EL FAR WEST, ¿UN IMPERIO A LA ESPAÑOLA? Por Víctor Manuel Galán Tendero.

27.09.2024 12:50

               

                Cuando los Estados Unidos ganaron su independencia, el poder español se extendía por una buena parte del interior de la América del Norte teóricamente. Los españoles conocían bien tanto la complejidad de las gentes que poblaban aquellos territorios como las ambiciones de los anglo-americanos. Con diplomacia, intentaron coaligarse con varias naciones amerindias y alzar un muro a la expansión de los jóvenes Estados Unidos, pero no lo consiguieron. Antes de la independencia de México, habían perdido una parte significativa de sus posesiones. Las enormes distancias se volvieron contra un imperio falto de colonos y de soldados, atento a una pesada burocracia y muy dependiente de la acción de los misioneros. El heredero de la Nueva España en Norteamérica, México, tampoco fue capaz de imponerse a los Estados Unidos. Las disensiones internas y los problemas económicos resultaron tan fatales como los ejércitos de su oponente.

                Aunque los ingleses en sus primeras expediciones habían tratado de seguir los pasos de los españoles, buscando ricas minas donde trabajaría la población indígena, su colonización terminó difiriendo. En la franja atlántica norteamericana no se encontró ningún Potosí, y sus poblaciones amerindias fueron diezmándose a medida que llegaban nuevas oleadas de colonos de Europa. Mientras en Nueva Inglaterra floreció una sociedad de comerciantes, pescadores y agricultores medios, en las colonias del Sur aparecieron extensas plantaciones trabajadas por esclavos de origen africano.

                Los nuevos Estados Unidos pronto ambicionaron crear un imperio de océano a océano, capaz de asomarse a la rica Asia oriental. En 1848 ya dominaban California. Poco después, se descubrió oro en Sutter´s Mill. Cientos de miles de inmigrantes llegaron atraídas por los beneficios, mientras la población amerindia cayó de las 150.000 personas de 1845 a las menos de 30.000 de 1870. La minería también tuvo importancia en Oregón, Nevada, Wyoming, Montana y Colorado. Al mismo tiempo que emergía en el Oeste un verdadero imperio minero, se iba consolidando otro ganadero, especialmente tras la guerra de Secesión. Los cowboys y los ranchos llegarían a formar parte de la iconografía de Estados Unidos por derecho propio.

                Unos nuevos conquistadores, capaces de imponerse al resto de la comunidad, fueron controlando aquel salvaje Oeste con sus armas, sus caballos y sus argucias. Emergía así una sociedad que tenía muchos puntos en común con la del imperio indiano de España, excepto en la cuestión del mestizaje. Ciertamente la capacidad industrial y financiera de los centros económicos de Estados Unidos era más eficiente y superior que la de la España metropolitana, tan al albur de las fueras extranjeras. Sin embargo, el ganado y la minería terminaron imponiendo un modo de vida hispánico en la América anglosajona.