EL ENCLAVE NAVAL HISPALENSE DE LA CORONA DE CASTILLA.
Los castellanos medievales, del Norte del Duero a las Canarias.
La toma de Sevilla deparó a Castilla un notable enclave naval, de enorme potencial, que atrajo a muchos comerciantes. En 1251 los genoveses obtuvieron su propio consulado en la ciudad. Durante la Baja Edad Media no pocos genoveses se naturalizaron, y en 1477 pidieron que no se les embargaran sus mercancías. Se perfiló en 1254 la jurisdicción del almirantazgo. A una ciudad de semejantes dimensiones Fernando III le otorgó el fuero de otra gran metrópoli, Toledo. Su barrio de la mar recibió una atención especial. Los cómitres, los maestres y señores de las naves, obtuvieron tierras y casas a cambio de mantener con una periodicidad de siete años embarcaciones tripuladas y armadas. Sus botines se repartirían a medias con el rey. Para finales del siglo XIV se han contabilizado sesenta y tres cómitres, verdadera patronal de la navegación de la Baja Edad Media.
Estas condiciones se hicieron extensivas a las galeras de las órdenes militares. Ya en 1253 el maestre de Santiago Pelayo Correa recibió de Alfonso X una galera a cambio de proveerla con treinta hombres de armas, diez ballesteros y ciento sesenta equipados de casco y escudo al modo de los galeotes durante tres meses al año. Para mantenerla, la orden recibió un heredamiento de mil seiscientas aranzadas de olivar e higueral en el Aljarafe, con sus casas y molinos, además de doscientos cincuenta maravedíes el primer año para ponerlas en explotación. La orden podía abastecerse de madera y material para los aparejos en los montes reales, pagando su transporte. El monarca escogería su cómitre. En caso de perderla por obedecer los mandatos reales, la orden no pondría a su disposición otra galera hasta transcurridos siete años. La orden de Santiago recibió casas, huertos y almacenes en Sevilla. La de Calatrava también recibió donaciones. En 1264 obtuvo los diezmos de Osuna, y en 1267 alcanzó sobre los mismos una concordia con el arzobispado hispalense.
En Las Partidas se distinguió entre la flota organizada por orden del rey para una campaña y la armada o escuadra de una acción más puntual. Tal despliegue naval fue parejo a la promoción de las atarazanas sevillanas desde 1252, cuando Fernando III ordenó hacer galeras y bajeles para pasar allende del Estrecho, pues a los musulmanes de aquende ya los veía vencidos. Semejante complejo de construcción naval se encomendó a la alcaidía mayor de los alcázares y atarazanas hispalenses, dispensándole la reserva de los montes de Villanueva del Camino y Constantina. Sus obreros, como los torneros, disfrutaron de franquezas y en terrenos como los de la Torre del Arzobispo pudieron alzar casas y lagares.
El puerto de las Muelas, en el Arenal, mantuvo su importancia durante la Baja Edad Media. Con el permiso del almirante mayor de Castilla, se comenzó a construir en 1475 el muelle del Guadalquivir. Muchos barqueros de origen sevillano enlazaron por las aguas fluviales la ciudad con Córdoba. Por el puerto hispalense salió parte del mercurio de Almadén, además de productos tan cotizados como sus aceites con destino a Brujas, Florencia, Túnez o Quíos, donde se elaboraba jabón. También se exportaron cereales, aunque la saca de pan debía ser autorizada por el rey. Desde puntos como Coria del Río se vigiló toda extracción ilegal. Los hornos sevillanos de cocción de bizcocho aprovisionaron a muchas embarcaciones.
El desarrollo naval y comercial del feraz territorio hispalense rentó importantes beneficios, grabados con alcabalas y sisas municipales, que costearon unidades de lanceros y espingarderos. En una ciudad tan animada, los diezmos del ladrillo alcanzaron una alta cotización. Afluyó el oro africano, además de la plata, y su Casa de la Moneda labró en 1440 hasta 792.000 reales argénteos. Las finanzas se vieron muy favorecidas por la liberalización de las tablas de cambios entre 1435 y 1445.
La Sevilla de la Baja Edad Media experimentó un verdadero crecimiento, con independencia de las circunstancias críticas de la época. De 1384 a 1485 su población pasó de 2.613 a 7.000 vecinos. La Sevilla de las grandes navegaciones atlánticas y de la Casa de la Contratación no surgió, evidentemente, de la nada, sino de una singladura ciertamente apasionante.
Víctor Manuel Galán Tendero.