EL SACRIFICADO PEQUEÑO TÍBET. Por Carmen Pastor Sirvent.
A finales del siglo X un caudillo guerrero fundó en la cuenca alta del Indo una monarquía, la del gran valle de Ladakh, rodeado de montañas de más de 6.000 metros de altura y generalmente cubiertas de nieve, con pasos extremadamente complicados. Nos encontramos en el Pequeño Tíbet, al Oeste del mismo.
Los reyes pronto se sirvieron para controlar el territorio de los monasterios budistas, los gompas, a los que favorecieron notablemente. Los monasterios constituyeron constelaciones de establecimientos religiosos jerarquizados, dividiéndose entre los de los gorros rojos proclives a la casa reinante y los de los gorros amarillos obedientes al Dalai Lama.
Con importantes patrimonios y notables donaciones, los gompas llegaron a percibir de sus campesinos de la quinta parte a la mitad de sus cosechas. Un sacrificio enorme si atendemos a que Ladakh presenta unos 95.000 kilómetros cuadrados generalmente desérticos. Sólo cuenta con unos 217 de aprovechamiento agrícola.
Se forzó, por ende, el recurso a las obras de irrigación bajo una férrea disciplina comunitaria, aprovechándose las aguas de los arroyos de los pequeños valles vertientes al río Indo. Las del deshielo han creado el oasis de Leh, donde se emplazaría el principal núcleo político del reino montañoso de Ladakh.
El sistema político y los recursos naturales moldearon la vida familiar. Se instauró el mayorazgo para evitar la dispersión patrimonial. La poliandria se reconoció y una mujer se llegaba a casar con los dos primeros hermanos a la vez. El tercer hermano se hacía monje y el cuarto se destinaba a la servidumbre.
Durante siglos perduró tal sistema socio-político budista en el Pequeño Tíbet.