EL INTERNACIONAL ÉBOLA. Por Antonio Parra García.
La terrible enfermedad tomó hace casi cuatro décadas su nombre del río congoleño hasta entonces sólo conocido por geógrafos beneméritos. En el 2014 ha atacado con virulencia Nigeria, Sierra Leona y Liberia.
La enfermedad no se propaga en el vacío, sino en unas tierras atormentadas por enormes problemas. El Estado o el poder que dice representar la autoridad sobre un territorio delimitado en el mapa nada tiene que ver con el europeo. El respeto a la ley brilla por su ausencia y las facciones rivales se acometen con saña, haciéndose fuertes en determinados enclaves territoriales aprovechándose de los vínculos etnoculturales de forma torticera. La preocupación por el bienestar sanitario y educativo de sus tutelados brilla en muchos casos por su ausencia. En Liberia y Sierra Leona el legado de las recientes guerras civiles lastra considerablemente el desarrollo futuro. Los tristemente célebres círculos de la miseria se agrandan, y cada cual trata de escapar de sus opresivos lazos de la mejor manera que puede. En Liberia la explotación de los recursos naturales se convierte en patrimonio de fuerzas locales lo suficientemente contundentes como para imponer su privativa ley de la selva. Cuando se descubren bolsas petrolíferas no se transforman en elemento de prosperidad nacional al estilo noruego, sino en nuevos motivos de desgarradora discordia entre propios y extraños, como sucede en Nigeria.
En estos días de agosto el África Occidental ya no se nos muestra tan remota, en especial cuando países como España deben repatriar a cooperantes enfermos. La Organización Mundial de la Salud declara la gravedad de la situación, y el problema se plantea en toda su magnitud. ¿Qué hacer? Confiar en las autoridades locales no se antoja muy realista, y dejar que la enfermedad siga su curso es suicida. La emigración masiva de muchos subsaharianos, que alcanzan la valla de Melilla, implica un riesgo incalculable. Los trastornos sociales sembrados por la epidemia pueden tener nefastas consecuencias, agudizando los problemas de territorios que ya son presa del fanatismo. En el Norte de Nigeria los integristas islámicos ya han proclamado ruidosamente su causa.
No existe un gravísimo problema en el espacio exterior, del estilo de los que se comunicaba a Houston, sino en el centro del África atlántica. Ante este tipo de contingencias se hace muy necesaria la presencia efectiva de la Unión Europea, con plena responsabilidad en la custodia efectiva de su expuesta frontera meridional y capaz de equilibrar a EE. UU. en la zona afectada. Su pasado colonial no tiene que interpretarse como recuerdo imperialista embarazoso, sino como experiencia en sus cuestiones más sensibles. Al igual que la cuestión de Ucrania nos muestra la necesidad de una UE fuerte y con voz, la epidemia de ébola exige que actúe como tal por el bien de todos.