ARTÍCULO 300: EN LAS ENTRAÑAS DEL MUNDO CONTEMPORÁNEO. EL TIEMPO DE LA DICTADURA.
Por Juan Carlos Pérez García.
Comparar es siempre arriesgado y sumamente peligroso. En este breve guión realizamos la comparación entre regímenes políticos tan distantes en el espacio como China, Japón, Italia y Alemania. Eso sí, comparten un mismo tiempo: el que se extiende entre 1918 y 1945. Las diferencias, evidentemente, son abrumadoras, y quizás conducirían a abortar cualquier intento comparativo. De hecho, la comparación más corriente es la que se realiza entre los regímenes europeos, mientras que al nipón se le suele adjudicar al cajón de la coincidencia cronológica más que programática.
En cualquier caso, todos estos regímenes hunden sus raíces en la profunda conmoción que supuso el final de la Primera Guerra Mundial; una guerra que marcó profundamente a las sociedades hasta el punto que la Sociedad de Naciones, antecedente de la ONU actual, se concibió como herramienta para evitar cualquier otro conflicto.
Tal como sabemos, tales prevenciones sirvieron de poco. El proceso político condujo a sistemas fascistas o pseudo-fascistas, en todo caso a movimientos políticos dirigidos por líderes carismáticos y sumamente autoritarios. Aun cuando estemos focalizando la atención en Japón, Italia, Alemania y España, los regímenes dictatoriales elevados en ellos comparten tres complejos ideológicos: el repudio de la democracia liberal, el rechazo del socialismo y las diferentes tendencias izquierdistas del movimiento obrero, así como la exaltación del nacionalismo.
El panorama económico-social creó una atmósfera de desigualdad y violencia de tal calibre que las clases dirigentes de estos países confiaron, con más o menos convicción, la dirección de los países a los grupos extremistas del fascismo. Bien valía ceder las libertades si –pensaron- el fascismo contenía a la clase obrera y a los nacientes movimientos comunistas inflamados de optimismo con el triunfo de la revolución soviética en Rusia en 1917-18.
Francia y Gran Bretaña constituían los dos grandes países democráticos. Ninguno de los dos enfrentaron el miedo al comunismo en una escala tan masiva como Italia y Alemania. Por más que los sectores populares vieron agravadas sus condiciones de vida con el estallido de la crisis en 1929, y aunque se produjeron motines y revueltas –no revoluciones como en Rusia-, nunca se creyó necesario el recurso a movimientos extremistas como el fascismo. En cambio, ambos países hicieron uso de otros medios para capear el temporal, como fue el caso de las posesiones coloniales y las coaliciones de partidos. Ambos medios contribuyeron, al menos, a amortiguar las tensiones económicas y sociales y crear la sensación de colaboración social ante la adversidad.
En Italia, la etapa de postguerra fue de recesión económica, con una elevada tasa de inflación y un elevado índice de desempleo. El mundo rural italiano expresó sus viejos recelos al terrateniente con la ocupación de fincas, mientras el mundo obrero ocupaba fábricas para autogestionarlas y cobrarse el reclamadísimo aumento salarial. Las huelgas se hicieron cada vez más frecuentes y desencadenaron una ola de violencia que se cobró centenares de vidas. No andaba mejor la clase media, pues la inflación deterioró también su capacidad de resistencia.
La política se mostró incapaz de detener el movimiento de Mussolini y sus Fasci. El propietario agrícola escocido con los campesinos le dio su apoyo. La burguesía industrial no hacía ascos a quienes, siendo anti-demócratas, eliminaban el peligro rojo en sus fábricas. La influencia en el ejército y en la monarquía acabaron por permitir la toma del poder por los fascistas. En 1922 la Marcha sobre Roma llevaba a Mussolini al gobierno; en pocos años el desmontaje del liberalismo italiano de estirpe decimonónica –concretamente del Risorgimento- fue un hecho.
El ideal fascista triunfaba en ltalia rememorando las glorias del Imperio Romano. También iba creciendo al otro lado de los Alpes. Dada su condición de país perdedor, Alemania fue muy perjudicada por la guerra del 14. No sólo en lo económico, ya que los alemanes tenían que soportar el elevado costo de las indemnizaciones de guerra, sino también en el terreno político.
La derrota provocó el fin del II Reich, con la huida del káiser Guillermo II. El poder se dispersó entonces entre una serie de consejos obreros inspirados en la revolución soviética, y que deseaban transitar hacia la construcción del socialismo; otra parte del poder siguió recayendo en el Parlamento y la antigua estructura política, en la que sobresalía el poder del SPD, los socialdemócratas. El ejército acabó con los consejos obreros y surgió el régimen de Weimar, sumamente avanzada en sus garantías democráticas, pero también muy inestable.
La crisis de 1929 fue un factor de inestabilidad muy poderoso para la Alemania de Weimar. Aquí echó raíces el Partido Nazi de Hitler. Su fuerza en la sociedad fue creciendo; su ascenso electoral era evidente y su control de las calles ante el Partido Comunista alemán le grajeó la simpatía de la gran burguesía germánica. Hasta que pudieron tomar el poder. Cuando lo tuvieron en sus manos en 1933 acabaron por adueñarse de él y eliminar la democracia.
En China en cambio el proceso histórico desembocó en 1949 en la proclamación del comunismo, un régimen totalitario cuyas raíces hay que buscarlas en las primeras décadas del siglo XX. La evolución del Imperio chino es una de las historias más fascinantes del período histórico contemporáneo. Atacados, humillados durante buena parte del siglo XIX y toda la primera mitad del XX, no carecieron de cierta capacidad industrial y minera, pero las interminables divisiones internas los neutralizaron como una fuerza capaz de resistir los ataques de Occidente y del moderno Japón.
Las constantes incursiones armadas de las potencias occidentales en el Imperio Chino fueron frecuentes desde mediados del siglo XIX. A finales de esta centuria, Japón, que había emprendido una gigantesca modernización desde la revolución Mejí de 1868, se sumó a los que golpeaban el poder chino. Los países occidentales acabaron por recibir territorios exclusivos del gran Imperio, con el fin de introducir allí sus productos. La reacción violenta china, la revuelta de los boxers, en 1900 fue ahogada en sangre, y nada pudo evitar la decadencia del prestigio imperial. En 1916 la revolución de Sun Yat Sen, decisivamente apoyada por los emigrantes en Estados Unidos, pretendió un proceso de modernización. El profesor Sun organizó un movimiento nacionalista de tono liberal, el Kuomintang, en realidad bastante más complejo ideológicamente en su interior.
¿Era el enemigo Japón o los comunistas? El Kuomintang participó activamente en la rebelión estudiantil de 1919, provocada por la aceptación de las concesiones hechas por los aliados a Japón a expensas de China. Como diría Jacques Gernet, China era nuevamente crucificada. El Kuomintang se alió entonces a los comunistas, pero la alianza se rompería al morir el profesor Sun y tomar las riendas Chiang Kai Chek, quien inició la lucha sin tregua contra los comunistas. Sin embargo, la invasión japonesa de 1937, considerada por algunos historiadores el auténtico inicio de la Segunda Guerra Mundial, obligó a una tregua que demostró el enorme nivel militar y organizativo de los comunistas chinos, empeñados en sus alianzas con el mundo rural. El militarismo japonés acabó por aupar al poder al comunismo en China, un régimen que todavía pervive hoy. La capacidad de resistencia del chino, crecientemente hegemonizado por Mao Zedong, solidificó la unidad de buena parte de la sociedad china frente a la omnipresente humillación procedente del extranjero, ahora en su versión oriental nipona.
Sin pretender recuperar la tesis del totalitarismo, englobante a un tiempo de los regímenes dictatoriales de ultraderecha y lo dictatoriales de ultraizquierda, lo cierto es que ambos movimientos, a pesar de sus enfrentamientos, acabaron por ayudarse y alimentarse mutuamente. Los comunistas chinos expulsaron al Kuomintang a la isla de Formosa, donde el general Chiang construyó un régimen dictatorial. Japón, con su agresión sobre China, vino a reforzar el movimiento comunista que condujo a la proclamación de la república comunista en 1949. Contemplando los resultados finales, ¿no da la impresión que los fascismos trabajaron para construir el edificio comunista? Media Europa cayó en manos de la Unión Soviética desde 1945; China entera quedó a merced de un régimen hermano.
Todos eran regímenes arraigados en las profundas contradicciones sembradas por los conflictos bélicos del período 1900-1945. Entre ellos existen múltiples diferencias, legadas por la historia. Sólo uno sobrevive: el chino.
En Los Ruices, a 20 de noviembre de 2014.