EL ARCHIDUQUE CARLOS COMO CARLOS III DE AUSTRIA.
“Son conocidos en todo el mundo los derechos irrefragables, que por leyes de justicia y vínculos de sangre, nos constituyen y proclaman el rey legítimo y dueño natural de toda la Monarquía de España, por haber fenecido su reinado, pasando a mejor vida, don Carlos Segundo, nuestro tío y señor (que está en el Cielo), sin dejar descendiente heredero a la Corona.
“Saben además todos los dilatados viajes de mar y tierra, las trabajosas marchas y operaciones que hemos ejecutado, no solo para ponernos en la posesión de los reinos, que la divina providencia ha cometido a nuestro cargo y cuidado, pero principalmente para libertar la nación española de la lastimosa opresión y servidumbre que padece por la violenta intrusión del duque de Anjou, y confiamos de haber acreditado por nuestros desvelos, obras y palabras, la suma compasión y sentimiento que inquieta nuestro real pecho de ver abatido por largas e imponderables asechanzas de la ambición francesa el antiguo lustre de España, de mirar detenidos en ignominiosa esclavitud, que aquellos gloriosos predecesores de nuestra augustísima casa consideraron como hijos engendrados de su paternal afecto, alimentándolos con la liberalidad de innumerables mercedes y rigiéndoles como libres con el solo precepto de cariñoso cumplimiento de sus obligaciones.
“Considerando juntamente vituperado el cetro español, que manejaron nuestros progenitores en los siglos pasados con inmortal gloria, haciéndole formidable a todos los enemigos, como también menospreciado por la altivez francesa el nombre español. Reverenciado siempre de todas las naciones, se halla impensablemente empeñada nuestra real autoridad y cariño que debe a la nación española de aplicar los esfuerzos de las armas para procurar la restauración y seguro goce de su libertad, fueros y privilegios, atropellados en todas partes del usurpador de nuestra Corona.
“Y son tan singulares las asistencias que nos otorga la poderosa mano de Dios para adelantar nuestra justa causa, que no solo hemos conseguido redimir del intolerable yugo de Francia la fidelísima nación catalana. Pero logrado el consuelo de mantenerla en nuestro suave dominio, precisando al duque de Anjou, que con ejército poderoso de Francia ponía el sitio por mar y tierra a esta capital (Barcelona) a afrentosa retirada.
“Por lo que ofreciendo la divina providencia a mis vasallos españoles la ocasión de salir de su cautiverio, mediante los felices progresos que consiguen nuestras armas y ejércitos de nuestros aliados en una y otra parte, y quedando resueltos de adelantarnos, cuanto antes, hacía nuestra real silla de Madrid para acabar las calamidades y desastres de la presente guerra.
“Esperamos no tardarán los restantes dominios de España en cumplir con su obligación y aclamar nuestro real nombre para merecer con nueva fineza el olvido de su pasada falta, y no pudiendo sufrir en adelante nuestra real dignidad la pertinacia de los ingratos o flojedad de los dudosos, hemos resuelto publicar este tercero y último monitorio, en cuya virtud mandamos y ordenamos a todos los virreyes, gobernadores, presidentes, alcaides, consejos y justicias, mayores y menores, como así mismo a los arzobispos, obispos, abades, prelados, cabildos y todos los eclesiásticos, a los grandes, títulos, caballeros nobles, ricos hombres y generalmente a todos nuestros vasallos que al presente se hallan en el continente de España nos reconozcan por su legítimo rey y señor natural.
“Dado en Barcelona, a los 24 de mayo de mil setecientos y seis años.”
Virginia León, Entre Austrias y Borbones. El Archiduque Carlos y la monarquía de España (1700-1714), Madrid, 1993, pp. 218-219.
Selección y adaptación de Víctor Manuel Galán Tendero.