ENTRE EL MUNDO CLÁSICO Y EL NUEVO, LOS GUANCHES. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
En el año 1552 Francisco López de Gómara publicó su famosa Historia General de las Indias, pese a que nunca cruzara el Atlántico, lo que causó la indignación de Bernal Díaz del Castillo, uno de los veteranos de Cortés.
Pese a todo, su obra se consulta hoy en día con provecho y se lee con gusto. Al final de su primer volumen incluyó brevemente el episodio de la conquista de las Canarias, tras referir el camino a las Indias. También incluyó un cuadro impresionista de las costumbres de los canarios, en el que mostró la preocupación antropológica de los humanistas, siempre atentos a narrar las formas de vida de una Humanidad que aparecía por doquier en las nuevas tierras encontradas por los europeos.
El autor estableció su relato sobre tres coordenadas distintas: la de la tradición clásica, la de la observación de las costumbres y la de la curiosidad intelectual.
Se hizo eco del carácter de Afortunadas o Beatas de unas islas alabadas por la templanza de su clima, aunque la carencia de agua suficiente en varias zonas impidiera ser tan optimista. La etimología de Gran Canaria en relación a los canes del rey Juba y la esperanza de encontrar la isla inaccesible de Ptolomeo evidencian su deuda con el saber clásico, que el contacto con la realidad ha superado. Desde este punto de vista la Historia General de las Indias es un ejemplo del realismo de los humanistas que fueron más allá de sus admirados modelos.
Traza López de Gómara un cuadro de las poblaciones de las Canarias ciertamente compacto, sin distinguir matices regionales ni estratos culturales sucesivos. Al uso de los cronistas españoles de su tiempo, nos describe un pueblo con costumbres muy marcadas. Habitante de cuevas y chozas, se viste con cueros de sus cabras, labra la tierra con los cuernos de los animales, se conduce con destreza y valor en la guerra y momifica a sus difuntos con ingenio. Esta rápida enumeración nos habla de una sociedad neolítica en la que los metales parecen estar ausentes.
Sin caer en exaltaciones mistéricas, destacan dos nombres en su relación, la de la cueva de los reyes de Gáldar (cubierta con tablones de pino, esencia de la madre perpetua) y la del peñasco de Ayatirma, puntos relacionados con la religión y el gobierno de los primeros habitantes del archipiélago.
López de Gómara formuló una pregunta que ha interesado vivamente a los estudiosos posteriores, la del origen de los canarios, ya que pese a su proximidad a la costa africana no compartieron las formas culturales de los pueblos que terminarían abrazando el Islam. Hoy en día la investigación reconoce un componente norteafricano entre parte de los antiguos guanches, un contacto que se produciría muchísimo antes del siglo VIII.
Quizá la mayor modernidad de nuestro autor sea la de anteceder el punto de vista de Alfred W. Crosby, que en su Imperialismo ecológico presenta a los guanches como la primera trinchera de los pueblos del Nuevo Mundo, víctimas también de las enfermedades traídas por los europeos y de la esclavización. Don Francisco no dejó de apuntar algunos de los cambios ocasionados por la colonización, en la que los supervivientes convertidos oficialmente al cristianismo vivían en un archipiélago en el que el cultivo del azúcar ganaba protagonismo como en otras islas atlánticas del siglo XVI, cuando emergía el conocimiento de un archipiélago situado entre la geografía ptolemaica y la de los grandes descubrimientos.