EL REINO DE CHIPRE Y LA CORONA DE ARAGÓN. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

06.08.2024 19:43

               

                La caída de las plazas cruzadas en Palestina, Líbano y Siria no fue el final de los reinos cruzados en el Mediterráneo oriental, pues el reino de Chipre se mantuvo activo contra mamelucos y turcos otomanos en la Baja Edad Media. La isla fue conquistada en 1191 por Ricardo Corazón de León y vendida a los templarios, que a su vez la vendieron a Guy de Lusignan, el rey de la perdida Jerusalén ante Salah ad-Din e iniciador en el año 1192 de una dinastía que perduraría hasta 1489. Sus reyes, por tanto, ostentaron con orgullo el título de monarcas del reino de Jerusalén, sin resignarse a que fuera una mera vanagloria. Antes del desafortunado final de la orden del Temple, su gran maestre Jacques de Molay proyectó atacar Tierra Santa desde Chipre, pues la caída de San Juan de Acre en 1291 había consternado a la Cristiandad. En consecuencia, el 21 de enero de 1296 solicitó al comendador de Torres de Segre el tercio de sus rentas para tal campaña.

                Sin embargo, los súbditos de los reyes de Aragón que más sobresalieron en el Este del Mediterráneo de finales del siglo XIII e inicios del XIV no fueron templarios, sino los célebres almogávares de la gran compañía catalana, acaudillada al comienzo por el antiguo templario Roger de Flor. Tras la disolución del Temple, la orden de Montesa atendió fundamentalmente a los desafíos de Hispania, como la seguridad del reino de Valencia frente a los musulmanes de Granada. Una cruzada contra los nazaríes granadinos podía ir en detrimento de otra en Tierra Santa: el Papa Clemente V advirtió a Jaime II el 11 de marzo de 1309 que la Santa Sede no podía suministrarle el dinero requerido por los gastos de Chipre y Tierra Santa, sin olvidar los de la toma de Ferrara por huestes papales. De todos modos, el pontífice se dignaba a otorgar la indulgencia plenaria a todo el que participara en la cruzada de Granada.

                En pugna con numerosos rivales en la península Ibérica y en el Mediterráneo occidental, la Corona de Aragón mantuvo relaciones más pacíficas en el oriental con los sultanes mamelucos de Egipto (llamados de Babilonia), el imperio bizantino o el reino de Chipre. Los atractivos comerciales de tan estratégica área eran evidentes, y los puertos de Chipre servían para burlar las prohibiciones papales de comerciar con mercancías prohibidas con los musulmanes. La isla, por otra parte, produjo durante la Baja Edad Media el muy solicitado azúcar, que tanto atrajo el gusto de los aristócratas europeos. Además, de aquí se conseguiría en 1377 una estimada reliquia del venerado San Jorge, su brazo derecho.

                Consciente de tales activos, Jaime II emprendió negociaciones en 1312 para conseguir la mano de María de Lusignan, la hija del rey de Chipre Hugo III, con la que estuvo casado de 1315 a 1319. En los años sucesivos, mercaderes catalanes frecuentaron Chipre. El 13 de marzo de 1341 Pedro IV ofreció su salvoconducto a varios judíos de Barcelona (como Cresques Alfaquim y Benveniste Boniva de la Cavallería) y del Campo de Tarragona para regresar con sus mercancías de Chipre, Alejandría y Babilonia, pudiendo establecerse en sus dominios sin mayores problemas.

                Mientras tanto, los monarcas de Chipre no se mostraban militarmente inactivos. Hugo IV luchó por reconquistar el reino de Jerusalén, y tomó parte en una cruzada contra los turcos de la costa de Anatolia junto a venecianos, genoveses y caballeros hospitalarios (señores de Rodas desde que en 1310 se la arrebataran a los bizantinos definitivamente). En 1344 se tomó Esmirna, encomendándose su defensa a los hospitalarios para contrariedad de venecianos y genoveses. La plaza estuvo en manos cristianas hasta 1402. El hijo de Hugo IV, Pedro I, también sobresalió como guerrero. De espíritu cruzado, combatió contra los turcos junto a los armenios del reino de Cilicia. Obtuvo un resonante triunfo al conquistar en 1365 Alejandría, que al final tuvo que abandonar por la marcha de sus aliados cruzados, más interesados en saquear que en preservar la ciudad.

                Con Pedro I de Chipre contrajo matrimonio en 1353 la prima hermana de Pedro IV, Leonor de Aragón y Gandía. Coronada reina de Chipre el 24 de noviembre de 1358, fue regente en 1365 en ausencia de su marido. Acusada de adúltera, también Pedro I le fue infiel con otras amantes. Tales desavenencias no inquietaron a Pedro IV de Aragón (a la sazón interesado en la riqueza comercial chipriota), como sí lo hiciera la toma de Alejandría. El enfurecido sultán de Babilonia había ordenado apresar a todos los mercaderes francos, con independencia de su procedencia, y decomisar sus bienes comerciales. Algunos de los comerciantes de la Corona de Aragón estaban afincados en Chipre, el imperio bizantino y Túnez. Aprovechando el respiro dispensado por la entrada de Enrique de Trastámara en Castilla contra Pedro el Cruel, Pedro IV reanudó relaciones diplomáticas con el sultán en 1366, a la par que reclamaba a los sultanes de Bugía, Constantina y Túnez los tributos debidos como señor del reino de Mallorca. Las gestiones tuvieron éxito, pero el monarca aragonés no pudo conseguir el cuerpo de Santa Bárbara, ya solicitado por Alfonso X el Sabio, por la negativa de los súbditos cristianos coptos del sultán. Tampoco lo lograría en 1373.

                En 1369 cayó asesinado Pedro I, que había aceptado ser rey de Armenia a instancias de algunos barones de allí. Se sospechó que los inductores del crimen fueran sus hermanos Juan y Jaime. Leonor asumió la regencia en nombre de su hijo Pedro II, impidiendo que fuera apartado del trono. Entre sus consejeros más leales destacó el ciudadano honrado de Barcelona Jaume Fiveller, que Pedro IV había mandado para transmitir sus condolencias. Todavía atado al conflicto con Castilla y muy comprometido en conseguir el dominio de Cerdeña frente al juez de Arborea, con unos súbditos muy molestos por los tributos para someter la agreste isla, el monarca de Aragón no destacó ninguna fuerza naval o terrestre en ayuda de su prima hermana. La reina regente de Chipre tuvo que valerse de los genoveses, los rivales de los aragoneses (entonces en treguas), para vencer a los partidarios de sus cuñados. En 1373 ocuparon la importante plaza comercial de Famagusta, que ni por asomo pensaron entregar a doña Leonor.

                La solicitud de ayuda a Aragón y Venecia no sirvió de mucho, y la imagen de Leonor quedó muy dañada, al ser acusada de haber facilitado la conquista genovesa. Quien obtuvo réditos políticos de ello fue su nuera Valentina Visconti, hija del señor de Milán. Se casó por poderes en Milán con Pedro II en 1377, y al año siguiente fue escoltada hasta Chipre por una flota aragonesa de seis galeras, a la par que se ratificaban las paces con Génova. Sus malas relaciones con Leonor determinaron a Pedro II a expulsar del reino a su influyente madre. Al principio, recaló en la Rodas de los caballeros hospitalarios. Hasta allí le hizo llegar Pedro IV en 1380 la suma de dos mil ducados de oro, por mano del fiel Jaume Fiveller, en concepto de ayuda, sin que el gobernador general de sus reinos, el baile general de Cataluña o cualquiera de sus oficiales pudiera impedir que se dispusiera de tal suma de dinero. Al final, terminaría estableciéndose en Cataluña, donde recibiría en 1382 una pensión anual de dos mil florines de oro sobre la bailía de Játiva, y el mero y mixto imperio de la villa de Valls, en el Campo de Tarragona. No tardó en chocar con sus prohombres y con el pavorde del capítulo catedralicio tarraconense, también agraciado con derechos señoriales aquí. El 4 de octubre de 1383 intentaron que secundaran sus reclamaciones los cónsules de la ciudad de Tarragona, algo que declinaron por considerarlo privativo del poco dúctil y obediente Campo.

                Mientras la expatriada reina de Chipre libraba estos pleitos, Pedro IV puso su atención en otros puntos del Mediterráneo oriental: los ducados de Atenas y Neopatria, ligados a la casa de Aragón a través del reino de Sicilia. Varios de sus barones le rindieron pleitesía como señor en 1379, repeliendo los ataques de fuerzas navarras enemigas, y un 11 de septiembre de 1380 el Ceremonioso hizo un encarecido elogio del castillo de Atenas, la Acrópolis, que debía defenderse con ballesteros. En 1381 el vizconde Rocabertí, con el título de lugarteniente y capitán general, se dirigió al frente de una importante hueste a los ducados, donde procuró aliarse con el emperador bizantino y el baile de Negroponto, de obediencia veneciana. El gran maestre del Hospital Juan Fernández de Heredia, de origen aragonés, también participó en las luchas con sus caballeros y naves. Sin embargo, Atenas se perdió ante las fuerzas de los florentinos Acciaiuoli en 1388, y en 1390 Neopatria. El reino de Chipre se mantuvo al margen de todo ello.

                Otras cuestiones del belicoso Levante requirieron la atención de Pedro IV. El monarca León V de Armenia, de los Lusignan de Chipre, había sido capturado junto a su familia en 1375 por las fuerzas de los mamelucos y su aliado el sultán de Alepo en la fortaleza cilicia de Sis. Permaneció cautivo en El Cairo hasta 1382, cuando fue liberado gracias a los buenos oficios de reyes como Juan I de Castilla, ensalzados por Pero López de Ayala. Pedro IV también se interesó sobre el particular, y el 20 de marzo de aquel año se dirigió desde Valencia a todos los patrones de naves, galera y leños de sus dominios para que ayudaran a su consejero, el caballero Bonamat Ça Pera, en su viaje para rescatar al monarca de Armenia del poder del sultán de Babilonia. Podría pensarse que Aragón no deseaba que Castilla le disputara su posición diplomática en el área.

                Sin embargo, la liberación de León V planteaba también el tema de la recuperación de su reino de manos musulmanas, algo sobre lo que insistió el 21 de abril de 1383 a Pedro IV el cuestionado Papa aviñonés Clemente VII, en pleno Cisma de Occidente. León V obtuvo del monarca aragonés y de sus súbditos agasajos y regalos, como cien florines y una copa de oro valorada en cerca de doce florines de la ciudad de Tarragona por aquellas fechas, pero ni se le otorgaron señoríos (como en Castilla, donde se le concedió Madrid para disgusto de sus gentes), ni se le proporcionaron medios para ninguna campaña militar. Sólo Carlos VI de Francia se mostró más acorde en secundar sus aspiraciones, carentes de todo éxito. Los aragoneses, demasiado comprometidos en otros frentes de guerra, no estuvieron dispuestos a aventurarse por Cilicia. Tampoco quisieron romper con el sultanato mameluco, pues su comercio de especias era demasiado atractivo para ser menoscabado. Con gran tiento, se informó al sultán de Babilonia en 1386 que el ataque de Ramón de Montcada contra dos galeras de Túnez nada tenía de hostil contra él.

                Chipre se encontraba entonces en una situación delicada. La tregua con los mamelucos permitió a Pedro II rehacer heridas y fortificar Nicosia, pero no logró recuperar Famagusta de los genoveses. Fallecido en 1382 sin sucesor reconocido, el parlamento del reino se inclinó por su tío Jaime, cautivo en Génova, que no fue acatado como rey por varios barones. Su coronación como monarca de Armenia no dejó de ser un éxito simbólico, pues el reino se reducía con gran dificultad a la ciudad de Korikos.

                Le sucedió en 1398 su hijo Jano, que también albergó la esperanza de reconquistar Famagusta. Los aragoneses no lo asistieron contra los genoveses, pues se enfrentaban a otros problemas en Cerdeña y Sicilia, cada vez más atacada por los corsarios hafsíes de Túnez. El interregno de 1410-12, que limitó la capacidad de intervención militar de la Corona de Aragón, fue seguido con interés por la corte chipriota. Oportunamente, el rey Jano envió cordiales salutaciones a Fernando I el 20 de agosto de 1412. Sin embargo, los Trastámara no alterarían la política aragonesa hacia Chipre.

                Los tributos por la guerra contra los genoveses pesaron severamente sobre una población chipriota castigada por la langosta y la epidemia de 1419-20. Convertida en un punto de actividades piratas contra Egipto y la costa levantina, los mamelucos decidieron atacar la isla, lanzando una gran campaña en 1426. Ni ayudaron a Jano los hostiles genoveses ni otros posibles aliados, como los venecianos. Alfonso V se encontraba mucho más atento a la suerte de sus hermanos los infantes de Aragón en Castilla y al equilibrio político en Hispania que a los combates por Chipre. Jano cayó prisionero, siendo conducido a El Cairo, donde fue humillado públicamente. Los mamelucos terminaron marchando de una isla que ardía en rebelión social, llevándose botines y cautivos. Algunos fueron rescatados por las gestiones de los frailes redentores de la orden de Santa Eulalia de Barcelona, que el 22 de diciembre de 1430 alcanzó en Lérida un acuerdo más firme con el embajador de Chipre. No en vano, aquel año los aragoneses habían firmado un tratado con los enviados del sultán de Babilonia en la Rodas hospitalaria.

                En 1432 subió al trono chipriota Juan II, el hijo de Jano, cuya atención requeriría Alfonso V. Deseaba disponer de una base corsaria en el Mediterráneo oriental, que le eximiera de las cortapisas que imponía en Rodas la orden del Hospital, entonces en buenas relaciones con los mamelucos. A finales de 1449 mandó a aquellas aguas diez naves al mando de Bernat de Vilamarí, que tomó a mediados de 1450 la pequeña isla de Castellorizzo, una posesión hospitalaria en el archipiélago del Dodecaneso que había sido devastada en 1444 por los mamelucos. El 18 de septiembre Alfonso V pidió la asistencia de Juan II de Chipre para su capitán general Vilamarí, que en 1451 atacó el delta del Nilo y la costa de Siria. Sin embargo, los fuertes intereses comerciales volvieron a dictar el acuerdo con el sultán de Babilonia, y la flota de Vilamarí puso proa en noviembre de 1452 hacia una Italia en disputa. Hasta 1512, con intervalos, Castellorizzo formaría parte de los dominios del reino de Nápoles, en pugna con los turcos otomanos.

                En la primavera de 1453 ocurrió finalmente un hecho que ya se temía en la Cristiandad desde hacía tiempo, la caída de Constantinopla en manos otomanas. Los turcos cambiaron de forma tan contundente como decisiva el mapa político del Mediterráneo oriental, y con los años barrerían a los mamelucos del sultanato de Babilonia, a los hospitalarios de Rodas y a los venecianos, alzándose con el dominio de Chipre en 1573. El reino chipriota de tiempos de la toma de Constantinopla era una sombra del pasado. La hija de Juan II, Carlota, fue proclamada reina en 1458, pero su hermanastro Jaime le disputó el trono exitosamente con ayuda mameluca. Fallecida en 1487, no consiguió que el hijo ilegítimo de Fernando I de Nápoles, Alfonso de Aragón, fuera su heredero. Jaime consiguió ceñirse la corona y transmitirla a su hijo, el tercer Jaime de Chipre. Su viuda, la aristócrata veneciana Catalina Cornaro, fue obligada a abdicar por la Serenísima de Venecia, la protectora de Chipre desde 1469 que se hizo con su pleno dominio en 1489, aviniéndose a pagar un tributo anual de ocho mil ducados al sultán de Babilonia, y más tarde al otomano. Las disputas internas, como la guerra civil que asoló Cataluña de 1462 a 1472, y sus complicaciones externas alejaron la Corona de Aragón del mortecino reino de Chipre, que un día pareció tan cercano.

                Fuentes.

                ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN.

                Cancillería, Cartas reales, 1587 y 1775.

                Registros, 939.