EL TIRANO GRIEGO QUE DESAFIÓ A PERSIA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Bajo el rey de reyes Cirio el Grande, el imperio persa se convirtió en la mayor potencia del Asia occidental. En el -547 el opulento reino de Lidia fue conquistado, y las prósperas ciudades griegas de Jonia se convirtieron en el objetivo de los persas. Algunas optaron por la sumisión, pero otras resistieron. Parte de las gentes de Focea prefirió marchar a las colonias del Mediterráneo occidental. Hasta el -518 los persas no consiguieron aniquilar la oposición de algunas islas de Jonia.
Conocedores de las tensiones sociales y políticas por las que atravesaban las ciudades griegas, los conquistadores se decantaron por los grupos aristocráticos, pero entregándole la autoridad a un solo gobernante, a un tirano. A diferencia de la tiranía de Atenas, las de Jonia carecieron de un impulso transformador, sirviendo a los fines de control persas. Los tiranos jonios debían responder de sus actos ante el sátrapa o gobernador persa de Sardes.
En la isla de Naxos, en las Cícladas, las luchas políticas fueron intensas a finales del siglo VI y comienzos del V antes de Jesucristo. Las fuerzas populares consiguieron derribar del poder a sus aristócratas, que se acogieron al Mileto gobernado por el tirano Aristágoras.
Hombre ambicioso, Aristágoras vio llegada la ocasión de dominar Mileto, y se puso en contacto con el sátrapa de Sardes. El rey de reyes Darío II se mostró igualmente interesado en la empresa, y decidió enviar una fuerza a bordo de doscientos trirremes. Aristágoras contribuiría con guerreros y dinero.
En el -499 la fuerza de invasión se dirigió contra Naxos. Sin embargo, sus habitantes estaban prevenidos del peligro por los mercaderes del Egeo. Acopiaron medios y se hicieron fuertes ante los atacantes. Resistieron su asedio durante cuatro largos meses, pasados los cuales los invasores tuvieron que retirarse ante al agotamiento de sus reservas.
Durante el asedio, las relaciones entre Aristágoras y los persas se deterioraron, haciéndose más difíciles tras el fracaso de la conquista. Cuestionado en la propia Mileto, el tirano se aferró al poder con una maniobra muy arriesgada. Alentó la insurrección de las comunidades jonias contra los persas aliados de la víspera.
Con un comercio en declive a la largo del siglo VI antes de Jesucristo, cundió el descontento jonio frente al dominio persa, que cada vez más exigía guerreros y plata. Parte de los jonios, además, aspiraban a instaurar una democracia al modo ateniense. Las tiranías de Teos, Samos o Quíos fueron derribadas.
Para recabar mayores apoyos, el oportunista Aristágoras viajó a la Grecia balcánica. Quiso ganarse la alianza de la guerrera Esparta, pero no lo consiguió. En pugna por entonces con Argos, Esparta no quiso comprometerse en los problemas de Jonia. Donde sí encontró apoyos fue en la eubea Eretria y en Atenas, cuyo gobierno democrático se mostró sensible con las reivindicaciones jonias y temeroso del poder persa en el Mediterráneo oriental.
Las fuerzas de la nueva coalición se unieron en Éfeso en el -498. Siguiendo los planes del mismo Aristágoras, decidieron atacar Sardes, sede del poder persa en Asia Menor. Con todo, su sátrapa no sólo resistió el golpe, sino que lanzó un ataque con fuerzas de caballería que llegó a las cercanías de Éfeso.
La derrota griega parecía clara, pero Aristágoras no se arredró. Sus emisarios fueron enviados al Helesponto, a Caria y a las tiranías de Chipre para fortalecer la revuelta. Ayudados por sus subordinados fenicios, los persas también consiguieron acabar con la resistencia chipriota.
En Mileto el descontento frente al tirano subió de punto. Aristágoras terminó expulsado y muriendo en el exilio a manos tracias. Su suegro Histieo tomaría el control en Mileto. Aunque se ofreció a mediar para terminar con el conflicto, sólo añadió más leña al fuego. En verdad, había comenzado la primera guerra médica entre griegos y persas.
Para saber más.
Peter Green, The Greco-Persian Wars, 1996, Berkeley.