EL TEMOR A LA PESTE DE TOULOUSE. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Las monarquías española y francesa cruzaron espadas en el siglo XVII con frecuencia, disputándose la hegemonía en Europa. Los lazos humanos y de interés entre las gentes de ambos lados de la frontera no aminoraron los golpes, por mucho que se preservaran. Sin embargo, los dos poderes tuvieron un enemigo común, igual de implacable con ambos, la peste.
Los españoles sospechaban a finales de 1628 que pronto entrarían en guerra con los franceses, lo que abriría también la puerta a la epidemia de peste que azotaba Narbona y Toulouse. Los inevitables movimientos de tropas trasladarían la enfermedad a otros lugares, que acabarían padeciendo sus estragos.
De hecho, aquella peste había sido asociada por primera vez con un monje de Cahors hospedado en una posada. En Toulouse el ataque resultó espantoso. Se estima que de unos 50.000 habitantes cayeron unos 10.000 hasta 1633. De setenta panaderos, sólo sobrevivieron once. Fue tal el temor causado que el mismo parlamento de Toulouse tuvo que obligar a volver a los asustados médicos.
El poner tierra por medio, con todo, era una de las mejores soluciones, y los mismos parlamentarios terminaron por abandonar la ciudad. Por mucho que sabios como el profesor de medicina Jean de Queyratz disertaran en sus tratados sobre el contagio por el aire, el sistema asistencial se encontró contra las cuerdas. En la vecina España se temió algo igual con toda la razón.
Fuentes.
ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN.
Legajos, 0275 (002).