EL TERRIBLE GENOCIDIO ARMENIO.
“El procedimiento fue sistemático. La totalidad de la población armenia, en cada ciudad y en cada aldea, fue arrojada fuera de sus casas, tras una requisa de las habitaciones. Los individuos eran lanzados a la calle; algunos hombres fueron reducidos a prisión, y allí se les dio muerte, después de someterlos a la tortura en algunos casos; a los demás hombres, con las mujeres y los niños, se les hizo marchar fuera de las poblaciones. A cierta distancia de éstas se les separaba. Los hombres eran conducidos a algún lugar en la montaña, en donde los soldados, o las tribus kurdas, llamadas a colaborar en la obra de exterminio, les daban muerte a balazos o la bayoneta.
“Las mujeres, los niños y los ancianos, custodiados por soldados de la más baja ralea, muchos de ellos salidos del presidio, eran llevados a algún paraje distante, en los distritos insalubres del centro del Asia Menor, y más frecuentemente al gran desierto en el distrito de Der el Zer, situado al Este de Alepo, camino del Éufrates. Se les hacía marchar por la soldadesca, sin un instante de reposo, a pie y a golpes; y los que no podían caminar a la par con la caravana iban quedando abandonados en la vía. Muchos perecieron en la marcha, víctimas del hambre y de la fatiga. El gobierno turco no les dio provisiones, y habían sido robados de cuanto poseían.
“A algunas de las mujeres se las despojó de sus vestidos y se las obligó a marchar desnudas, bajo los rayos de un sol de fuego. Algunas madres perdieron la razón y abandonaron a sus hijos a la vera del camino, sin fuerzas para llevarlos con ellas. La senda seguida por la caravana fue quedando sembrada de cadáveres, y parece que fueron muy pocos los que llegaron a los lugares que se les había destinado; y esos lugares habían sido escogidos, sin duda, porque regresar de ellos era poco menos que imposible, y porque una vez allí no era probable que los confinados pudiesen soportar las inclemencias de su clima.
“Las relaciones detalladas que se me han hecho sobre estos confinamientos tienen todo el aspecto de ser verídicas; y un ciudadano americano, amigo mío, recién llegado de Constantinopla, me ha dicho que cuanto él oyó decir en aquella ciudad confirma los informes que me han llegado; y lo que más le sorprendió fue la relativa calma con que hablaban de aquellas atrocidades los que tenían de ellas noticias inmediatas y sucintas.
“Aquello que para nosotros es casi increíble, despierta muy poca sorpresa en Turquía. El asesinato estuvo a la orden del día en Rumelia Oriental en 1876, y en Turquía asiática en los años de 1895 y 1896. Cuando la población armenia fue expulsada de sus hogares, no se dio muerte a muchas de las mujeres, pero sí se las reservó para una suerte más humillante. En su mayor parte fueron tomadas por los oficiales turcos, o por los empleados civiles, y encerradas en sus respectivos serrallos. Otras fueron vendidas en el mercado a compradores musulmanes únicamente, pues se quería convertirlas por la fuerza al islamismo. Jamás volvieron a ver a sus padres o a sus maridos. Aquellas mujeres cristianas fueron condenadas de una vez, a la esclavitud, al deshonor y a la apostasía. Los niños de ambos sexos fueron también vendidos como esclavos; algunos de ellos a precios que no excedieron de diez a doce chelines; en tanto que niños de edad más tierna fueron entregados a los derviches, y encerrados por ellos en algún monasterio con el propósito de obligarlos a seguir la religión musulmana.”
Discurso de Lord Brice en la Cámara de los Lores, octubre de 1915. Citado por Arnold J. Toynbee, Las atrocidades en Armenia. El exterminio de una nación, Londres, 1915, pp. 11-14.
Selección de Víctor Manuel Galán Tendero.