LA NUEVA ESPAÑA TEME EL ATAQUE BRITÁNICO (1796).
España y Gran Bretaña mantenían un importante pulso colonial a finales del siglo XVIII. Temían las autoridades españoles que un enfrentamiento con los británicos sería aprovechado por los rusos para favorecer sus intereses y fueron cautelosos a la hora de romper con los franceses en los primeros momentos de la Revolución. La ejecución de Luis XVI alteró la situación: España entró en guerra con Francia. Ni se consiguió derrotar a los revolucionarios franceses ni se suavizó la tensión con los británicos. El gobierno de Godoy fue consciente de tal realidad y tras la paz de Basilea firmó con la Francia del Directorio en agosto de 1796 el tratado de San Ildefonso, dirigido por parte española contra Gran Bretaña. Los triunfos militares franceses dieron confianza a los negociadores españoles, que insistieron en la defensa conjunta de Europa y el golfo de México, donde ambos habían colisionado y podían nuevamente confluir. Ya en 1795 había preocupado a Madrid el empleo por los británicos de fuerzas francesas realistas en el Caribe. En La Habana se concentraron prisioneros franceses. A cambio de los territorios peninsulares ocupados por los franceses, se les cedió en Basilea Santo Domingo, ocupada efectivamente por aquéllos en 1801. Este renovado entendimiento hispano-francés se hizo visible con la salida desde Cádiz de una escuadra conjunta hacia Terranova, cuyos bancos de pesca de bacalao habían suscitado tantos litigios.
Paralelamente, los británicos también hacían preparativos. Los servicios de espionaje españoles consideraron que iban detrás de la Nueva España, cuya posición entre el Atlántico y el Pacífico podía determinar el equilibrio del poder mundial en punto a exploración, comercio y establecimientos coloniales. España había firmado con Estados Unidos en octubre de 1795 el tratado de San Lorenzo, que delimitó la frontera entre ambos poderes y autorizó la libre navegación por el Misisipi a españoles y estadounidenses. Pensaban los españoles que de esta manera evitarían que Estados Unidos se convirtiera en una base de hostilidades corsarios contra ellos. Sin embargo, las alarmas saltaron en diciembre de 1796.
Según los informadores españoles, Gran Bretaña preparaba una expedición contra la América española desde hacía tiempo, contando con el independentista Francisco de Miranda, que había sido general de la Francia revolucionaria, para captar simpatías. El embajador español en Filadelfia informó entonces de las intenciones británicas contra la Nueva España. En el Canadá dispondrían los británicos un ejército de 10.000 hombres, que descendería por el Misisipi, mientras se emprendería un ataque de distracción contra Florida. Los británicos contaron con la hostilidad de algunos estadounidenses por los antiguos enemigos españoles. Tres fragatas británicas con tropas a bordo habían partido de Jamaica hacia Halifax, en la Nueva Escocia, para comenzar el ataque. Esclavos negros de Jamaica estaban reconstruyendo su ciudadela en aquel momento. Por otra parte, una flota de seis navíos y ocho fragatas cargaba víveres en Baltimore para dirigirse a Santo Domingo. Allí subiría tropas contrarias al Directorio francés y atacaría las costas del virreinato novohispano. El gobernador de Nueva Orleans debía ser avisado del riesgo.
Las autoridades españoles prodigaron las medidas de defensa, seguras del peligro. Se dieron órdenes para capturar a Miranda y se dieron confidencialmente sus señas: “estatura de dos varas poco más, color trigueño, cerrado de barba, ésta y el pelo negro, carilargo, frente ancha y espaciosa, los carrillos algo sumidos por la parte inferior, ojos pardos, poco alegres, suspicaces y traicioneros, de pocas carnes, pero de huesos abultados y descubiertos, su vestido y aire imitando al inglés y como de edad de cincuenta años”.
El teniente coronel Félix Calleja, comandante de la primera división de milicias de la costa del Norte de Veracruz y subinspector interino de las veteranas que guarnecían las provincias del Nuevo Reino de León y colonia de Santander, debía atender la defensa de Coahuila y Texas, en la comandancia general del virreinato. Se debía estar muy atento a los movimientos de los apaches lipanes, que solicitaban un tratado de paz para establecer sus rancherías en el río Salado. Calleja debía de tener prestas sus fuerzas veteranas, milicianas y de dragones provinciales de San Luis y San Carlos. Por entonces, se desplegaban en Texas dos compañías con 200 hombres, cinco en Coahuila con 600 y una en Nuevo México con 120. Se debía de tratar asuntos defensivos con los amerindios amigos del Norte, como los comanches, y con los apaches en paz, por motivos interesados: los lipanes que entraban en Béjar y en la Bahía recibían obsequios para ganar su voluntad.
Los pueblos amerindios podían ayudar a parar el golpe, pues se pensaba que los británicos descargarían desde Canadá contra la Luisiana por su mayor proximidad e importancia de sus objetivos. En Nueva Orleans confluirían con las fuerzas aprovisionadas en Baltimore. Nuevo México, Coahuila y Texas no parecían tan probables de ser atacadas inicialmente por su corta población y pobreza. Sus distancias eran enormes y faltaban subsistencias por mucho que se pudiera cazar. El coste para los invasores resultaría enorme, con reatas de mulas transportando víveres y municiones. Además, también se temió por la costa de Sonora y la península de California, que quizá fueran atacadas por fuerzas británicas procedentes desde la lejana India. Los amerindios de la costa entre la desembocadura del Misisipi al río Grande debían dar noticia de cualquier nave enemiga.
Al final, no se llevaron a cabo tan amplios planes de ataque. Los británicos, dada la experiencia de las Trece Colonias finalmente separadas, no mostraron mucha inclinación a formar regimientos de colonos canadienses, decantándose por otras unidades militares, más difíciles de desplazar. La posición española en la Nueva España fue socavándose por elementos menos espectaculares, pero muy corrosivos, como la carencia de medios y el creciente descontento de sus gentes.
Fuentes.
Archivo General de Indias, Estado, 37, N. 21.
Víctor Manuel Galán Tendero.