EL DESARROLLISMO Y EL FINAL DEL FRANQUISMO. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
El final del franquismo en un mundo en transformación.
Entre 1960 y 1975, España vivió una notable transformación, a despecho del régimen franquista, que se presentó en la celebración de sus XXV Años de Paz (1964) como un modelo de orden y de gestión económica. Los años sesenta, los de la Década Prodigiosa, fueron de intenso crecimiento económico en Europa Occidental y Estados Unidos, con unos niveles de bienestar domésticos a nivel general que hubieran parecido inalcanzables no mucho antes, pero también de un extraordinario cambio en las costumbres sociales.
Las antiguas comunidades fundamentadas en el honor y en el qué dirán fueron dando paso a otras más abiertas, en las que cada persona podía decidir libremente quién era y qué deseaba hacer con su vida. La incorporación de muchas mujeres a la vida laboral fortaleció las reivindicaciones feministas y los jóvenes de las generaciones del Baby Boom reclamaron mayor protagonismo, cuando eclosionaba la cultura pop con grupos tan icónicos como los Beatles. Las relaciones sexuales fueron desprendiéndose de tabúes y el modelo de familia tradicional fue perdiendo fuerza. La religión perdió peso en la vida social y en el Concilio Vaticano II quiso acercarse la Iglesia católica a aquel mundo en ebullición.
Las protestas contra el estado de cosas existente se extendieron en los ambientes universitarios, donde el marxismo en sus distintas interpretaciones ganó mucho predicamento. Los libros de bolsillo y las revistas alcanzaron una gran difusión. Jóvenes de familias adineradas y de ideas conservadoras abrazaron las nuevas formas progresistas, mientras las protestas contra la guerra de Vietnam alcanzaron una gran notoriedad, más allá de unos Estados Unidos con fuertes tensiones racistas. En Europa, los sucesos de la Primavera de Praga y del Mayo del 68 francés no dejaron indiferentes a nadie. La televisión mostraba al final la cruda realidad de las imágenes en hogares y bares.
El deseo de cambio viajó por todo el mundo y llegó a la Spain is different! del eslogan turístico de Manuel Fraga. Las condiciones de los 30.455.000 españoles de 1960 eran muy distintas de las de los 35.688.000 de 1975, cuando murió Franco. Con gran esfuerzo, habían crecido en número y en riqueza como nunca antes y reclamaron un mundo mejor para ellos y sus descendientes.
El desarrollismo económico.
Con la aplicación del Plan de Estabilización (1959), se iniciaron una serie de políticas tendentes al desarrollo o crecimiento económico decidido. Su objetivo era sacar a España de la periferia de los países subdesarrollados, sometidos a los del centro dominante, apostando por la industrialización. Se trazaron para conseguirlo hasta tres Planes de Desarrollo, muy atentos a la industria automovilística y petroquímica.
En el primero, de 1964 a 1967, se establecieron polos de desarrollo industrial en Valladolid, Vigo, La Coruña, Burgos, Zaragoza, Sevilla y Huelva. Se apostó en el segundo (1968-71) por los polos Granada, Córdoba y Oviedo, interrumpiéndose el tercero (1972-75) por el impacto de la crisis del petróleo.
Sus resultados fueron discretos, pues no lograron frenar el éxodo de gentes en muchas regiones (avance de la actual España vaciada). A veces sin los equipamientos necesarios, a pesar de la construcción de viviendas de protección oficial, las ciudades crecieron. Sin embargo, el mapa de la industria española cambió en los sesenta al florecer en la franja mediterránea, más allá del foco de Barcelona, y en la conurbación de Madrid, cuya naturaleza económica experimentó cambios notables. La industria pesada en la cornisa cantábrica vivió años intensos. Con una economía mundial en crecimiento, se compraron a precios muy asequibles equipamientos y elementos tecnológicos de importancia estratégica.
Desde el régimen se habló del milagro económico español, en los términos de Japón o de la República Federal Alemana, casos muy distintos del nuestro. Lo cierto es que el supuesto milagro tenía causas bien prosaicas. El vital petróleo, como otras materias primas, pudo comprarse a precios muy bajos, lo que a medio plazo sentaría las bases de la crisis del petróleo.
Con un abultado déficit comercial, España pudo compensarlo con abultadas aportaciones de dinero entre 1960 y 1975. Entraron capitales internacionales por valor de 7.000 millones de dólares, pero también las divisas de los turistas y las remesas de los emigrantes.
En los sesenta ganó popularidad el turismo de sol y playa, con lugares tan emblemáticos como Benidorm o Torremolinos, que alteró profundamente el medio natural y la forma de vivir de muchas localidades costeras, antes pequeños pueblos de pescadores de existencia incierta. Venidos gran parte de los turistas de otros países de Europa Occidental mucho más libres, sus costumbres y hábitos no gustaron a más de un jerarca del franquismo, especialmente a los eclesiásticos, que se quejaron de la degradación moral. Las suecas alcanzaron una fama antológica. Lo cierto es que el turismo era un gran invento y solo en 1973 llegaron a la soleada España 34 millones de turistas, con importantes repercusiones en el transporte y la hostelería.
El deseo de mejora de muchas personas de la España campesina los impulsó a buscar fortuna en las ciudades, al calor del desarrollo industrial, y en otros países como Francia, Suiza, Bélgica o la República Federal Alemana, cuyas expansivas economías requerían mano de obra barata. Los españoles se sumaron a un movimiento del que también tomaron parte los portugueses y los italianos de las regiones más desfavorecidas. Muchas jóvenes marcharon fuera de sus hogares y trabajaron en la industria y en el servicio doméstico. Como el salario que lograban era superior al español, enviaban parte del mismo a sus familias para que pudieran ir saliendo adelante. Tales sacrificados dineros fueron las remesas de los emigrantes, que de 1960 a 1975 aportaron 6.000 millones de dólares a la España que tuvieron que abandonar. La canción El emigrante, de Juanito Valderrama, les rindió un cumplido homenaje. Más de dos millones de personas, a veces en situación ilegal, se vieron en aquella situación, lo que de paso mantuvo el paro a raya en un 2% de la población activa.
España crecía a un rimo muy superior al de otros países más ricos, iba dejando su naturaleza de país rural y entraba en la sociedad del consumo, con sus electrodomésticos, su SEAT 600 y sus cenas del sábado noche, pero su expansión dependía en exceso de factores externos, que a partir del 73 comenzarían a serle adversos.
La prosecución de la represión política y las protestas fuera de España.
En junio de 1962 se celebró el IV Congreso del Movimiento Europeo en Múnich, en el que los opositores al régimen (encabezados por Salvador de Madariaga) se opusieron a la entrada de la España de Franco, contrario a la Europa democrática, en la CEE. Se llamó en la prensa de la época el contubernio de Múnich a tal protesta.
Grandes quejas internacionales desató la ejecución en abril del 63 del comunista Julián Grimau por supuestos crímenes de guerra.
En diciembre de aquel año se trasladaron los delitos políticos de la jurisdicción militar a la civil con la creación del Tribunal de Orden Público (TOP), de triste fama.
Los tecnócratas en el gobierno.
Los especialistas técnicos en Economía y Hacienda vinculados al Opus Dei, entonces bastante influyente, conformaron el grupo de los tecnócratas, que gozaron del apoyo de Carrero Blanco. Se planteó entonces la prosecución del franquismo a la muerte del mismo Franco, con un régimen todavía más duradero.
En diciembre de 1966, en línea con ello, se aprobó la séptima y más importante Ley Fundamental, la Orgánica del Estado, la de su ordenación política. Carrero Blanco ocupó la vicepresidencia en 1967. El 22 de julio de aquel año, el príncipe Juan Carlos fue propuesto a las Cortes como sucesor.
Las opciones de los aperturistas o de los azules.
Las otras familias del régimen no se resignaron al predominio del grupo del Opus Dei y los falangistas (los azules), alrededor del ministro Solís, le plantaron cara desde la organización sindical. Solís llegó a propugnar el aperturismo de crear asociaciones dentro del Movimiento, lo que no toleró ni Carrero ni Franco en última instancia.
Otro ministro aperturista fue Manuel Fraga Iribarne, de Información y Turismo, que en 1966 suprimió la censura previa, pero penalizaba muchos contenidos. En aquel tiempos, Cuadernos para el diálogo, fundada en el 64 por el exministro Ruiz Giménez, alcanzó gran reconocimiento.
Dentro de esta línea, se permitió en 1967 una cierta tolerancia hacia los no católicos, pero también con restricciones.
El choque entre tecnócratas y aperturistas dentro del régimen.
A mediados de 1969 estalló el escándalo de Matesa, empresa de maquinaria textil que simuló ventas a la Argentina para embolsarse los créditos a la exportación.
Las Cortes franquistas crearon una comisión investigadora, algo insólito, que implicó a ministros tecnócratas en el fraude. Solís y Fraga lo intentaron aprovechar para deshacerse de sus rivales en el gobierno. Se filtraron informaciones comprometedoras en la prensa del Movimiento.
Sin embargo, Franco saldó la cuestión política destituyendo a los aperturistas del gobierno en octubre de 1969.
En el mundo de la Guerra Fría y de la Descolonización.
El triunfo en enero de 1959 de la revolución cubana, que fue asesorada por comunistas españoles, no benefició los intereses de la colonia de origen español en la isla, entre la que se encontraban bastantes sacerdotes. Con todo, las relaciones con el nuevo presidente de Estados Unidos, el demócrata Kennedy, resultaron mucho menos cordiales que con Eisenhower. Tampoco fueron mejores con su sucesor Johnson, por mucho que Franco enviara equipos de sanitarios a la guerra de Vietnam o previniera sobre la letalidad de sus guerrilleros.
En enero de 1966 tuvo lugar el accidente de la almeriense Palomares, en el que cayeron cuatro bombas termonucleares de un B-52 estadounidense, afortunadamente sin consecuencias mayores, que hubieran sido de una gravedad extrema. Con una presencia cada vez más impopular de fuerzas estadounidenses, se intentó mejorar las condiciones de los pactos con USA en 1968, sin resultados apreciables. La Francia de Charles De Gaulle, orgullosa frente a Washington, no podía suplantar ni de lejos al coloso norteamericano. Se consideró por el gobierno español el desarrollo de un programa de armamento nuclear, para mejorar su posición negociadora, y en 1972 comenzó a funcionar la central nuclear de Vandellós I, con la misión de fabricar la primera bomba atómica española.
La independencia de Argelia en 1962, tras una durísima guerra contra Francia, condujo a muchos pieds-noirs o argelinos de origen europeo a países como España. En la provincia de Alicante se establecieron unos 30.000, en cuya capital fundaron el Liceo Francés, con no poca novedad. La vinculación de muchos de aquéllos con la OAS, que intentaron asesinar a De Gaulle, agrió las relaciones hispano-francesas, con consecuencias en la frontera vasca.
Las conclusiones del Concilio Vaticano II no gustaron al ala más conservadora de la jerarquía eclesiástica y el ascenso al pontificado de Pablo VI en 1963 agradó menos al franquismo, pues como arzobispo de Milán había clamado contra sus fusilamientos. “Sofía Loren, sí; Montini, no”, clamaron los jóvenes falangistas por Madrid cuando fue elegido. Su designación reforzó la oposición de grupos católicos al régimen.
Según las recomendaciones de la ONU, el ministro de Exteriores Castiella preparó la independencia de Guinea, a la que en 1963 se había otorgado un estatuto de autonomía. En octubre de 1968 le fue dada la independencia, pero los roces entre el grupo de residentes españoles y el nuevo presidente Macías condujeron a una fuerte crisis diplomática en febrero de 1969. Se expulsó a la colonia española de Guinea Ecuatorial, perdiendo toda su fortuna allí.
La política descolonizadora se vinculó con el contencioso de Gibraltar. Gran Bretaña organizó entonces un referéndum en la Roca, abrumadoramente a favor de no formar parte de España, y la ONU lo invalidó, lo que aprovechó Castiella para ordenar el cierre de la verja de Gibraltar en junio de 1969, aislándola. Ningún gibraltareño aceptó la oferta de ciudadanía española hecha a continuación.
La oposición interna al régimen.
En aquellos años, se reactivó la oposición al franquismo con nuevas iniciativas. Ya hemos visto como el espíritu del Concilio Vaticano II animó que en las protestas tomaran parte grupos católicos e incluso algunos sacerdotes.
Catedráticos universitarios como Enrique Tierno Galván, que llegaría a ser el popular alcalde del Madrid de la Movida de los ochenta, apoyaron a las protestas estudiantiles. El SEU se disolvió.
La huelga asturiana del 62 alumbró las Comisiones Obreras, al margen del Sindicato oficial. El PCE tuvo más éxito en su reconstrucción interna de los sesenta que el PSOE.
La aparición de ETA.
Dentro del nacionalismo vasco conservador, se consideró Euskadi un territorio ocupado por un Estado invasor que estaba desvirtuando la identidad de su sociedad. En julio de 1959 apareció Euskadi Ta Askatasuna, Patria Vasca y Libertad, desgajada de las juventudes del PNV.
En 1962, bajo el impacto de la guerra de Argelia, se autoproclamó movimiento revolucionario de liberación nacional. En agosto del 68 asesinó en Irún a un comisario acusado de torturador, Melitón Manzanas.
El pulso de la ETA al Tardo-franquismo.
Entre 1970 y 1975, el régimen entró en su última fase, la del Tardo-franquismo, en la que se enfrentaron los más inmovilistas, los llamados ultras del Búnker (en recuerdo a los últimos días de Hitler), con los aperturistas que deseaban una reforma tutelada hacia la democracia.
En diciembre de 1970 se llevó a cabo el Juicio de Burgos contra dieciséis miembros de ETA, dos de ellos sacerdotes. Condenados a muerte, hubo fuertes protestas y se les conmutó la pena.
El 20 de diciembre de 1973, ETA atentaba mortalmente contra Carrero Blanco, haciendo volar literalmente su vehículo por la detonación de la bomba. Se llamó en clave Operación Ogro y ha dado pie a distintas disquisiciones posteriores, pues la desaparición de Carrero imposibilitaba verdaderamente el franquismo sin Franco, al que conmocionó el atentado. Dentro de la estrategia de ETA, la desaparición del franquismo sería el primer paso para la consecución de la independencia vasca.
Fernández Miranda se encargó brevemente de la presidencia. El cardenal Tarancón, partidario de las reformas políticas, fue vituperado en el funeral de Carrero Blanco por los ultras Guerrilleros de Cristo Rey al grito de “Tarancón, al paredón”.
Los difíciles equilibrios de Arias Navarro.
En enero de 1974 se encargó la presidencia de gobierno a Carlos Arias Navarro, con la exclusión de los tecnócratas. Se intentó conseguir un cierto equilibrio entre continuistas y aperturistas y se habló del espíritu del 12 de febrero, con la posibilidad de crear asociaciones políticas, pero no partidos como tales.
Sin embargo, el ambiente no se calmó. Se instó a marchar al arzobispo de Bilbao Añoveros y se ejecutó al anarquista Puig Antich, con no escaso rechazo internacional. La Revolución de los Claveles en el vecino Portugal (25 de abril de 1974), protagonizada por militares contrarios a la dictadura, preocupó sobremanera en los círculos franquistas, máxime cuando se descubrió la Unión Militar Democrática, fundada en septiembre del 74.
Franco permaneció hospitalizado entre julio y diciembre de aquel año, encargándose de la jefatura del Estado el príncipe Juan Carlos, mientras los atentados de ETA forzaban una intransigencia mayor. La crisis del petróleo se había iniciado el año anterior, con unas consecuencias funestas para la economía y la sociedad españolas.
La nueva organización de la oposición.
Las fuerzas antifranquistas democráticas intentaron sumar esfuerzos, siguiendo el modelo de la Assemblea de Catalunya de 1971.
En julio de 1974 se formó la Junta Democrática, alentada por el PCE de Carrillo, con la vista puesta en la ruptura democrática a través de movilizaciones. Sin embargo, en junio del 75 se formó con las formaciones que no estaban de acuerdo con el PCE la Plataforma de Convergencia Democrática.
Los estertores del régimen.
Los últimos meses del franquismo fueron críticos y parecieron rememorar sus peores momentos. Los grupos ETA y FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota) cometieron diversos atentados y el 27 de septiembre de 1975 se fusiló a tres miembros del FRAP y a dos de ETA.
Las últimas ejecuciones del franquismo causaron una honda impresión. Se desoyeron las peticiones de clemencia de Pablo VI. Luis Eduardo Aute compuso la popular Al Alba. Los embajadores de distintos países europeos abandonaron Madrid y en la plaza de Oriente se organizó una nueva concentración a favor de Franco, que al poco volvería a ser hospitalizado.
Contra aquella España en ebullición lanzó el sultán de Marruecos Hassan II la Marcha Verde, en la que civiles marroquíes irrumpieron en el territorio español del Sahara Occidental, donde actuaba el independentista y socialista Frente Polisario, aliado de la Argelia pro-soviética. Estados Unidos, temeroso de la pérdida del control aéreo del territorio por la situación española, dio luz verde a la operación. Aunque don Juan Carlos dio ciertas seguridades a los españoles del allí, no autorizó que el ejército abriera fuego y España se avino al acuerdo, cediendo el Norte a Marruecos y a Mauritania el Sur. El Frente Polisario lo rechazó tajantemente y prosiguió su resistencia desde el Sur, abandonado de facto por los mauritanos. El conflicto del Sahara Occidental todavía perdura.
El 20 de noviembre de 1975 murió Franco, una de las más controvertidas figuras de nuestra Historia, que gobernó desde la Guerra Civil con un enorme poder. España se enfrentaba al reto de no volver a caer en las tragedias de su amarga Historia Contemporánea.
Para saber más.
Abdón Mateos y Álvaro Soto, El final del franquismo, 1959-1975. La transformación de la sociedad española, Madrid, 1997.
Gabriel Tortella, El desarrollo de la España contemporánea. Historia económica de los siglos XIX y XX, Madrid, 1994.