EL EJÉRCITO VISIGODO DE FINES DEL SIGLO VII. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Situada entre la Antigüedad Tardía y la Edad Media más madrugadora, según distintos historiadores, la Hispania visigoda ha sido considerada hasta hace relativamente poco un reino condenado ya a la aniquilación en el siglo VII. Los musulmanes, con su rápida conquista, lo acreditarían con creces. Recientemente, sin embargo, se tiene una visión más comprensiva e incluso indulgente de aquellos visigodos.
Una de las cuestiones que han suscitado tal revisión ha sido la de la reforma militar, emprendida por reyes como Wamba, Ervigio y Égica. El ejército era una pieza esencial del Bajo Imperio Romano y de los reinos que lo sucedieron en el Occidente de Europa. Contundente demostración del poder de los Estados de su tiempo, podía llegar a consumir grandes recursos humanos y económicos, determinando claramente la política fiscal y la orientación social de las distintas monarquías.
Con el desarrollo de las relaciones de dependencia en el ámbito público, las de los aristócratas con sus dependientes de distinta categoría social y jurídica, los ejércitos se fueron feudalizando, para muchos, o prefiguraron algunas de las características de las huestes feudales, como sucedió en la Hispania visigoda del siglo VII.
Que la cuestión era tan importante como grave lo prueba que, al subir al trono en octubre del 680, Ervigio no pudo desentenderse de la reforma militar, emprendida por su depuesto antecesor Wamba, por mucho que intentara limar algunas de sus asperezas, pues la ayuda aristocrática había sido esencial en su elevación al poder.
Generalmente, se ha venido considerando que Ervigio no tuvo más remedio que plegarse a una realidad, la del predominio aristocrático en la vida pública, incluida la militar. Todo gran propietario debía acudir al combate con la décima parte de sus servidores y esclavos, convenientemente armados. Así pues, la fuerza militar visigoda reposaba por entonces en el poder de sus clientelas, que bien podían revolverse contra el rey, como sucedió en Guadalete.
Sin embargo, las disposiciones de Ervigio pusieron el acento en la prestación del servicio militar por los varones del reino. El gran propietario que desobedeciera la llamada perdería en consonancia la décima parte de sus dependientes, de los que dispondría el rey a su voluntad. Asimismo, todo duque, conde o gardingo que no acudiera a la llamada militar al lugar establecido padecería exilio y pérdida de sus bienes, de los que también daría cuenta el monarca.
La obligación iba más allá de los grupos dirigentes y aristocráticos, pues cualquier varón de condición plebeya que desobedeciera tal convocatoria sería flagelado, decalvado y multado con una libra de oro. También podría ser reducido a la esclavitud. La asociación, en este caso, entre libertad y uso de las armas era clara.
Ciertamente, Ervigio mitigó algunos extremos de lo dispuesto por Wamba, pero la voluntad de conseguir un ejército al servicio del rey es diáfana. La derrota ante los musulmanes de la tropa de don Rodrigo, años después, no evitó que la noción de servicio militar público de los varones libres pasara posteriormente a los reinos hispano-cristianos, que conocieron deberes como los de la hueste y la cabalgada.
Para saber más.
Luis A. García Moreno, Historia de España visigoda, Madrid, 1989.