EL SOMATÉN OBRERO, ¿UNA PRIMERA FORMA DE FASCISMO? Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Un 24 de febrero de 1895 se volvió a iniciar la rebelión en Cuba contra las autoridades españolas. El horizonte de una nueva guerra resultaba sombrío para España, y a principios de julio Mamerto González García presentó al gobierno un curioso proyecto, el del somatén obrero.
Originario de la Cataluña medieval, el somatén u organización de defensa y seguridad vecinal tuvo un gran predicamento entre eruditos y hombres de acción del siglo XIX. Para los historiadores románticos era un vivo ejemplo del espíritu de defensa de las libertades patrias y para los activistas un oportuno precedente de las milicias populares del liberalismo. En Cuba, donde la población de origen catalán llegó a tener gran importancia, la participación en las luchas contra los independentistas en unidades como el cuerpo de voluntarios ayudaría a popularizarlo.
El somatén obrero estaría en sintonía con las ideas de los voluntarios, pues se proponía reforzar la nación española y acabar con el separatismo tanto en Cuba como en Filipinas, en una verdadera reorganización del imperio español capaz de frenar el expansionismo de Estados Unidos y de Japón, respectivamente.
Quizá lo más novedoso fuera su llamada a las clases obreras, con un tono de imperialismo social digno de algunas afirmaciones de Cecil Rhodes, pues los ayuntamientos deberían publicitarla para soluciona el problema social de la exigencia de pan y trabajo. A finales del siglo XIX, las autoridades españolas fomentaron el llamado blanqueamiento de Cuba, el de la sustitución de los anteriores esclavos de origen africano por trabajadores de procedencia peninsular, como los gallegos. Así se pretendía apaciguar y controlar mejor la Gran Antilla.
En verdad, no era la primera vez que en Cuba se habían unido cuestiones militares y laborales, pues ya en 1789 se había autorizado al coronel del batallón de voluntarios blancos Antonio Mora a introducir en la isla quinientos esclavos negros con sus herramientas y utensilios.
Se admitiría a varones de dieciséis a cuarenta años, con la posibilidad de aceptar a sus mujeres e hijos en la empresa. En consecuencia, se someterían a la disciplina de las autoridades militares, que exigirían el cumplimiento de la instrucción (con un mínimo de dos horas diarias) y de servicios diversos. Se debería servir obligatoriamente durante diez años.
En consonancia con esta obediencia al mando del Ejército, los integrantes del somatén obrero se organizarían de manera jerárquica. De arriba abajo, se distinguiría entre jefes de poblado, administradores de colonia, interventores, capataces, vigilantes y obreros trabajadores, algo que se reflejaría en los emolumentos salariales mensuales: el jefe ganaría al mes 130 pesetas y media; el administrador, 87; el interventor, 58; el capataz, 38; el vigilante, 24; y el obrero, 16.
Cada poblado estaría habitado por 20.000 obreros, dotados con mil kilómetros cuadrados, subdividiéndose en colonias de cien kilómetros cuadrados con mil familias, disponiendo de un administrador, dos interventores, diez capataces y cuarenta vigilantes. Al gobierno le correspondería la facultad de nombrar los respectivos arquitectos, capellanes, médicos o maestros.
Sería el propio gobierno el que dotaría anualmente con treinta millones de pesetas la caja de la dirección del somatén y el que otorgaría los terrenos, concediendo el setenta por ciento de lo ganado a la organización. De lo restante, el veinte por ciento se reservaría al propio gobierno y el diez a Mamerto González García, que pretendía ser el director general.
El proyecto del 1 de julio de 1895 fue sometido a la consideración gubernamental el 29 de septiembre de 1896. Aunque los soldados españoles fueron empleados en distintas tareas agrarias durante aquella guerra, el somatén obrero no prosperó. Los soldados campesinos, capaces de defender una frontera, presentaban importantes precedentes históricos, y la colonización francesa de Argelia había recurrido a los mismos, por lo que no es extraño que en círculos españoles se planteara un proyecto así. Sin embargo, la unión de nacionalismo, disciplina militar, jerarquía y la apelación a los obreros nos permite sostener que nos encontramos ante un temprano precedente del fascismo, cuya fragua se produjo en tiempos del Imperialismo.
Fuentes.
ARCHIVO HISTÓRICO NACIONAL.
Ultramar, 282, Expediente 1.