EL INCIPIENTE PODER NAVAL NEERLANDÉS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
El 24 de octubre de 1648 firmaron la paz de Münster los representantes de España y de las Provincias Unidas de los Países Bajos, poniendo fin a una larga guerra de unos ochenta años. La monarquía española esgrimió un considerable poder militar y en 1580 incorporó los dominios de Portugal, pero no logró acabar con su adversario. Es más, las Provincias Unidas no sólo consiguieron sobrevivir, sino también pasar a una amplia ofensiva política, militar y comercial, en la que el poder naval resultó esencial.
Los mercaderes de las ciudades de los Países Bajos de finales de la Edad Media habían financiado la protección de sus naves para enfrentarse a los ataques de la piratería. Por otra parte, las autoridades municipales habían concedido licencias para el corso, una actividad harto lucrativa. Estos procedimientos eran los habituales de la Europa coetánea. Aunque podían ser puntualmente eficientes, pecaban de dispersión ante un peligro mayor. Consciente de ello, el emperador Maximiliano I promulgó el 8 de enero de 1488 como señor de los Países Bajos la ordenanza sobre el almirantazgo.
El mando unido fue apreciado por los contrarios a la autoridad de Felipe II. En 1575, cuatro años antes de la Unión de Utrecht, la Holanda del sur estableció su propio almirantazgo, seguido del de la Holanda del norte en 1585.
La formación de la república de las siete Provincias Unidas no evitó las disensiones entre sus integrantes, hasta tal punto que el conde de Leicester (comandante de las fuerzas inglesas aliadas) tuvo que establecer nuevas instrucciones para el almirantazgo en 1586, cuando también se crearon los consejos navales de Veere, Rotterdam y Hoorn. Su organización se mejoró en los años siguientes. La junta general del almirantazgo se estableció en 1596 con comisionados de todas las provincias, lo que no evitó las tiranteces entre holandeses y zelandeses, y al año siguiente se estructuró en cinco juntas (como las de Zelanda o Ámsterdam) con la misión de construir, equipar y mantener flotas de guerra. Representado por un teniente, el príncipe de Orange recibió el título de almirante general. La coordinación de esfuerzos también se hizo visible con la creación en 1602 de la compañía de las Indias Orientales.
La introducción del aserradero en 1593 permitió trabajar con mayor eficacia la madera llegada de territorio alemán y báltico, lo que impulsó la construcción naval. Los impuestos de protección sobre los convoyes y las licencias de comercio con los enemigos españoles sufragaron inicialmente el gasto. Ya las ciudades recaudaban sus propios impuestos, y en 1606 se aplicó el impuesto sobre las chimeneas. Sin embargo, el deseo de ganancia y el afán de lucha de más de uno impulsaron decisivamente el incipiente poder naval de las Provincias Unidas.
Sus flotas se lanzaron contra los objetivos hispánicos en distintos mares. En la batalla de Gibraltar del 25 de abril de 1607 sus veintiséis buques y cuatro cargueros derrotaron a las veintiuna naves de España, que se mostró más inclinada a las negociaciones de tregua.
A partir de 1623 los registros de las naves de las Provincias Unidas comenzaron a ser más fiables, y en 1632 se aprobaron las tres categorías de diseño de naves. Hasta 1648 los buques neerlandeses fueron relativamente pequeños, con una sola cubierta. Se trataba de una nave barata de construir, con capacidad de carga y rápida, bien servida por una tripulación experimentada. Aunque los buques eran propiedad de las cinco juntas del almirantazgo, se alquilaron los servicios de los de particulares o de las compañías de Indias. En la batalla de las Dunas (21 de octubre de 1639), la escuadra de Tromp dispuso de ciento diecinueve naves frente a las cien españolas.
Esta práctica, seguida por otros poderes europeos de la época, creó serios problemas de uniformidad en punto de maniobra, capacidad de navegación y velocidad al generalizarse la táctica de línea. Posteriormente a la paz de Münster, las Provincias Unidas decidieron construir en 1652 buques más grandes para combatir a sus rivales ingleses, reevaluando sus categorías. Al siguiente año, se aprobó que de las atarazanas de las Provincias Unidas salieran sesenta buques públicos. La guerra se hacía más costosa para las grandes potencias navales de la segunda mitad del siglo XVII, justo cuando las Provincias Unidas ya disponían de posesiones coloniales a proteger.
Para saber más.
Jonathan I. Israel, La República holandesa y el mundo hispánico, 1606-1661, Madrid, 1997.