EL ARMAMENTO DEL GUERRERO IBERO. Por Verónica López Subirats.
En las esculturas de los iberos meridionales encontramos representaciones de combates que quizá tuvieran más de idealización que de realidad, posibles figuraciones de relatos épicos que todavía no conocemos. En la Grecia de los siglos V al III antes de Jesucristo se representaron con asiduidad escenas de la Ilíada, donde se primaba el combate individual. Sin embargo, los griegos ya combatían en grupos de formación cerrada y es posible que algo muy similar se diera en Iberia.
El análisis del armamento recuperado en las excavaciones arqueológicas es crucial para entender la evolución de las formas de guerrear de los iberos.
Al principio hicieron un generoso uso de las lanzas de hierro y de la jabalina, lo que sugiere la práctica del combate cuerpo a cuerpo propio de los campeones. Tras arrojar con variable fortuna la jabalina, se enzarzarían en la lucha individual hasta la victoria final.
Se impuso en consonancia el empleo de una espada capaz de aprovecharse de las distancias cortas en el fragor de los combates. Derivada de la machaira de los griegos, surgió la característica falcata o espada de hoja curva de buen acero, susceptible de convertirse en un auténtico sable de caballería.
Se desarrolló la protección de los guerreros con cascos, corazas y grebas de bronce o de cuero, además de escudos circulares, lo que sugiere a algunos autores como Quesada la aparición entre los iberos de formaciones de infantería de estilo hoplítico. El combatiente carecería de la agilidad de movimiento anterior, pero a cambio dispondría de una mayor capacidad de choque.
La escasa presencia en muchos yacimientos de arcos y flechas y hondas ha conducido a pensar que serían incompatibles con un estilo de vida aristocrático, que en la guerra se manifestaría a través de la caballería, reservándose a los miembros más pobres de la comunidad si damos por válidas las comparaciones con el mundo griego.
Los iberos fueron grandes jinetes capaces de montar sin silla, estribos y espuelas. Se ha sostenido que hasta el siglo III antes de Jesucristo las monturas servirían más para el transporte que para el combate en sí, dada la costumbre ibera de desmontar a la hora de luchar. De lo que no cabe la menor duda es de la capacidad de guerrear de los iberos, bien apreciada por otros pueblos de la Antigüedad.