EL FLAUTISTA DE HAMELÍN RUMBO A LAS CRUZADAS. Por Cristina Platero García.
Quienes conocen el cuento o leyenda alemana difundida por el recopilatorio de los Hermanos Grimm a mediados del siglo XIX, sabrán que después de las ratas vinieron los niños. Cuando el flautista quiso cobrar su merecida recompensa por librar a la ciudad de Hamelín de las ratas, los lugareños se negaron a pagarle; como venganza, el músico, al igual que ya había hecho con los roedores, hipnotizaría a los niños, conduciéndolos hasta un lugar del que no regresarían jamás.
Normalmente los cuentos, los clásicos de toda la vida, aquellos que van transmitiéndose de abuelos a nietos y así sucesivamente, tuvieron su inspiración quizás en hechos históricos; o al menos en avatares relacionados con la naturaleza humana. En ocasiones, aspectos como la avaricia, la vanidad, la codicia, el deseo sexual, la mentira, la venganza, suelen formar parte de sus argumentos, en unos sucesos que desgraciadamente, en algunos casos, nos definen como persona, como algo atávico que irremediablemente viene a sucederse una y otra vez, como el cuento de nunca acabar.
La trascendencia de la toma de posesión de la ciudad de Jerusalén es algo que traspasa los límites de la espiritualidad. Cuando nos cuentan en la película de El reino de los Cielos, de Ridley Scott (2005), cómo el cristiano (Orlando Bloom) le pregunta a Salah ad-Din (Ghassan Massoud) “¿cuánto vale Jerusalén?” y este le contesta: “nada”, girándose a escasos pasos para decirle: “y todo”, entendemos que aquel reino situado en un lugar muy muy lejano está destinado a ser objeto de disputa. Un reino al que le quedaría por vivir aún muchas cruzadas.
Los fines mercenarios de los cruzados se pusieron de manifiesto particularmente durante la cuarta Cruzada. Tenían que pagar por adelantado a Venecia, que hacía su agosto en el transporte de huestes y obteniendo privilegios comerciales con los puertos de Oriente, 85.000 marcos de plata por los fletes con provisiones. Por otro lado, la ciudad de los canales reclamaba compartir la dirección de la Cruzada y disponer de la mitad de todas las posibles conquistas. En ese momento los cruzados fueron invitados a Constantinopla por un príncipe que aspiraba a reponer el trono a su depuesto padre. Pero cruzados y venecianos acabaron por conquistar y saquear Constantinopla (1204). Con aquel episodio, los cruzados empezarían a perder su prestigio.
Tesoros fueron robados y manuscritos destruidos. Los cuatro caballos de cobre que hoy se admiran coronando la catedral de San Marcos (sus réplicas, pues los originales están dentro del museo de la Basílica; el lector curioso puede admirarlos a través del enlace que se coloca en el apartado Fuentes), provienen de aquel sitio. Venecia entonces tomaba bajo su mando una zona de Constantinopla que pasaría a ser el Imperio Latino de Oriente, hasta 1261.
La más triste de todas las Cruzadas, en cambio, sería la Cruzada de los niños. Acaecida según los cronistas de la época en el 1212 (fecha fácil de recordar para aquellos que han de memorizar las fases de la conquista cristiana en tierras moras peninsulares -Batalla de las Navas de Tolosa-), y recibe tal nombre porque para ella los escritos apuntan que de 20.000 a 30.000 niños fueron persuadidos por un joven pastor francés que decía haber recibido una carta de Jesucristo con la encomienda de liberar los Santos Lugares del brazo musulmán.
Aquí es donde se mezclan los hechos con la leyenda. Si eran todos infantes y si le siguieron al compás de la música son incógnitas que forman ya parte del mito. La lógica nos invita a deducir que tal ingente cantidad de efectivos no llegaría a su destino; que muchos desertarían, abandonando la idea de luchar por Dios en tierras tan lejanas. Otros muchos, como cabe esperar, perecerían por el camino, y aquellos supervivientes, lo más probable es que fuesen vendidos paulatinamente durante el viaje como esclavos.
Se sucederían aún más Cruzadas (en Tierra Santa hasta nueve), hasta que en 1271 el Krak de los Caballeros hubo de rendirse, y Acre (o San Juan de Acre), el último bastión cristiano, caería veinte años más tarde (1291). Los musulmanes retendrían Jerusalén hasta la llegada de tropas británicas durante la Primera Guerra Mundial.
Nuestra historia, ambientada en unos años en los que la potente luz divina creó muchas sombras, ha narrado la pugna de la raza humana por el poder. Sus consecuencias son todavía de total actualidad.
Colocamos el enlace a la escena de la película a la que hacíamos mención. La épica americana siempre cautiva.
https://www.youtube.com/watch?v=CFgOWL5Yk_M
FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA:
- Los caballos de la Catedral de San Marcos de Venecia: https://amantesdelahistoria-aliado.blogspot.com.es/2013/09/los-caballos-de-la-catedral-de-san.html
- Historia del Hombre. Dos millones de años de civilización. Selecciones del Reader’s Digest, S.A., Madrid (1974).
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