EL GENERAL QUE QUISO DOMINAR CARTAGO. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
La victoria final de los romanos asoló Cartago, pero no logró borrarla de la Historia. La destrucción de sus archivos, tan lamentable y tan lamentada, no ha anulado las menciones a su grandeza y a algunas de sus particularidades hechas por autores griegos y romanos de renombre, desde Aristóteles a Justino entre otros.
La investigación arqueológica y la interpretación antropológica, por la vía de la comparación con otros pueblos de la Antigüedad, han hecho retroceder el desconocimiento de la historia cartaginesa en cierta medida. Para varios autores los pérfidos cartagineses se asemejan bastante a los griegos.
Un pasaje del historiador del siglo II Justino quizá referido a acontecimientos ocurridos en el siglo VI antes de Jesucristo ha ocasionado no pocas dificultades. Quizá se tratara de una distorsión en términos culturales de unos hechos con una dimensión auténtica muy distinta. Lo cierto es que disponemos de pocos relatos así.
Los cartagineses se encontraban enzarzados en guerras contra otros pueblos mediterráneos. Trataron de dominar Cerdeña, pero los pobladores nuráguicos vencieron al general Malco. A su regreso a Cartago fue encontrado responsable del desastre y se le desterró junto al resto de los soldados supervivientes. Por el momento las asambleas ciudadanas cartaginesas mantenían a raya a los comandantes de las unidades mercenarias. La monarquía de la que nos habla el mito de la reina Dido pertenecía al pasado a través de unos hechos que se nos escapan hoy por hoy.
Los expulsos se agruparon y retornaron decididos al territorio africano. La fuerza llegó a poner sitio a Cartago.
El sacerdote de Melqart, el Hércules fenicio, era el hijo del general, Cartalón. Terminaba de regresar de Tiro de entregar el diezmo del botín de Sicilia, otra de las tierras apetecidas por los cartagineses por su situación estratégica y sus recursos. Tiro era la ciudad fundadora de Cartago, a la que todavía se le rendía pleitesía religiosa.
Malco animó a su hijo a sumarse a su causa, pero al principio declinó la oferta paterna. Tras conseguir la autorización popular, se sumó a los sitiadores. El gobierno oligárquico de grandes mercaderes y terratenientes de la ciudad causaba ya un agudo descontento social.
Cartalón, lejos de encontrar el reconocimiento de su padre, acabó crucificado con sus ropajes sacerdotales por no sumarse desde el primer momento. Tal crueldad ha sido interpretada por algunos autores como la renovación del sacrificio de los primogénitos a las claras.
El general y los suyos entraron en la ciudad finalmente con la simpatía de ciertos grupos populares. Entonces pagaron muy cara su sentencia aquellos prohombres que los desterraron. Se instauró una nueva autoridad, que algunos han comparado con la tiranía griega, en la que un hombre de acción desplaza del poder a las familias aristocráticas con la ayuda de los descontentos de los grupos medios e inferiores de la sociedad.
A diferencia de lo que acontecería en Atenas, la tiranía no dio paso a un sistema de gobierno de mayor participación popular y en Cartago los oligarcas volvieron a hacerse con el poder con matices. Bajo la Constitución cartaginesa consignada por Aristóteles se ocultaba todo un pasado de combates y aspiraciones políticas.