EL FRANQUISMO EN EL CORAZÓN DE LA GUERRA FRÍA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

11.03.2021 16:19

 

                Los cambios de los años cincuenta.

                En 1951, la dictadura de Franco había derrotado a muchos de sus contrarios, pero aquel año estalló una sonada huelga de tranvías en Barcelona. La falta de energía eléctrica y la subida del precio de los alimentos llevaron a la misma a unas 300.000 personas. El capitán general Juan Bautista Sánchez se negó a sacar las tropas a la calle y se enviaron fuerzas de otros lugares de España. En los incidentes murió un niño de cinco años por disparos de la policía. Se procesó a 400 obreros y se despidió a otros 6.000. En Bilbao, Vitoria y Pamplona también hubo protestas y en Madrid los falangistas tuvieron que subir a los tranvías.

                Franco se vio obligado a cambiar su gabinete y dar entrada a una mayoría de ministros del ala católica del régimen. En aquel nuevo gobierno entraría Luis Carrero Blanco, que se convertiría en el hombre de confianza de Franco.

                Las rigideces de la política autárquica habían hecho tocar fondo a la economía española y entre 1952 y 1956 se fueron rebajando legalmente. Las cartillas de racionamiento desaparecieron, La creciente llegada de capitales internacionales permitió aprovechar las posibilidades económicas de una España con una enorme cantidad de mano de obra barata, cuando el éxodo rural hacia las ciudades empezaba a cobrar fuerza.

                El concordato con el Vaticano.

                La Iglesia católica gozaba de un enorme peso dentro del régimen, teniendo asiento en sus instituciones muchos de sus miembros. La moral del nacional-catolicismo era la imperante y en la educación su predominio era visible. Regentaba en 1950 unos 900 centros de enseñanza secundaria frente a los 119 del Estado.

                Los católicos del régimen también hicieron valer sus contactos e influencia internacional en Italia y Estados Unidos, alentando un acuerdo con Washington. Uno de los grandes aliados en Europa de los Estados Unidos era el Vaticano, que temía la difusión del comunismo en Italia y avizoraba la posibilidad de una tercera guerra mundial. La firma del concordato con la España de Franco la legitimaba internacionalmente y facilitaba el acuerdo hispano-estadounidense.

                El 27 de agosto de 1953 se firmó el mismo, en el que se reconocieron las grandes prebendas de la Iglesia católica. No pagaría ningún impuesto, dispondría de justicia y cárceles especiales y el Estado sufragaría la instalación de cinco nuevos obispados y la reparación de iglesias y seminarios dañados por la Guerra. Las causas de separación matrimonial se llevarían ante el tribunal de la Rota.

                A cambio, se entregó a Franco el derecho de presentación de obispos, propio de las monarquías del Antiguo Régimen para lograr un episcopado fiel. El dictador presentaba tres candidatos a ocupar un obispado, la terna, ante el Vaticano, que debía escoger entre los mismos. Todos los días, deberían elevarse preces por él.

                En 1958 fue elegido Papa Juan XXIII, que a diferencia de su antecesor Pío XII se mostró mucho menos complaciente con el franquismo, refiriéndose a la Guerra Civil como “lamentable contienda” y “dar mi bendición a todos los españoles sin ninguna clase de reserva”. Anunció en 1959 el Concilio Vaticano II, que transcurriría hasta 1965, aportando grandes cambios a la vida de la Iglesia católico, que repercutieron en la vida interna del franquismo.

               Los pactos con los Estados Unidos.

                Desde 1947, Estados Unidos y sus aliados europeos temían un ataque soviético, que fuera capaz de desbordar sus defensas en Alemania Occidental por la superioridad numérica de sus carros de combate. La península Ibérica, con su muralla pirenaica, podía ser el punto desde el que se lanzara una gran contraofensiva. La armada estadounidense resaltó el valor estratégico del eje Canarias-Gibraltar-Baleares.

                Con el estallido de la guerra de Corea en 1950, se acrecentó la necesidad de incorporar a España a los esquemas defensivos de Estados Unidos, pues se consideró que de estallar otro conflicto mundial se haría de rogar en exceso para lograr condiciones favorables. Las pésimas carreteras españolas, además, dificultarían sus movimientos contra los soviéticos y su numeroso ejército no sería de gran utilidad por sus carencias de equipamiento.

                Se descartó el ingreso de España en la OTAN, creada en 1949, y Franco llegó a manifestar a un corresponsal estadounidense “esa organización sin España, es como una tortilla sin huevos”. Además de las delicadas cuestiones ideológicas, Gran Bretaña y Francia temieron que tal incorporación disminuyera el compromiso defensivo estadounidense ante una primera acometida soviética, al contar con las defensas de los Pirineos.

                Se prefirió, pues, un acuerdo bilateral entre Estados Unidos y España. Sus negociaciones se iniciaron en 1952 y las últimas reticencias fueron vencidas tras la elección del republicano general Eisenhower como presidente de USA. Como un tratado tendría que pasar por el Senado, se prefirieron los pactos.

                El pacto de Madrid se firmó el 23 de septiembre de 1953 y fue seguido de tres pactos ejecutivos sobre suministro militar, ayuda económica y defensa, consistente en el establecimiento de bases militares estadounidenses.

                Para evitar que Washington se decantara por Portugal, estableciendo una gran base en las Azores, Franco hizo una generosa oferta. Se instalaron, fundamentalmente, tres bases aéreas en Morón, Torrejón de Ardoz y Zaragoza y una naval en Rota. Los estadounidenses trasladaron material de sus bases en Marruecos y fueron construyéndolas en los años sucesivos. Aunque eran de soberanía conjunta, Estados Unidos podía decidir cómo utilizarlas sin dar cuenta al gobierno español, llegándose a almacenar armamento atómico, pese a las protestas españolas.

                Las bases no sirvieron a la defensa española, sino a los intereses de la estrategia aeronaval estadounidense. El régimen de Franco logró reconocimiento internacional, siendo admitido como miembro de pleno derecho de la ONU en diciembre de 1955. El mismo presidente Eisenhower, en el curso de una gira, visitó brevemente Madrid en diciembre del 59, llevándose una grata impresión. El mismo Franco, que todavía recordaba a los pérfidos yanquis del 98 y que simpatizaría internamente con Fidel Castro, también se sintió eufórico durante aquellos días, pensando que se había acabado de ganar la Guerra Civil. Lo cierto es que los responsables del franquismo se sintieron plato de segunda de sus poderosos aliados.

               La naturaleza de la Ayuda estadounidense.

                 Entre 1953 y 1963, Estados Unidos concedieron 456 millones de dólares para material de guerra, adquiriendo las fuerzas armadas españolas armamento de segunda mano estadounidense, el empleado en la pasada guerra de Corea.

                También otorgaron por distintos medios 1.500 millones para alimentos, algodón y carbón estadounidenses, pero la realidad fue mucho más triste. Las entidades españolas interesadas en la Ayuda presentaban un proyecto, a estudiar por los ministerios de Comercio de ambos países, aunque solo el estadounidense podía rechazarlo. Si se aprobaba, Estados Unidos financiaba en dólares a la empresa exportadora que vendía sus productos en España y la importadora española depositaba el equivalente en pesetas en el Instituto Español de Moneda Extranjera, dependiente del Banco de España.

                El 10% del dinero conseguido iba a parar a los gastos de la misión militar estadounidense en España, el 60% para la construcción de las bases militares y el 30% para infraestructuras con el beneplácito estadounidense. De esta forma, los Estados Unidos exportaron sus excedentes a España (como maquinaria considerada imprescindible) y la misma España pagó la construcción de las bases. Con la Ayuda, se calcula que el déficit español aumentó a los mil millones de dólares. A este respecto, la película dirigida por Luis García Berlanga Bienvenido, Míster Marshall (1953) resultó casi profética.   

                La nueva oposición al franquismo.

                Con todo, los cincuenta trajeron una nueva oposición al régimen, la estudiantil. En febrero de 1956 hubo enfrentamientos en la Universidad de Madrid entre falangistas y estudiantes del Sindicato Español Universitario (SEU), favorable a unas elecciones universitarias libres. Tras los mismos, se destituyó a Ruiz Giménez como ministro de Educación y a Fernández Cuesta de la Secretaría General del Movimiento.

                En 1958 estallaron huelgas, tipificadas de delito, en Asturias y en Cataluña. En la minería de la hulla asturiana se crearon comisiones de obreros entre los huelguistas, al margen de los enlaces sindicales oficiales. El 14 de marzo de aquel año se llegó a suspender el Fuero de los Españoles y se estableció el estado de excepción en Asturias por cuatro meses.

                La nueva definición del régimen.

                En 1957 el falangista Arrese quiso reforzar el poder de la Falange, pero alzó una gran oposición en el resto de las familias del régimen. Carrero Blanco se opuso. Los monárquicos tildaron de totalitario a su proyecto y los católicos de contrario a las doctrinas papales. Franco le dio carpetazo en febrero de aquel año.

                Del mismo, solo sobrevivió la Ley de Principios del Movimiento Nacional, la sexta Ley Fundamental. El Movimiento no era un partido, sino una comunión. El régimen se autodefinía ahora como monárquico tradicional, católico, social y representativo, por la representación orgánica a través de las entidades naturales de la vida social (la familia, el municipio y el sindicato).

                El 1 de abril del 59 se inauguraba el Valle de los Caídos con un gran acto propagandístico.

                La independencia de Marruecos y sus implicaciones.

                En marzo de 1956 Francia concedió la independencia a su dominio de Marruecos y aunque Franco intentó convencer al sultán Mohamed V que no estaba en condiciones de ejercer el poder, tuvo que otorgarla también al área de protectorado español en abril de aquel año.

                En la ONU, España hizo de la necesidad virtud: reclamó Gibraltar dentro del movimiento descolonizador, con el apoyo de los países iberoamericanos y árabes. Gran Bretaña tuvo que avenirse a celebrar conversaciones, mientras al frente del ministerio de Exteriores se ponía a Fernando María Castiella, del grupo católico y menos complaciente con los Estados Unidos.

                Sin embargo, el Marruecos de Mohamed V tenía aspiraciones territoriales. Tropas irregulares marroquíes se introdujeron en las posesiones del África Occidental española, como Ifni, atacando el faro del cabo Bojador en noviembre de 1957. La Legión, llegada a Ceuta y Melilla por puente aéreo, se dirigió al asediado Sidi Ifni a través de Canarias. La flota española maniobró frente a Casablanca. Cazas franceses colaboraron con los españoles en la dispersión de los atacantes. Las operaciones duraron hasta junio del 58. Murieron en aquella verdadera guerra secreta, al ser censurada en la prensa, unos 280 soldados y 500 fueron heridos.

                El cambio de rumbo en la política económica, el Plan de Estabilización.

                El 25 de marzo de 1957 se firmó, tras no pocas negociaciones, el tratado de Roma, el fundacional de las Comunidades Económicas Europeas, la actual Unión Europea. España estuvo ausente entonces y era junto con Portugal el país más pobre del continente.

                En 1956 emigraron 156.000 españoles al resto de Europa y 115.000 a Iberoamérica. El coste de la vida, la inflación, la deuda y el déficit no dejaban de aumentar. El Estado español necesitaba urgentemente fondos y en febrero del 57 los problemas llevaron a Franco a aceptar la recomendación de Carrero Blanco de dar entrada a dos técnicos del Opus Dei: Alberto Ullastres en Comercio y Mariano Navarro Rubio en Hacienda, por mediación de López Rodó.

                Se propuso la liberalización de la economía y la reforma de la Administración. Se ingresó en el Fondo Monetario Internacional (FMI) y en la Organización Europea para la Cooperación Económica (OECE), a la que se presentó un Plan de Estabilización en julio de 1959, tras vencerse las reticencias de Franco, favorable a la autarquía.

                Para frenar la inflación, el cambio con el dólar subió de 42 a 60 pesetas y se elevó el tipo de interés de los créditos. Se hicieron recortes en el gasto público y se propuso reformar los impuestos. También se alentó la inversión extranjera.

                A cambio de la aplicación de tales medidas, España recibió ayudas de 175 millones de dólares por el FMI, de 45 por la OECE, de 253 por el gobierno de Estados Unidos (dentro de los convenios suscritos) y 71 en créditos de la banca privada neoyorquina. Tales aportaciones supusieron el 6% de la renta nacional española y la mitad de los ingresos del Estado, aunque lo más importante radicó en el cambio de políticas económicas, ahora de cariz neo-liberal.

                Tales medidas, al principio, supusieron para la gente común congelación de salarios y paro, lo que alentó más todavía la emigración hacia una Europa más próspera. Aquellos esforzados trabajadores fueron la avanzadilla real de un cambio sin precedentes en la castigada sociedad española.

                Para saber más.

                Julio Gil Pecharromán, Con permiso de la autoridad. La España de Franco (1939-1975), Madrid, 2008.

                Ángel Viñas, Los pactos secretos de Franco con Estados Unidos. Bases, ayuda económica, recortes de soberanía, Barcelona, 1981.