EL ARGEL DE LOS PACHÁS CONTRA LA EUROPA CRISTIANA DEL XVII. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
En el concurrido Mediterráneo del siglo XVII, surcado por naves de muy variadas procedencias, la regencia otomana de Argel (dirigida por un pachá designado por el sultán) fue un poder temido por los pueblos de la Europa cristiana. Valencia, Cataluña, Languedoc, Provenza, Nápoles o Sicilia, entre otros territorios, vieron gravemente amenazadas sus costas por los corsarios argelinos. Sus localidades podían ser saqueadas y sus gentes cautivadas. La movilización de sus milicias resultó tan costosa como difícil, pues muchos vecinos carecían de aptitudes militares. Mientras en el continente se libraba la guerra de los Treinta Años, en el Mediterráneo se combatía denodadamente.
Se estima que en el XVII la ciudad de Argel llegó a tener más de mil personas libres, sin contar los numerosos cautivos. Algunos de éstos abjuraron o renegaron del cristianismo para convertirse en musulmanes. Los argelinos acostumbraron a emplear como capitanes de naves a los de origen inglés, flamenco o francés, mientras los de procedencia española e italiana eran dedicados especialmente a las tareas de construcción naval. La adopción de técnicas de procedencia atlántica benefició enormemente la efectividad de la flota argelina.
Regida por una minoría de dignatarios y militares otomanos, que debía atender los intereses de los influyentes armadores, la afluencia de moriscos españoles y la necesidad de alimentar a una población en aumento impulsaron el corso. La posibilidad que los cautivos pudieran hacerse con el dominio de su alcazaba, según se pensó en 1627, fue frustrada por las delaciones y las divisiones entre aquéllos.
Los informadores españoles estimaron que en julio de 1627 los argelinos habían enviado a la vuelta de Poniente unos cuarenta navíos redondos y una fragata, dejando en puerto treinta navíos y tres galeras. Se interesaban vivamente por la navegación del estrecho de Gibraltar, crucial para la carrera de Indias, y más de un rico comerciante inglés terminó cautivado en Argel.
Las disputas con la regencia otomana de Túnez no hicieron bajar la guardia de los españoles, que temieron en 1628 y 1629 la acometida de una armada de setenta bajeles, que quizá descargara contra el presidio de Orán con la ayuda del monarca de Fez. Desde Cartagena y Alicante también se tuvo temor de movimientos contra el litoral español, y la armada real se previno ante la posibilidad que los argelinos utilizaran Tetuán como base de operaciones en el Estrecho.
Desde Constantinopla se alentó el entendimiento entre Argel y Túnez. Tras las escaramuzas, los argelinos consiguieron reforzar sus defensas con cincuenta y seis cañones de bronce tomados a los tunecinos. Sin embargo, la expulsión en 1629 de los kulughlis, los hijos de los jenízaros con mujeres norteafricanas, provocaría en los años siguientes más de un contratiempo.
Los ataques corsarios, con todo, no decayeron, pues entre 1629 y 1634 se estima que solamente los franceses perdieron a manos suyas unos ochenta barcos (cincuenta y dos procedentes de puertos atlánticos) y cautivados 1.331 de sus marineros, de los que unos 149 abjuraron. Las pérdidas del comercio francés se han estimado en unas 4.752.000 libras. La situación resultó tan preocupante que Luis XIII intentó negociar en 1634, enviando al capitán Sansón La Page, pero al año siguiente no tuvo más remedio que formar una flota contra las naves argelinas, que en julio amenazaron Marsella. Desde la isla de If se abrió fuego contra aquéllas.
La depredación de una Mesina que celebraba sus concurridas ferias y el apresamiento de hasta 700 personas en Calabria inclinaron en agosto de 1636 al virrey de Nápoles, el conde de Monterrey, a pedir ayuda a los caballeros de Malta, grandes adversarios de los argelinos. Las incursiones alcanzaron en 1637 la valenciana Calpe, capturando más de 300 personas, y Cerdeña, en la que apresaron hasta 500. Córcega y Sicilia también padecieron sus asaltos.
A partir de 1638, los gobernantes de Argel tuvieron que encararse con la rebelión de las kabilas de Constantina, que se negaban a pagar tributo, mientras el sultán otomano requería sus fuerzas navales para luchar contra Venecia. En agosto de aquel año libraron la batalla de Valona, en la costa albanesa, veintiocho galeras venecianas contra dieciséis galeotas de Argel (seis de procedencia tunecina). Los venecianos se impusieron, y la derrota argelina afectó a sus relaciones con Constantinopla, en un momento de dificultades internas. La peste acabó entre 1640 y 1643 con la vida de unas 30.000 personas en territorio argelino.
Con todo, se esperó en 1642 un ataque suyo a gran escala en el reino de Valencia, que se encontraba falto de compañías de caballería, a la par que se libraban importantes combates en el frente catalán. El reino de Nápoles fue incursionado en 1644, cayendo en sus manos 4.000 personas, sin que las galeras napolitanas ni toscanas se decidieran a acometerlos.
Los caballeros de Malta proseguían al mismo tiempo su lucha contra ellos y los turcos. Las naves que apresaban las conducían a la Creta veneciana en 1644, provocando las iras del sultán, que ordenaría la invasión de la isla al año siguiente. Entonces Malta se preparó para lo peor, y el gran maestre Jean-Paul de Lascaris-Castellar convocó a los suyos. Al final, todo quedó en una tentativa de desembarco en la isla de Gozo, quizá porque los argelinos no quisieran arriesgar una nueva derrota.
En 1649, en plena guerra contra el poder turco, los venecianos se alarmaron ante el ofrecimiento otomano de paz a España, cuyos dominios italianos se verían libres de ataques corsarios. Incluso se barajó que una hija del sultán se casara con don Juan José de Austria, llevando por dote Argel y Túnez. El ofrecimiento pronto se desvaneció.
La actividad argelina no cedió en años sucesivos. En 1651, depredaron sus corsarios la costa valenciana desde la isla de Tabarca al cabo Martín, y en 1655 el virrey de Valencia alertó de una armada de cuarenta navíos, veinte fragatas y siete galeotas, que quizá se dirigiera contra Benicarló.
En 1659, se derrocó por los aghas el poder del pachá designado por el sultán otomano, que tuvo que avenirse al gobierno de Argel por un dey más autónomo. En la Historia mediterránea, el cambio no fue decisivo, pues el empuje de la Europa cristiana no detuvo a los corsarios argelinos en las décadas siguientes.
Fuentes.
ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN.
Consejo de Aragón, Legajos 0556 (nº 029), 0559 (nº 005), 0562 (nº 011), 0587 (nº 025) y 1357 (nº 028).