EL REY DE ARAGÓN IRRUMPE EN LEÓN Y CASTILLA.
En el 1104 Alfonso, el hermano de Pedro I, subió al trono de Aragón y Pamplona, un conjunto territorial que había crecido en poder y en riqueza en las décadas anteriores. Se había afirmado como un importante poder en la Hispania cristiana, lanzado fuertes ofensivas contra los musulmanes y emprendido importantes acciones diplomáticas al Norte de los Pirineos.
Por aquellos años, los almorávides ya habían modificado a su favor el equilibrio político en Al-Ándalus y presionaban con fuerza a León y Castilla, cuyo rey Alfonso VI se encontró sumido en una apurada situación. Su hija doña Urraca había enviudado de Raimundo de Borgoña en 1107, magnate que había probado fortuna en la Península, y Alfonso decidió casarla con el monarca aragonés, entonces sin esposa.
El enlace se celebró en el 1109, pero no contribuyó a resolver los problemas que aquejaban a León-Castilla. Al contrario. El entendimiento entre ambos cónyuges fue como mínimo precario. Sus temperamentos resultaron ser muy opuestos, y Urraca rechazó al grosero celtíbero, tratado en términos casi diabólicos por la Historia compostelana.
El conflicto entre Alfonso y Urraca, abierto en 1110, fue algo más que una disputa entre teóricos titulares de una corona, ya que arrastró a diversas fuerzas sociales en una gran guerra interna, resultado de las tensiones que las transformaciones sociales habían ido alimentando en Castilla, León y Galicia en la segunda mitad del siglo XI. Los grandes señores habían acrecentado su poder bajo la autoridad de la monarquía, pero también los núcleos urbanos habían ganado peso gracias a la expansión en todos los aspectos del camino de Santiago y a la Repoblación.
La lucha entre Urraca y Alfonso permitió dirimir muchos litigios a mano armada. El aragonés contó con la ayuda de muchos concejos, y la reina Urraca con la de nobles como los de Galicia. En 1110 Alfonso ganó la batalla del Fresno de Cantespino, pero no consiguió imponerse a sus contrarios gallegos.
En Galicia logró la reina reunir un gran ejército en el 1111. El obispo de Compostela, opuesto a los burgueses de Lugo, la apoyaba por aquel entonces. En pleno invierno sus fuerzas emprendieron la marcha por caminos y montes difíciles. Cuando llegaron a Astorga, los soldados de infantería y los esclavos compusieron lo roto durante la ruta. Allí convocó Urraca a sus fieles castellanos, astures y otros por la Tierra de Campos. Aunque no con la celeridad deseada, acudieron a la llamada.
Mientras tanto, Alfonso de Aragón había formado con sigilo un gran ejército, en el que participaron las fuerzas de Nájera, Burgos, Palencia, Carrión, Zamora, León y Sahagún. Apareció por los montes tras el río Órbigo, y estableció su campamento cerca de la ciudad de Astorga. No atacó, escarmentado por lo sucedido en el combate de Viadangos según la Historia compostelana.
Solicitó Alfonso refuerzos a Aragón, de donde vino Martín Muñiz con trescientos guerreros con loriga para asaltar la ciudad o atacar sus alrededores. Los castellanos establecieron su campamento en la llanura, y cuando supieron de la cercanía de los aragoneses los atacaron en una carga de caballería. Martín Muñiz fue capturado y dispersadas sus fuerzas. Entonces Alfonso se retiró a Carrión, donde lo asedió Urraca.
La nulidad matrimonial llegó en 1112, por motivos de consanguineidad. Alfonso, además, repudió a Urraca. De la aparente reconciliación fueron garantes los principales dignatarios de Burgos, Nájera, Carrión, Palencia, León y otros puntos. En la citada Historia se responsabiliza a Alfonso de la ruptura de lo acordado, algo que se le recordó en Sahagún, cuyos burgueses andaban a la greña con el monasterio.
Alfonso marchó, pero más tarde atacó distintos puntos de Castilla, Tierra de Campos y la Extremadura de su tiempo. Disfrutaba del servicio de caballeros de más allá de los Pirineos y sus fuerzas ocupaban una serie de fortalezas.
Nuevamente Urraca logró reunir un ejército en Galicia, que llegaría hasta Burgos, cuyo castillo se le rendiría al no ser auxiliado debidamente por Alfonso. Terminó el aragonés por volver a sus dominios, aunque retuvo varias plazas en medio de la inestabilidad política de León y Castilla. En el pacto de Támara de 1127 llegó a un entendimiento con su hijastro Alfonso VII. Castilla retornaba a los límites de 1054, los de antes del año de la batalla de Atapuerca, y el rey de Aragón era reconocido soberano de plazas como Soria, cuando su política de expansión frente al Islam ya había deparado importantes frutos.
Fuente.
Historia compostelana. Edición de Emma Falque, Madrid, 1994.
Víctor Manuel Galán Tendero.