EL PACTO DE CABALLEROS DE RAIMUNDO DE BORGOÑA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

23.02.2016 10:05

                

                Hispania siempre ha sido tierra de promisión para los aventureros. En el siglo XI sus tierras ofrecían ancho campo a todos aquellos caballeros deseosos de mejorar su fortuna y adelantar su posición. Las riquezas de Al-Andalus se antojaban al alcance de la mano de muchos. Toledo, la antigua capital de los visigodos, había caído en manos de Alfonso VI de León y Castilla en el 1085, pero al año siguiente las fuerzas de los almorávides habían frenado a las armas cristianas en la batalla de Zalaca o Sagrajas.

                El rey don Alfonso se sintió inseguro y llamó en su ayuda a los caballeros de más allá de los Pirineos, en un gesto que parece anticipar las cruzadas. De la Borgoña devota de los cluniacenses llegaron los nobles Raimundo y su primo Enrique.

                

                El primero fue muy bien acogido en la corte de Alfonso VI. Se convirtió en el conde de Galicia, uno de los reinos primigenios de la monarquía alfonsí, y tomó por esposa a la infanta Urraca, la desdichada reina posterior. Se responsabilizó de la defensa y organización de los territorios cercanos al sistema Central y se hubiera erigido en el rey consorte de León y Castilla a la muerte de Alfonso.

                Claro que Alfonso VI, cuyas tormentosas relaciones con el Cid son bien conocidas, no se avino a tal desenlace, ya que volvió a contraer matrimonio.

                En el 1093 don Raimundo de Borgoña se consideró desplazado y convino un acuerdo con su primo don Enrique, casado con la infanta Teresa y que sería agraciado con el entonces condado de Portugal. El abad Hugo de Cluny salió garante del pacto.

                Los convenios de asistencia entre nobles fueron muy habituales en la Europa feudal. A veces sirvieron para poner en entredicho la autoridad de un monarca y otras para consolidarla. Hoy en día los historiadores ya no consideran exentos del feudalismo los dominios de Alfonso VI, ciertamente complejos. Al reino leonés emanado del asturiano se añadieron Galicia y Castilla, además de las tierras recientemente ganadas al Islam. Los concejos de la frontera no tenían los mismos problemas que los municipios surgidos en el Camino de Santiago. La Toledo andalusí y mozárabe no era la otrora condal Burgos.

                Don Raimundo se preparó para regir tal complejo territorial. Se comprometió a entregar a Enrique la tierra de Toledo a la muerte de Alfonso VI. También le ofrecería la tercera parte de su tesoro para que lo ayudara a alcanzar la realeza de León y Castilla.

                El astuto Raimundo sabía que Toledo era demasiado importante. A su notable valor simbólico se sumaba su importancia geo-estratégica, pues desde allí partían los principales caminos hacia las grandes capitales de Al-Andalus. Los musulmanes la describieron como la cabeza de un águila encarada a la Cristiandad. Una victoria contra los almorávides en tierra toledana catapultaría a la fama al comandante que la lograra.

                Vistas las cosas de este modo, se consignó en el convenio que en caso que no se pudiera entregar Toledo a Enrique se le ofrecería Galicia. Las relaciones entre las tierras gallegas y las portuguesas eran muy estrechas.

                En 1096 Raimundo y su esposa Urraca acrecentarían su patrimonio en Galicia a través de donaciones y de permutas, pero la muerte alcanzó al borgoñón en el 1107. A su hijo Alfonso correspondería reinar, tras el desafortunado gobierno de Urraca, en una monarquía de la que se desprendería Portugal.