EL FRÁGIL EQUILIBRIO ENTRE NEGOCIOS Y GUERRA EN LA FRONTERA NAZARÍ. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

18.08.2024 11:34

               

                La frontera castellana con la Granada nazarí atrajo a comienzos del siglo XV a gentes de muy variada condición. Hacia 1397 llegaron tres avispados conversos, que tomaron vecindad en Córdoba. Se asociaron oportunamente con los pastores de la Mesta, que apacentaban sus ganados en los términos cordobeses durante la temporada invernal, y con los mercaderes que vendían ganado en el emirato de Granada.

                El hecho de avecindarse no fue una jugada hecha al azar, ni de lejos. La condición de vecinos les permitió que pastaran en tierras de Córdoba sus ovejas. Una vez engordadas, se vendían con gran ganancia a los granadinos. Sus beneficios fueron en detrimento del común de Córdoba, que contempló la merma de sus pastos y el encarecimiento de los precios de la carne.

                Las autoridades de la ciudad se quejaron al mismo rey Enrique III, que el 15 de abril de 1401 ordenó que los conversos no podían apacentar sus ganados más de doce días por sacada o venta a Granada, bajo pena de perderlos. Los beneficios logrados se aplicarían a las obras de las murallas de Córdoba.

                Algunos de los comerciantes que entraron en Granada resultaron ser algo más que simples hombres de negocios, como Juan de Samaniego. Aunque se hizo pasar por comprador de tejidos de seda en junio de 1406, era el embajador de Carlos III de Navarra ante el sultán Muhammad VII.

                Le llevó unos mensajes confidenciales: Enrique III se iba a reunir con Martín I de Aragón en Logroño para tratar el inicio de hostilidades contra el emirato. Enemigo de castellanos y aragoneses, el monarca navarro buscó apoyarse en Muhammad VII, prometiéndole el envío de tres naos con trescientas ballestas, trigo y abastecimientos.

                El granadino tomó buena nota, y apercibió sus castillos en la frontera, la línea de defensa del emirato. Ordenó hacer un alarde o revista de sus fuerzas desde Vera a Gibraltar, del que resultaron 7.373 jinetes retribuidos por el tesoro del sultanato y otros 3.000 (algunos comerciantes) sin ninguna clase de gratificación. Ciertos confidentes o espías informaron del particular al maestre de Alcántara. La disposición guerrera de los granadinos preocupó a los castellanos, por mucho que algunos de sus dirigentes se mostraran más comedidos. Además, Muhammad VII se había puesto en contacto con el sultán de Fez ante la inminencia de la ruptura de hostilidades.

                Tales tratos se sabían en la corte castellana por el embajador en Granada Gutierre Díaz, el escribano de cámara de Enrique III. Astutamente, Muhammad VII lo había recibido con cortesía. Más allá del juego diplomático, el embajador castellano actuó también como un verdadero espía, desvelando el punto débil de los granadinos. Desde hacía meses carecían del aceite y de las carnes necesarias, como las dispensadas desde Córdoba. Ante tal escasez, el abastecimiento desde Sevilla y Valencia resultaba crucial.

                Bien conscientes de ello, los aragoneses pensaron que lo más efectivo contra los granadinos sería utilizar la flota de galeras, el arma económica en suma. Sin embargo, era algo que también podía volverse contra ellos, dados los vínculos familiares y comerciales entre los granadinos y no pocos mudéjares valencianos. El delicado equilibrio entre negocios y política fue más allá de la redención de cautivos y de las parias.

                Fuentes.

                Documentos de Enrique III. Fondo Mercedes Gaibrois de Ballesteros. En línea.