EL PAPA ALEJANDRO VI A OJOS DE MAQUIAVELO.

18.02.2025 08:27

               

“Alguno, sin embargo, me preguntará de qué proviene que la Iglesia Romana se elevó a una tan superior grandeza en las cosas temporales, de tal modo que la dominación pontificia de la que, antes del Papa Alejandro VI los potentados italianos, y no solamente los que se llaman potentados, sino también cada barón, cada señor, por más pequeños que fuesen, hacían corto aprecio en las cosas temporales, hace temblar ahora a un rey de Francia, aun pudo echarle de Italia, y arruinar a los venecianos. Aunque estos hechos son conocidos, no tengo por cosa en balde el representarlos en parte.

“Antes que el rey de Francia, Carlos VIII, viniera a Italia, esta provincia estaba distribuida bajo el imperio del Papa, venecianos, rey de Nápoles, duque de Milán y florentinos. Estos potentados debían tener dos cuidados principales: el uno que ningún extranjero trajera ejércitos a Italia, y el otro que no se engrandeciera ninguno de ellos. Aquellos contra quienes más les importaba tomar estas precauciones, eran el Papa y los venecianos. Para contener a los venecianos era necesaria la unión de todos los otros, como se había visto en la defensa de Ferrara; y para contener al Papa se valían estos potentados de los barones de Roma, que, hallándose divididos en dos facciones, las de los Urbinos y Colonias, tenían siempre, con motivo de sus continuas discusiones, desenvainada la espada unos contra otros, a la vista misma del Pontífice, al que inquietaban incesantemente. De ello resultaba que la potestad temporal del pontificado permanecía siempre débil y vacilante.

“Aunque a veces sobrevenía un Papa de vigoroso genio como Sixto IV, la fortuna o su ciencia no podían desembarazarle de este obstáculo, a causa de la brevedad de su pontificado. En el espacio de diez años, que, uno con otro, reinaba cada Papa, no les era posible, por más molestias que se tomaran, el abatir una de estas facciones. Si uno de ellos, por ejemplo, conseguía extinguir casi la de los Colonnas, otro Papa, que se hallaba enemigo de los Ursinos, hacía resucitar a los Colonnas. No le quedaba ya suficiente tiempo para aniquilarlos después; y con ello acaecía que hacían poco caso de las fuerzas temporales del Papa en Italia.

“Pero se presentó Alejandro VI, quien, mejor que todos sus predecesores, mostró cuánto puede triunfar un Papa, con su dinero y fuerzas, de todos los demás príncipes. Tomando a su duque de Valentinois por instrumento, y aprovechándose de la ocasión del paso de los franceses, ejecutó cuantas cosas llevo referidas ya al hablar sobre las acciones de este duque. Aunque su intención no había sido aumentar los dominios de la Iglesia, sino únicamente proporcionar otros grandísimos al duque, sin embargo, lo que hizo por él, ocasionó el engrandecimiento de esta potestad temporal de la Iglesia, supuesto que a la extinción del duque heredó ella el fruto de sus guerras. Cuando el papa Julio vino después, la halló muy poderosa, pues ella poseía toda la Romaña; y todos los barones de Roma estaban sin fuerza, supuesto que Alejandro, con los diferentes modos de hacer derrotar sus facciones, las había destruido. Halló también el camino abierto para algunos medios de atesorar, que Alejandro no había puesto en práctica nunca. Julio no solamente siguió el curso observado por éste, sino que también formó el designio de conquistar Bolonia, reducir a los venecianos, arrojar de Italia a los franceses. Todas estas empresas le salieron bien, y con tanta más gloria para él mismo, cuanto ellas llevaban la mira de acrecentar el patrimonio de la Iglesia y no el de ningún particular. Además de esto, mantuvo las facciones de los Urbinos y Colonnas en los mismos términos en que las halló; y aunque había entre ellas algunos jefes capaces de turbar el Estado, permanecieron sumisos, porque los tenía espantados la grandeza de la Iglesia, y no había cardenales que fueran de su familia: lo cual era causa de sus disensiones. Estas facciones no estarán jamás sosegadas mientras que ellas tengan algunos cardenales, porque éstos mantienen, en Roma y por afuera, unos partidos que los barones están obligados a defender; y así es como las discordias y guerras entre los barones, dimanan de la ambición de estos prelados.

“Sucediendo Su Santidad el papa León X a Julio, halló, pues, el pontificado elevado a un altísimo grado de dominación; y hay fundamentos para esperar que, si Alejandro y Julio le engrandecieron con las armas, este pontífice le engrandecerá más todavía, haciéndole venerar con su bondad y demás infinitas virtudes que sobresalen en su persona.”

Nicolás Maquiavelo, El príncipe. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, capítulo XI.

Selección de Víctor Manuel Galán Tendero.