EL ROMANCERO Y EL PODER DE LA NOBLEZA CASTELLANA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

15.10.2024 08:24

               

                Por mucho que en la Castilla de la Baja Edad Media la autoridad real no sufrió desafíos teóricos como en Aragón, sus monarcas se las tuvieron que ver con una aristocracia muy difícil de domar. Con importantes bienes y vasallos, los ricos hombres también tuvieron acceso a los recursos de la tesorería regia (las cuantías por lanzas) y a las altas decisiones del consejo. Paradójicamente, un poder real indiscutido en teoría fortalecía el de un grupo nobiliario.

                A la hora de justificar el poder, la Historia resultaba esencial. No pocas crónicas fueron la expresión de la autoridad del rey, bien capaces de establecer la “verdad” acerca de lo sucedido. Sin embargo, en la Edad Media también se combatió por la primacía del relato. Muchos nobles castellanos no difundieron sus nociones de los hechos pasados y sus correspondientes lecciones en crónicas, generalmente, sino en romances de autores anónimos. Sus ideas sobre la monarquía, el comportamiento de un rey, las relaciones feudales, las obligaciones de cada uno, la justicia y la ética eran propias de su manera de pensar.

                Los reyes no siempre son ejemplares, ni se comportan como debieran, ocasionado gravísimos problemas a su reino y a sus gentes, como el paradigmático don Rodrigo con la Cava. Aunque otros no han provocado la pérdida de España, bien pueden perturbar el orden legítimo. El Alfonso VIII que pretendía que los hidalgos tributaran fue censurado en el romance de los cinco maravedíes que pidió el rey, donde su consejero el señor de Vizcaya don Diego se autoimpone el destierro para calmar la rebelión. La nobleza al quite del rey en caso de complicaciones, sería una posible conclusión. Asimismo, en el romance de don Fernando el Cuarto se castiga la falsa acusación real de los hermanos Carvajal, tachados de saqueadores y violadores. Dios y su justicia están por encima del monarca.

                La crítica se acentuó con la figura de Pedro I, que no tuvo nada de justiciero para los animadores y creadores del romancero, pues no nos ha llegado ninguna composición que lo ensalce. El círculo de su hermanastro Enrique de Trastámara movió contra él una verdadera guerra de propaganda. En el romance del rey don Pedro el Cruel se profetiza su fin a manos de su hermanastro Enrique tras asesinar a los mejores de su reino y a su esposa doña Blanca de Borbón. Su ejecución, a manos de un compungido macero, es recitada en un romance propio, en el que se la presenta como una verdadera mártir, destacando su virginidad. Para mayor abundamiento, en el romance del cerco de Baeza se critica la traición de Pedro I, conocido como Pero Gil, acompañado de fuerzas granadinas.

                No en balde el Cid de los romances es de condición bastarda, como el mismo Enrique de Trastámara, y exige en Santa Gadea el juramento al rey en términos enérgicos. El gran Fernán González, en una Castilla sin rey ni emperador, es criado por un carbonero en las lides caballerescas. En la disputa entre él y el rey de León Sancho Ordoñez por las tierras, vence por la fuerza de sus armas, pues el venablo acerado es más poderoso que el cetro. La promesa de nuevos bienes no lo convence a asistir a las Cortes de León. El conde ha ganado lo suyo y lo ha poblado con labradores (bien casados y sin impuestos), toda una línea de conducta y gobierno nobiliario de sus estados y heredades. La guerra contra los granadinos ocupaba un lugar de privilegio en sus códigos caballerescos. Sirva de ejemplo el romance de don García, ensalzador de su resistencia en la cercada Ureña por los granadinos.

                La ascensión de los Trastámara al trono de Castilla supuso un cierto fortalecimiento de la autoridad real, conseguido con importantes concesiones. Un síntoma de repunte del poder monárquico lo encontramos en el romance del duque de Arjona, en el que el noble es aprehendido por sus desmanes, violentando mujeres y tomando indebidamente provisiones. El romancero podía ponerse al servicio de una renovada monarquía, la de Juan II triunfante en la frontera granadina en el muy célebre Abenámar, pero sus primos los infantes de Aragón se lo disputaron. Su resistencia en Alburquerque es celebrada en su romance, lamentándose el mismo Juan II de haber seguido el parecer de su privado don Álvaro de Luna. Las lecciones no cayeron en saco roto, y los Reyes Católicos sabrían poner a su servicio el romancero, como a otras fuerzas de la brava Castilla bajomedieval.

                Fuentes.

                El Romancero viejo. Edición de Mercedes Díaz Roig, Madrid, 2003.