ENRIQUE VII DE INGLATERRA Y LOS SEFARDÍES. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
El 31 de marzo de 1492 se promulgó el decreto de expulsión de los judíos de España y muchos sefardíes tuvieron que abandonar sus hogares. La instauración del tribunal del Santo Oficio había acrecentado ostensiblemente la atmósfera contraria a los judíos, que también alcanzó a los conversos al cristianismo, de los que se desconfiaba de su fe. A la animadversión religiosa se sumaba la de muchas personas, ya que no pocos conversos habían amasado una importante fortuna y habían ganado ascendiente social.
De la Inquisición escaparon muchos conversos huyendo hacia Flandes y el reino de Inglaterra, entonces en buenas relaciones con los Reyes Católicos. Los judíos habían sido expulsados de Inglaterra en 1290 y la corte de Enrique VII fue interpelada por la española a través de diplomáticos como el subprior de Santa Cruz, que a su modo también ejercieron verdaderas labores de espionaje.
A Enrique VII se le habló reservadamente sobre lo encomendado, pero esperó varios días para responder. De su contestación estuvo muy pendiente el Papa, al tratarse del bien de la Iglesia. Los días de hostilidad entre Felipe II e Isabel I se encontraban todavía muy lejos, y el monarca inglés sostenía permanecer fiel a la amistad con los Reyes Católicas, a pesar de las incitaciones contrarias, lo que demuestra que los temores españoles no eran infundados.
Enrique VII decía a los embajadores españoles no fiar de marranos y se mostraba presto a castigar a judíos y herejes, en un tono muy del gusto de los Reyes Católicos. De hecho, dijo que le gustaría que se pareciera a su madre Isabel la princesa de Gales, la desafortunada Catalina de Aragón. A la muerte de Enrique VII en 1509, evidentemente, muchas cosas comenzaron a cambiar en su reino.