EL BABEL DE LOS ESTADOS FALLIDOS Y DE LAS TORRES QUE AMENAZAN RUINA. Por Antonio Parra García.
En el 2006 el director de cine mexicano Alejandro González Iñárritu nos deleitó e hizo reflexionar con su notable Babel, en las que las vidas de varias personas terminaban conectadas desde Marruecos a Japón con independencia de su condición. Quizá sea una de las mejores definiciones de la globalización, en la que todos los internautas pueden sumar sus esfuerzos para concienciar sobre los problemas de nuestro mundo con algo tan honrado como la hora del planeta.
De una Tierra que vive horas inquietantes no solo en lo climático. A día de hoy un soldado no termina de dar crédito a la tregua en Siria, a una niña le rasuran la cabeza en el campo de Idomeni para evitar los piojos, un policía acaba de participar en la detención de un temible terrorista en Bruselas, un joven universitario español compra un billete de avión para Gran Bretaña y un presidente de los Estados Unidos se prepara para visitar La Habana.
Entre ellos no parece existir relación, pues cada uno vive en su mundo más o menos encapsulado. A la niña le separa del presidente algo más que una larga mesa de invitados. Sin embargo, las conexiones existen.
En la fase final de su presidencia, Obama deja unos Estados Unidos crispados, donde las tensiones socio-raciales parecen haber subido de tono, y poco comprometidos a intervenir en varias regiones del planeta. La maniobra cubana ha alzado una gran polémica entre los estadounidenses, pero ha servido para aislar diplomáticamente a la Venezuela de Maduro, coincidiendo con el pinchazo de los nuevos populismos en Argentina y Brasil. Al boliviano Evo Morales este ambiente adverso también le ha pasado factura.
Mientras en Iberoamérica Washington parece encarar una buena racha, aparentemente, en el Norte de África y Oriente Próximo la primavera árabe ha concluido en una sucesión de Estados fallidos, que prolongan los problemas del Asia Central que hace unas décadas fue soviética. El integrismo ha descargado con brutalidad toda su violencia y ha obligado a muchos a huir, como si se tratara de una nueva edición de las invasiones de los hunos o de los mongoles. Estados Unidos, escarmentado por su intervención en Irak (tan evocadora de Vietnam), ha preferido retirarse y ha permitido a una Rusia expansiva, eufórica tras la anexión de Crimea y la guerra con Ucrania, volver a participar en el gran juego. Entre tanta incertidumbre, Irán procura rehacer sus relaciones internacionales y presentarse con una imagen más moderada, pese a las estatuas vaticanas, y Egipto y Turquía sacan cabeza lo mejor que pueden.
En torno a Troya, entre Turquía y Grecia, los europeos vuelven a jugarse su destino. La falta de visión estratégica de los altos responsables de la Unión Europea ha apretado en exceso a los griegos y ha ido dando largas a la integración turca, cuando los tiempos de Mehmet II ya están más que pasados. Aquí el gran responsable ha sido el gobierno alemán, que naufraga entre el exceso y el defecto. Mientras la xenofobia crece en Alemania, haciendo temer el resurgimiento del nazismo. La amenaza de la ultraderecha también se cierne sobre Francia y Gran Bretaña somete a referéndum su pertenencia a la UE, en vías de gran Estado fallido. La Europa social se descarna y va dejando un esqueleto de acuerdos arancelarios. A sus puertas se agolpan miles de seres humanos que pueden terminar siendo, si es que no lo son ya, vasallos de las más repulsivas organizaciones delictivas.
Los grandes han destrozado a los chicos y ahora los escombros caen sobre sus cabezas. Los refugiados que huyen del infierno no se encontrarán en muchos casos, por desgracia, un paraíso en Getafe. Aquí, en la Europa cruzada por tantos pueblos, muchos jóvenes no ven porvenir. Nuestro futuro se vuelve incierto con ellos a golpes de paro y falta de expectativas.
La Torre de Babel, orgullosa con desdén, amenaza una vez más con derrumbarse sobre los pueblos que hablan lenguas tan distintas entre sí. Nuestra común humanidad nos tendría que hacer reflexionar sobre el hoy del Oriente Próximo y el posible mañana del África Subsahariana, sin hacernos olvidar el no lejano ayer de la Europa del Este. Sería bueno que todos tuviéramos la visión amplia de Alejandro González Iñárritu diez años después.