EL FRACASADO BLOQUEO HISPANO DE LA PIMIENTA HOLANDESA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

04.08.2022 11:10

               

                La cotizada pimienta impulsó a los europeos a emprender viajes de trascendentales consecuencias. En 1580, Felipe II se convirtió en rey de Portugal y sus dominios se acrecentaron notablemente, hasta tal punto que parecía gozar del monopolio de venta en Europa de la pimienta asiática. Sin embargo, los holandeses pronto lo desafiaron también es este campo. La lucha por tan valioso producto estaba abierta, mientras la guerra por las islas de las especias se declaraba a todas luces.

                Los holandeses pretendieron también venderla en los dominios españoles, donde los compradores se ahorraban de esta manera el pago de los derechos reales. Las prohibiciones no se hicieron esperar, y en 1606 los catalanes tuvieron vedado el comercio con los holandeses.

                El cierre legal de los puertos mediterráneos no los desalentó, y a la altura de 1616 habían articulado una ruta de entrada alternativa a su pimienta libre de impuestos. Los holandeses la mandaban a La Rochela, entonces una plaza de los hugonotes franceses, y desde aquí a San Juan de Luz, donde los mercaderes navarros de Pamplona, Tudela y Estella la introducían en Aragón y Castilla. Enviaban la pimienta en sacos empleados por los navarros para exportar lana, con señales identificativas, haciéndola pasar por azúcar en polvo.

                Las autoridades españolas montaron en cólera, particularmente las del reino de Aragón, donde sus ingresos por el cobro de las generalidades se resintieron. Recomendaron incluso la intervención de la Inquisición contra los contrabandistas, tachados de herejes por su origen holandés.

                El extremar la vigilancia en Guipúzcoa y Navarra no sirvió de mucho: al no llegar tanta pimienta por el puerto de Barcelona, fluía por otros caminos. El comercio fue tan lucrativo que incluso los ingleses se sumaron a los holandeses, y en 1620 se propuso no considerar parte de los acuerdos de paz con ellos la entrada de pimienta de la India.

                Para salvar la situación, se elogió la buena calidad de la pimienta de Lisboa, que debía comercializarse con la garantía de los documentos de pago de los derechos reales del Almojarifazgo de Sevilla o de la Alhóndiga lisboeta.

                La solución volvió a quedar en entredicho, cuando en 1623 se constató que en el puerto de Alicante las naves inglesas, cargadas con ropas y otras mercancías, desembarcaban pimienta. El Consejo de Guerra tomó cartas en el asunto, pero los compromisos militares de los años siguientes y la connivencia de más de una autoridad local con el contrabando convirtieron en inviable el cierre a la pimienta “enemiga”.

                 Fuentes.

                ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN.

                Consejo de Aragón, Legajos 0074, nº 003.