EL MESÍAS DE LOS ÚLTIMOS DÍAS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
A comienzos del siglo XVI la ciudad de Münster era una próspera sede episcopal del Sacro Imperio, donde los negocios interesaban a eclesiásticos y laicos por igual. Integrante de la Liga Hanseática, había acumulado una apreciable riqueza que no se distribuyó por igual entre todas sus gentes. Los gremios aspiraron a un trato fiscal más justo y a ejercer también el poder.
Tras la peste de 1529, la situación en Münster resultaba muy preocupante ante el acrecentamiento de la presión fiscal por la amenaza otomana y la revocación general de concesiones por parte de los grandes señores imperiales tras la derrota de la gran insurrección campesina del Sur del Imperio. Para colmo el obispo de Münster quería vender el obispado al de Paderborn y Osnabrück.
En el capítulo catedralicio muchos montaron en cólera y en 1531 el joven capellán Bernt Rothmann animó un fuerte movimiento de protesta que puso a la ciudad en manos de los gremios y del luteranismo.
Hacia allí se dirigieron los anabaptistas del Norte de Holanda, como el aprendiz de sastre Jan Bockelson o Juan de Leyden, firmes creyentes en la segunda venida de Jesucristo y en el Milenio que comenzaría con toda clase de calamidades. Rothmann terminó aceptando sus planteamientos y defendió la comunidad de bienes en términos religiosos, lo que desagradó a los potentados convertidos al luteranismo.
El 8 de febrero de 1534 las seguidoras de Rothmann, no pocas antiguas monjas, tuvieron entre fuertes espasmos visiones apocalípticas por las calles, aprovechándolo los anabaptistas para tomar la casa consistorial y el mercado. El golpe surtió efecto y los luteranos abandonaron la Nueva Jerusalén, a la que se invitó a los anabaptistas de las ciudades vecinas antes de Pascua, cuando el resto del mundo sería destruido por sus pecados.
A la Nueva Jerusalén llegó Jan Matthys, entablando estrechas relaciones con Bockelson y marginando a Rothmann. El 27 de febrero bandas de sus seguidores expulsaron de Münster a todos aquellos que no aceptaran su credo. Al día siguiente sus contrarios comenzaron el asedio de la ciudad con la ayuda del obispo.
Matthys impuso el terror y asignó a cada habitante una función. Los documentos crediticios y de contabilidad ardieron y se dispusieron almacenes comunitarios con los bienes decomisados. Trató de imponer por la fuerza el comunismo originario.
En Pascua el furibundo profeta hizo una salida guerrera contra los sitiadores, creyendo que era llegado el momento del triunfo. Terminó descuartizado.
Bockelson, dotado de una gran elocuencia, le tomó el relevo. A comienzos de mayo corrió desnudo por las calles para caer en trance místico durante tres días. El Señor le había revelado que la Nueva Jerusalén tenía que ordenarse de otra manera bajo doce dignatarios, entre los que astutamente incluyó a algunos poderosos. Los artesanos trabajarían para la comunidad, prohibiéndose el asesinato, el robo, la mentira, la insubordinación…
Al final también instauró, pese a algunas resistencias masculinas iniciales, la poligamia so pretexto que muchas mujeres habían quedado sin compañero y siguiendo los usos patriarcales del Viejo Testamento. Él llegó a disponer de quince mujeres. Muchas féminas lo encontraron ofensivo, pero se dictó una ley obligándolas a casarse llegadas a cierta edad. El divorcio también se reconoció. El gran historiador Norman Cohn, a quien seguimos, llegó a hablar de promiscuidad en el Münster de la época.
Como organizador militar fue mejor que Bockelson y repelió con éxito a fines de agosto de 1534 un fuerte ataque, granjeándole gran popularidad. Aprovechó el triunfo para proclamarse el Mesías de los Últimos Días. Se rodeó de una pompa extraordinaria, de la que hizo partícipes a sus mujeres y amistades. Prohibió los domingos y las fiestas tradicionales, cambió el nombre de los días de la semana y llegó a escoger el nombre de los recién nacidos. A los pobres les anunció riquezas sin cuento. Se intensificaron las demostraciones de terror contra todo discrepante.
Mientras los sitiadores se reorganizaron. En Coblenza a fines de 1534 los estados renanos acordaron cooperar más estrechamente contra semejante amenaza al orden social, pues desde Münster se enviaron predicadores a otros lugares del Imperio, cuya Dieta se sumó al esfuerzo militar.
El asedio se intensificó y el hambre hizo una terrible mella en los sitiados, sometidos a la salvaje disciplina del mesías. Dos hombres consiguieron escapar de Münster y mostraron los puntos débiles de la ciudad a los atacantes, que irrumpieron con furia la noche del 24 de junio de 1535.
Al Mesías de los Últimos Días lo torturaron brutalmente en público en enero de 1536 hasta morir. Su reina fue decapitada y su cuerpo fue expuesto en una jaula colgada de la torre de la céntrica iglesia de San Lamberto, junto a otras dos jaulas con cadáveres de dos de sus incondicionales. Así concluyó el sueño de Juan de Leyden, el antiguo aprendiz de sastre.