EL ESPLENDOR DE LOS MILLARES. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
El estudio de la Prehistoria de la península Ibérica depara episodios tan apasionantes como el de la cultura de Los Millares, que ha atraído, atrae y atraerá el interés de investigadores y curiosos por el pasado. Los avances que se están verificando en el campo científico actualmente nos permitirán enriquecer en el futuro nuestra comprensión de una cultura y de unas gentes de las que ya disponemos de importantes noticias.
Durante un tiempo fue dominante la corriente que explicaba su formación en términos de asentamientos e influencias externas, de difusión colonial. Sin embargo, hoy en día se hace mayor hincapié en el desarrollo propio de las poblaciones de la región, especialmente con la aparición de aldeas en la cuenca de Vera, que llegaron a disponer de sepulturas de cámara sin corredor. Se trataría de poblaciones neolíticas veteranas y con un buen conocimiento del territorio, lo que sería una ventaja no pequeña de cara al futuro.
Entre el 3100 y el 2800 se produjo la aparición y primer florecimiento de la cultura de Los Millares, coincidiendo con unas condiciones climáticas de humedad mayores que las posteriores. Entonces apareció el poblado asociado a la explotación del cobre de la zona, en el escarpe delimitado por el río Andarax y la rambla de Huéchar. Tal ubicación defensiva se vio reforzada por la construcción de hasta tres murallas interiores. Indiscutiblemente, la preocupación por la seguridad era más que evidente, sin dejar a un lado posibles factores de prestigio ante otras comunidades.
Su mayor apogeo se verificaría hasta el 2450 antes de Jesucristo, a nivel general. La tercera muralla, mirando hacia el exterior, ganó fuerza, disponiéndose bastiones y barbacanas con aspilleras. Trece fortines, emplazados a distancia al Sur y al Este, protegieron el núcleo urbano. Albergaron espacios de almacenamiento, para moler granos y elaboración de puntas de flecha de sílex. La realidad de Los Millares era ciertamente compleja, y se ha planteado la proyección territorial de su poder político. Aunque ejercería algún tipo de control sobre una serie de núcleos cercanos, no sabemos si constituía algún tipo de reino o principado.
También se ha discutido sobre el carácter urbano exacto de Los Millares, pues llegó a alcanzar una extensión de cinco hectáreas, con una población estimada de unas 1.500 personas. Sus viviendas eran de planta circular, con un zócalo de piedra. No sabemos si se agruparían en ciertos tipos de barrios, pero se ha localizado un taller metalúrgico de planta rectangular. El trabajo del cobre era de singular importancia. En su ciudadela se emplazaba una cisterna, una previsión muy significativa.
Su necrópolis alcanzó una extensión todavía mayor, de trece hectáreas, con al menos ochenta grandes tumbas en forma de dólmenes de corredor. En una de éstas se han registrado hasta sesenta enterramientos. Del análisis de sus restos óseos se deduce la importancia del grupo de adultos. Quizá aquí no se diera sepultura a niños, no considerados miembros de pleno derecho del grupo familiar, caracterizado como un clan. Los betilos de las entradas de las tumbas se han interpretado como representaciones de los difuntos destacados de la gran familia.
La necrópolis da buena idea del arraigo de aquellas gentes a la tierra, en la que se criaron cerdos, bueyes y caballos, destinados al consumo y a las labores agrícolas, entre otras. La agricultura tuvo gran importancia, pero también la artesanía y el comercio, encontrándose en huevos de avestruz, ámbar, vasos de alabastro y peines de marfil de África y Asia. El gusto por el lujo era evidente, resultado de unas contactos mercantiles con comunidades alejadas.
Sus famosos ídolos de ojos pronunciados ejemplifican la complejidad de su mundo religioso, intelectual y simbólico, en un mundo de relaciones cada vez más estrechas entre grupos distintos. La presencia de vasos campaniformes hacia el 2250 antes de Jesucristo resulta elocuente al respecto. El origen de tales piezas es muy variado, apuntándose las tierras del Bajo Tajo como forjadoras de los de estilo marítimo, llegado al territorio de Almería.
Las comunidades de Los Millares se enfrentaron a partir del 2400 antes de Jesucristo con unas condiciones más áridas, que a veces han sido explicadas por problemas de deforestación. Lo cierto es que hacia el -2100 su ciclo vital se agotó. A partir de la dispersión de las poblaciones se conformaría en el territorio almeriense una nueva cultura, la de El Argar, que influiría en la de Las Motillas de la Submeseta Sur. El cambio cultural proseguía.
Para saber más.
Manuel Carrilero y Ángela Suárez, El territorio almeriense en la prehistoria, Almería, 1997.
Robert Chapman, La formación de las sociedades complejas. El sureste de la península Ibérica en el marco del Mediterráneo occidental, Barcelona, 1991.