EL PLACER DE EXAMINARSE. Por Gabriel Peris Fernández.
A estas alturas del año media España se ha encontrado de cabeza con las pruebas de acceso a la Universidad, la temida selectividad que parece tener los días contados. Los jóvenes bachilleres demuestran su temple y conocimientos en distintas materias.
En el fondo deben tal fortuna a la civilización china, como otras tantas cosas.
Los examinados chinos eran hombres hechos y derechos, con muchos espolones, de cuarenta a cincuenta años que aspiraban a ser servidores del Estado. La función pública ha atraído lo suyo no sólo en este país nuestro y ser mandarín en China no era cualquier zarandaja.
Para los que deploren la larga duración de la Selectividad hemos de poner en su consideración que en China los exámenes imperiales se hicieron entre el 606 y el 1905, dando el tono a su cultura de una manera muy clara.
Como al principio se valoraron aspectos de protocolo y comportamiento, muchos hombres de talento se quedaron postergados por candidatos aristocráticos más versados en el trato cortesano. La competencia administrativa se resintió y se prefirió entonces valorar más el talento, gran descubrimiento chino.
Los talentosos candidatos podían presentarse hasta aprobar, si es que lo conseguían, siguiendo una jerarquía de exámenes territoriales desde el distrito al palacio. Se les aislaba entre biombos para evitar que se copiaran… algo muy familiar para algunos.
Los afortunados que habían superado el mal trago habían respondido con sutileza a problemas prácticos y ejercicios de agudeza poética y filosófica. Tampoco el comentario de texto es una novedad histórica.
En las pruebas también había listillos y enchufados que conseguían burlar a los beneméritos tribunales, no siempre tan sagaces. Al fin y al cabo la historia de los exámenes es también la de la gramática parda, sea en la China imperial o en la sufrida España.