EL PRIMER IMPERIO INDOSTÁNICO. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

06.04.2025 11:25

 

               Aunque la aparición del Estado en tierras del Indostán es muy anterior, su primer imperio fue el maurya. Alejandro el Grande llevó el poder griego hasta allí, pero a su muerte las cosas cambiaron. Mientras sus sucesores se disputaban las tierras de su extendido imperio, los gobernantes macedonios en la India eran expulsados por un comandante ambicioso, Chandragupta.

               Desde el reino de Magadha, promovió la alianza con los rajás del Norte para vencer a sus enemigos. Formó un ejército con las fuerzas de distintos territorios, enfrentándose contra Seleuco I. Ambos rivales suscribieron un pacto en el -302, por el que Chandragupta obtenía el control de Aracosia y Gedrosia, entre las actuales Pakistán y Afganistán, a cambio de enviar a Seleuco I unos quinientos elefantes y otras fuerzas con las que venció a su enemigo Antígono. También se aprobó la licitud de los matrimonios entre gentes griegas e indias. Se han considerado tales movimientos diplomáticos especialmente beneficiosos para Chandragupta, el fundador de un imperio que duró hasta el 186 antes de Jesucristo, coincidiendo con el auge de la república romana y el abatimiento del poder cartaginés en el Mediterráneo. En sus mejores momentos abarcó desde Afganistán al interior del Indostán.

               Chandragupta fue, además, un consumado organizador. Con un ejército estimado por el griego Megástenes en unos seiscientos mil hombres, necesitó imperiosamente riqueza para mantenerlo en el mejor estado. Como las contribuciones se le quedaron cortas, organizó negocios agrícolas y mineros de carácter estatal, en los que trabajaban esclavos junto a asalariados. La explotación minera llegó a ser un monopolio imperial, alcanzando nombradía la de cobre en Baragunda y la de hierro en Bihar. Estableció un verdadero ministerio de economía, encargado de formar un catastro de los bienes raíces y de proteger las labores de regadío. No dudó tampoco el emperador en ordenar el traslado de gentes de territorios sobrepoblados a otros necesitados de mayor cultivo.

               Uno de sus sucesores, Ashoka, ha logrado la atención de muchos historiadores de los últimos cien años, ya que promulgó edictos que insistían en los principios de la no violencia, localizados en distintos puntos de sus dominios. Este emperador fue un consumado general en sus primeros años de gobierno, pero al final aborreció la brutalidad del combate. El budismo y el jainismo florecieron durante su reinado. Impulsor de las obras de caridad, perfeccionó la organización del imperio. No dudó en reclamar el origen divino de su poder. Reservándose los territorios del Ganges con centro en Magadha, delegó su autoridad en los mandatarios de las grandes demarcaciones de Punjab, Malava, Kalinga y Decán, mantenidos a raya por una serie de inspectores, al modo de la Persia aqueménida

               Algunos autores han considerado las creencias budistas y jainistas indisociables del florecimiento comercial del imperio maurya, pues sus misioneros anudaron lazos de singular valor, en un tiempo en el que los Estados helenísticos también promovieron las redes mercantiles. El uso de la escritura por la administración imperial y la generalización del uso de la moneda impulsaron tal movimiento. Se vigiló el buen orden de los mercados, así como la correcta aplicación de las pesas y medidas. Bien conscientes de su valor, pues los impuestos sobre el comercio reportaron pingües beneficios, los emperadores ordenaron el tendido de importantísimas carreteras, como la que enlazaba el oriente de Afganistán con la capital Pataliputra, una ciudad ceñida por una imponente muralla de madera con torres. La mejora técnica de las ruedas de los carros llenó las vías de circulación de más vehículos provistos de mercancías de tanto valor como objetos de lujo, elementos de hierro y acero, tejidos y productos agrícolas.

                Se formaron grandes caravanas, dirigidas por un jefe responsable, a la par que los mercaderes se organizaban para facilitar el transporte por tierra y por mar, además de para conseguir beneficios más sustanciosos. Se rebasaron con creces los límites del imperio, alcanzando ciudades tan opulentas como Babilonia. Se enlazó con los Estados helenísticos y con China, lo que contribuyó a forjar la ruta de la seda, que seguirían los conquistadores partos y sakas. Como la India vendía mucho más de lo que compraba, acumuló bastante moneda de otros Estados. Por otra parte, las sesenta grandes urbes del imperio maurya (como Pataliputra, Kapilavastu, Campa o Benarés) se convirtieron en populosas aglomeraciones, de gran atractivo para el comercio y el movimiento económico general. Los potentados y sus seguidores podían comprar un sinfín de productos, atrayendo la oportunidad de ganancia a no pocos artesanos hasta allí.

               La reciente historiografía ha trazado un balance favorable de la situación agraria del imperio, a pesar de las hambrunas que lo asolaron a la muerte de Chandragupta. La introducción del instrumental de hierro, cada vez más perfeccionado, ayudó a ampliar el área dedicada a la caña de azúcar y al arroz, cultivos necesitados de laboreo en profundidad. Los paisajes selváticos retrocedieron ante los avances roturadores, bien recompensados con el logro de hasta tres cosechas por año agrícola. Desde los días de Chandragupta, los que ampliaban el espacio cultivado gozaban de exenciones fiscales. De hecho, las comunidades rurales cambiaron las incertidumbres de un tiempo de luchas e imposiciones violentas por el pago de unas contribuciones más regulares, más asequibles de pagar por el auge comercial. Se dividía el terrazgo de tales comunidades entre los bienes de carácter comunitario, los de las castas superiores (exentas de las contribuciones) y los lotes de los campesinos, cuya enajenación les estaba prohibida. Por el momento, pesaron más los factores positivos que los negativos, y la población del imperio ha llegado a ser estimada en un máximo de treinta millones de personas.

               El declinar de su poder, según algunas versiones, sería el fruto de su pacifismo. Las actitudes de no violencia del imperio han sido muy exageradas, y la causa principal de su decadencia residió en la falta de cohesión política del imperio, en un proceso que también se daría en otros territorios de Eurasia. Ashoka decidió que a su muerte el imperio se dividiera de facto, aunque no de iure, para defender con mayor eficacia sus extendidas fronteras, pero lo cierto es que tal fue el origen de una serie de conflictos internos que consumieron el poder maurya. En el 186 antes de Jesucristo, el último representante de la dinastía en Magadha fue depuesto por el general Pushyamitra, iniciador de una nueva dinastía. Paralelamente, la expansión china en el Asia Central estaba presionando a gentes como los sakas, los escitas, que terminarían atacando las tierras del moribundo imperio maurya.

               Para saber más.

               John Keay, India, a History. Nueva York, 2000.