EL MADRUGADOR INTERÉS ESTADOUNIDENSE POR EL PACÍFICO ESPAÑOL Y EL NORTE CALIFORNIANO. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Cuando los recién nacidos Estados Unidos todavía discutían sobre la Constitución por la que habían de regirse, sus gentes ya demostraron sus energías y deseos de expansión. En septiembre de 1787 partió del puerto de Boston, al mando del capitán John Kendrick, la fragata Columbia, perteneciente al mismo George Washington.
Iba a emprender un largo viaje. Oficialmente, quería reconocer los establecimientos rusos al Norte de California, un área cada vez más codiciada por las grandes potencias, como España. En las islas de Cabo Verde hizo aguada, atravesó el cabo de Hornos, y las circunstancias de navegación la condujeron a la isla de Juan Fernández.
Dependiente de la capitanía general de Chile, su gobernador era Blas González, que atendió a los expedicionarios. Llevaban una recomendación del cónsul francés en Boston. Informaron que un temporal había separado a su paquebote, tripulado por diez hombres, a unas cien leguas. Ahora les era imperativo rehacer sus mástiles, la caña del timón, abastecerse de leña y abastecerse de agua dulce.
El gobernador español los trató con deferencia, pues eran aliados y no les descubrió malas intenciones. Provistos de mapas e instrumentos de pilotaje, la fragata disponía de dos cañones de a seis a popa, a cada banda, además de cuatro pedreros. El capitán, con la ayuda de tres subalternos, estaba al frente de una tripulación de cuarenta hombres, dieciocho de los cuales eran muchachos de doce a dieciséis años.
Llamó particularmente la atención de los españoles el diseño de la Columbia, diferente a una fragata europea. La batería de popa se emplazaba en la toldilla, al nivel del alcázar. Debajo de la toldilla se encontraba la cámara de popa, a la que se accedía por una escalera de caracol. Las cámaras de los oficiales se consideraron buenas. La bitácora se encontraba al descubierto al pie del palo de mesana, donde los timoneles manejaban el timón. La cocina y el horno se alojaban en una pieza situada entre el palo mayor y el alcázar, y la herrería y la carpintería en otra entre el palo mayor y el trinquete.
El tranquilizador mensaje del gobernador no fue compartido por otras autoridades del imperio español, que tenían muy en cuenta las acciones de corso y colonización de otras potencias en los mares del Sur. La cédula del 25 de noviembre de 1692 estipulaba que toda nave extranjera que no tuviera la licencia de la corte debía ser tratada como enemiga, aunque fuera de un país aliado.
El 1 de agosto de 1788, la información llegó a Lima, al virrey del Perú, y desde allí al de la Nueva España. El 27 de noviembre de 1788 el virrey Manuel Antonio Flórez escribió desde México al secretario de Marina Antonio Valdés. Las distancias del imperio español no agilizaban precisamente la resolución de las distintas cuestiones.
Desde la Nueva España se desconocía la fuerza militar exacta del virrey de Perú, que debía proteger una dilatadísima línea de costa, harto complicada de fortificar en la medida de lo deseable. El puerto de San Blas servía de base de información en un Pacífico cada vez más disputado, en el que los jóvenes Estados Unidos ya manifestaban sus apetencias.
Fuentes.
ARCHIVO GENERAL DE INDIAS.
Estado, 20, N. 39.