EL GIRO COPERNICANO. Por Cristina Platero García.
El giro copernicano suele asociarse en la actualidad al hecho de describir un cambio radical, revolucionario, que coloca en otro punto de la órbita la realidad conocida o dada por sabida. Un giro como el que supuso la obra de Nicolás Copérnico (1473-1543), defendida más tarde por Galileo Galilei (1564-1642), siendo por ello juzgado y condenado a muerte. El polaco Copérnico, clérigo de profesión, fue en cambio más prudente que su homólogo italiano, y esperó hasta estar en el lecho de muerte para hacer pública su obra De revolutionibus orbium coelestium. Incluso entonces su editor afirmaba que el libelo era únicamente “una ficción matemática”, necesaria para explicar el movimiento de los orbes.
Nicolás Copérnico estudió en Italia, con Domenico Navarra de Ferrara, cuyas observaciones hicieron que recelara del sistema astronómico del griego Claudio Ptolomeo (ca. II d.C.), el cual concebía el Universo de manera geocéntrica. Copérnico atacó dicha teoría al no serle satisfactoria a la hora de razonar las traslaciones de los planetas del Sistema Solar.
Aquello suponía un ataque directo, primero, a los habitantes de este planeta, luego a Dios, por habernos hecho a su imagen y semejanza, por lo que aquello significaba negar el posicionamiento de Dios como centro del Universo. Nicolás Copérnico, no atacaría los dogmas de la comunidad a la que él pertenecía, y sus estudios aguardarían a ser publicados. Dicen que la paciencia es divina ciencia.
Tycho Brahe (1546-1601), danés, si bien no se decantaba del todo por la novedosa teoría heliocéntrica copernicana, sí en cambio aprovecharía algunas de sus apuntaciones para levantar unos primerizos mapas de constelaciones en su observatorio de la isla de Hven, bajo protección real (Federico II de Dinamarca). Invirtiendo 21 años de su vida, compuso el primer catálogo de estrellas por medio de la observación directa. El alemán Johannes Kepler (1571-1630), también bajo patrocinio monárquico (el de Rodolfo II, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico), había llagado a trabajar con Brahe, una vez que este dimitió de su puesto de Hven, y a su muerte continuaría sus observaciones.
Kepler sí que daría sustento a la teoría de Copérnico refutándola matemáticamente a partir de una serie de leyes, las conocidas posteriormente como Leyes de Kepler, que describen cómo los movimientos orbitales se producen alrededor del Sol describiendo además una figura elíptica (1ª ley), a una velocidad constante (2ª ley) y de igual forma para todos los planetas (3ª ley, que más tarde sería modificada al comprobar que aquellos planetas más alejados al Sol deben recorrer una distancia más larga por lo que tardan más en recorrer su elipse; su año es más largo). Aquellas ecuaciones serían decisivas para los trabajos de Isaac Newton (1643-1727) y para la formulación de su Ley de gravitación universal.
Vemos pues, cómo el atrevimiento de Nicolás Copérnico, de colocar al Sol en el centro de nuestro sistema planetario estimula una serie de reveses en el corazón de la vieja Europa, que revolucionarían el campo de la ciencia, y que ayudarían a que esta avanzase a una mayor velocidad. No obstante, hemos de ser cautelosos a la hora de afirmar la Revolución Científica, como si antes de ella no hubiera habido “ciencia”. No hemos de olvidar la obra de los científicos grecolatinos, como tampoco hemos de olvidar a tantos y tantos eruditos musulmanes comprendidos entre el siglo IX y XIII fundamentalmente. Y, acuérdese también el lector curioso que un giro copernicano sería aquel de 180°, ya que con 360° nos quedamos en el mismo lugar.
Jan Matejko, El astrónomo Copérnico o Conversaciones con Dios, 1873.
FUENTE:
- Historia del Hombre. Dos millones de años de civilización. Selecciones del Reader’s Digest, S.A., Madrid (1974).