EL FRACASO DE LA CAMPAÑA DE LA OMNIPOTENCIA. Por Verónica López Subirats.
La batalla librada en Simancas en el verano del 939 astilló las pretensiones de Abd al-Rahman III (el califa cordobés) a la omnipotencia, el enfático título que se dio a una campaña que se propuso tomar Zamora, punto fuerte del reino de León en la cuenca del Duero, y golpear con fuerza a los gallegos, como llamaban los andalusíes a las gentes aguerridas del heterogéneo territorio leonés.
Un autor tardío a los hechos, Al-Himyari, describió sumariamente los hechos casi cuatrocientos años después. Fue un recopilador casi enciclopédico de noticias históricas.
Los musulmanes, cuyo número pondera en 200.000 soldados, llegaron tras una larga marcha a través del sistema Central a los parajes de Simancas. Las tropas del califa de Córdoba comenzaron atacando. Los cristianos de Ramiro II de León se retiraron y los musulmanes atravesaron un foso. Sin embargo, el contragolpe cristiano fue contundente y cayeron unos 50.000 musulmanes en el campo de batalla. Uno de los consejeros del monarca leonés, Umaiya ibn Ishaq, recomendó no perseguir al ejército derrotado por temor a caer en una emboscada. Los cristianos se hicieron con un enorme botín en forma de riquezas, armas y tiendas de campamento. Sostiene Al-Himyari que si no hubiera mediado los cristianos hubieran aniquilado a los musulmanes por completo. De esta manera se convierte la traición a la persona de un gobernante en servicio a la causa del Islam.
A muchos historiadores les ha extrañado con razón que los leoneses combatieran a un poderoso enemigo con un foso a la espalda o que opusieran una reacción tan contundente tras un foso que podían cruzar los musulmanes. La comparación con Ibn Hayyan y Sampiro, más cercanos a los hechos, permite dilucidar ciertas cuestiones.
Las fuerzas califales libraron con las leonesas una primera batalla en la margen derecha del Pisuerga, al Noreste de Simancas, que podemos fechar el 19 de julio del 939 por un eclipse de sol mencionado de forma dramática en las fuentes. En este caso las tropas de Abd al-Rahman III se reducen a 100.000 hombres, cifra también excesiva. No consiguieron alzarse con la victoria y se retiraron hacia el Este, hacia tierras hoy en día sorianas. De camino hacia la alcarreña Atienza padecieron una sonada derrota en la jornada del barranco o de Alhándega, en la que los cristianos se abalanzaron sobre ellos. Se abandonó el campamento y un espléndido botín a los leoneses.
Si el objetivo del califa era afirmar su autoridad sobre la Península, la campaña fue un rotundo fracaso más allá de ciertos objetivos estratégicos. Abu Yahya de Zaragoza había pactado en el 936 con Ramiro II, que también contaba con el apoyo de Pamplona, pero la enérgica reacción califal lo recondujo a la obediencia forzada. La derrota del 939 puso de manifiesto las fallas del poder militar cordobés.
Las tropas de Abd al-Rahman III presentaban una calidad desigual, desde los soldados mercenarios a los reclutas. La ruta de invasión escogida obligaba a llevar demasiada impedimenta, que se tuvo que abandonar para salvar la vida. Los cristianos atacaron con rapidez y supieron aprovechar las circunstancias. El mismo Abd al-Rahman III no estuvo a la altura del generalato. Más intrépido que hábil, descargó su ira sobre sus subordinados, acusados de traición.
A partir de aquella fallida campaña, el califa se retiró de los campos de batalla y asumió un papel todavía más ceremonial, lejos de los avatares del mando militar. Se reforzó la red de fortificaciones de la frontera, paralelamente a la progresión de la repoblación cristiana al otro lado de la misma, y poco a poco se reforzaron las unidades mercenarias. De estos cambios sacó buen provecho Al-Mansur décadas después, lo que no dejaría de provocar serios problemas en el califato cordobés a la larga.