las autoridades militares de su imperio colonial. Ni a Mussolini ni a Franco les fue dable cuartearlo, algo que solo hicieron los japoneses en Indochina por la vía de los hechos consumados.
De todos modos muchos de los conservadores franceses que no siguieron a De Gaulle, enfurecidos con el vanguardismo cultural de su país (demasiado rupturista en su concepto), se convirtieron en auxiliares, en colaboracionistas, del imperio nacional-socialista que llegó a extenderse desde el golfo de Vizcaya al Cáucaso. No solo se prestaron a proporcionar recursos económicos a su amo, a riesgo de debilitar la economía francesa, sino también prisioneros que podían terminar en los campos de exterminio, desde republicanos españoles a judíos franceses. La Italia fascista, oficialmente aliada de Hitler, fue disminuyendo su protagonismo político-militar a raíz de sus derrotas ante albaneses, griegos o británicos en distintos puntos del Mediterráneo Oriental y África. La invasión aliada de Sicilia, facilitada por la mafia enemiga mortal del fascismo, puso al régimen de Mussolini en una situación demencial. Destituido por sus propios camaradas, fue liberado por los alemanes, que no dudaron en convertirlo en una marioneta de sus propósitos en la península italiana.
Pétain y Mussolini no representaron a todos los franceses e italianos, respectivamente, y la resistencia fue fortaleciéndose. A diferencia de lo acontecido en Francia, donde la oposición interior fue iniciada por elementos como los republicanos españoles, en Italia la ocupación de 1943 forzó la situación. Los comunistas italianos no se enfrentaron al dilema de sus camaradas franceses, que tuvieron que guardar el respeto a Stalin durante los días de vigencia del pacto germano-soviético, y se lanzaron decididamente al combate partisano o guerrillero. La creciente influencia comunista inquietó en ambos países inquietó a Gran Bretaña y a Estados Unidos. Tras el desembarco de Normandía, las fuerzas republicanas españolas emprendieron acciones desde territorio francés, que en concepto de las dos potencias anglosajonas amenazaban con reabrir la Guerra Civil. Tras no pocas controversias, De Gaulle fue aceptado como alternativa. En Italia se estrecharon las relaciones con el Vaticano, que se convertiría en uno de los grandes aliados de Washington en Europa durante la Guerra Fría. Stalin declinó intervenir seriamente en los asuntos de la Europa Occidental y la suerte de ambos países quedó determinada por ello, unos países que habían padecido la contienda internacional, la guerra civil más o menos declarada y las tensiones políticas que condujeron a la Guerra Fría.