EL ÓRDAGO CALIFAL. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
El Islam tiene un nuevo califa, al-Baghdadi. Parece simple oropel, carente de importancia, pero no lo es.
El califato es una institución muy seria para los musulmanes. Es el gobierno religioso de la comunidad de los creyentes, la umma, siguiendo el ejemplo de Muhammad. Ciertamente su Historia no ha sido tan edificante, y los musulmanes han asistido a enfrentamientos entre califatos rivales con titulares indignos. En la primera mitad del siglo XIII los políticos andalusíes se proclamaban seguidores del distante califa de Bagdad para coronar sus ambiciones. Los mongoles introdujeron dentro de un saco al último califa bagdadí para jugar un cruel partido de polo, pues sus convicciones les impedían derramar la sangre de un soberano.
Quizá el destino depare al flamante califa un destino trágico bien servido por sus adversarios, aunque lo cierto es que su proclamación representa un gesto de enorme poder en un momento nada aleatorio.
La Primavera árabe no ha depositado el poder en manos de los islamistas. En Egipto han sido relegados gracias a los eficaces oficios de las fuerzas armadas. El ejército también arbitra la política turca, induciendo penosos gradualismos a los ojos de los radicales.
La muerte de Bin Laden dejó a los wahhabitas sin su caudillo más señero, perdiéndose la posibilidad de destronar de la protección de los Santos Lugares de La Meca y Medina a titulares acomodaticios con EE. UU. La proliferación de grupos más o menos ligados a Al-Qaeda introduce perplejidad en el variopinto universo yihadista.
Fogueados en la guerra civil siria, los yihadistas que avanzan por territorio irakí han lanzado un órdago en toda regla. Se está a su favor o se está en contra, sin medias tintas, censurando toda acomodación que según su criterio conduce al fracaso.
Esta llamada a la causa se realiza en un ramadam de la era digital, cuando la receptividad de muchos está a flor de piel. Sus consecuencias pueden ser muy serias en el complejo entramado urbano de Europa, lleno de bolsas de marginación, y en el Oriente Próximo.
La prudencia de EE. UU., no exenta de grandes complejos, puede alimentar la agresividad del Estado de Israel, que se siente desprotegido ante un nuevo aluvión islamista. El lamentable secuestro y asesinato de los jóvenes israelíes, seguido de otros hechos igual de deplorables, alimenta sobremanera el conflicto, especialmente cuando los pueblos se lo toman como algo muy propio, con su misma supervivencia. Nuestros tiempos son ciertamente peligrosos, pero al menos podemos decir que nada tienen de anodinos.