EL ALBA DE LA CIVILIZACIÓN MESOPOTAMIA. Por Verónica López Subirats.

07.02.2015 11:48

                

                A mediados del séptimo milenio antes de Jesucristo las comunidades de agricultores neolíticas ya habían conseguido importantes logros en distintas áreas del mundo. El conocimiento del subsuelo y la creciente pericia técnica los conduciría a la invención de la metalurgia, en principio la del cobre, lo que ha dado pie a que algunos autores atentos a los objetos encontrados en distintos yacimientos hablaran de Edad del Cobre o Calcolítico.

                Hacia el 6.300 antes de Jesucristo grupos de agricultores se atrevieron a poner en cultivo una tierra pantanosa, cargada de peligros y de oportunidades, el curso inferior de los ríos Éufrates y Tigris, que todavía no constituían un delta. Con el tiempo se conocería aquella región de enfermedad y de feroces criaturas fluviales como la Baja Mesopotamia.

                Bajo una fuerte disciplina social se drenaron terrenos y se fue tendiendo una red de canales, convirtiendo el agua de contrario en aliado. Las nuevas comunidades comenzaron a gozar de buenas cosechas e incrementaron su producción de cerámica para atender a las necesidades de almacenamiento, conservación, transporte y elaboración. Destacaron unas piezas claras pintadas con decoración geométrica marrón. A tal desarrollo social los historiadores le han dado el nombre de cultura de El Obeid, en honor de uno de sus yacimientos arqueológicos más significativos.

                La abundancia de productos agrícolas y la carencia de muchas materias primas en una tierra arcillosa condujeron al anudamiento de relaciones de intercambio comercial con otras tierras, que se hicieron cada vez más regulares con el paso del tiempo. Se empleó con mayor eficacia la fuerza de carga y la capacidad de transporte de varias especies animales, lo que llevó a algunos grupos ganaderos aún nómadas a integrarse en esta nueva sociedad. Como los caminos terrestres muchas veces resultaban lentos, inseguros y caros se fue apostando por el transporte fluvial y el marítimo, embrión de hechos trascendentales.

                Los artesanos también ganaron peso, elaborando las susodichas cerámicas, mazas de barro cocido (los clavos acodados), hoces de arcilla, etc., acreditando un consumado dominio de las técnicas de cocción. La protección de los cultivos contra las alimañas y la de los habitantes de aquellas comunidades se conseguía con armas como unas características puntas de flecha. Durante la Edad del Bronce los cazadores todavía tuvieron una gran importancia en calidad de suministradores de recursos durante un mal año y de guardianes, propiciando la aparición de un grupo de guerreros especializados.

                Las cada vez más complejas comunidades de la Baja Mesopotamia se agruparon en poblados mejor estructurados, casi las primeras ciudades en atención a su nivel de organización. Junto a los domicilios ya aparecieron los primeros ejemplos de edificios monumentales que descollaron por encima de todo el conjunto, los templos que sustituyeron a anteriores puntos de culto.

                En Eridu y Tepe Gawra se erigieron con el ladrillo mesopotámico, que se convertirá en un habitual de las culturas de esta parte de Asia. Sobre una plataforma elevada que la separaba del nivel del suelo, una estancia se alzaba. Hacia el 4.600 antes de Jesucristo en los templos se dispusieron varias estancias una encima de la otra, accediéndose a ellas gracias a plataformas, prefigurando los futuros zigurats, la Torre de Babel.

                                            

                La religión lo empapaba todo al ofrecer a aquellas personas una cosmovisión. Las normas emanaron de sus principios y los sacerdotes adquirieron un protagonismo sobresaliente. De sus Dioses tenemos constancia arqueológica, localizándose en Ur unas angulosas estatuillas de cerámica de mujeres con cabeza de reptil. La diosa de la fertilidad de aquellas gentes tomaba formas propias del paisaje del país.

                La evolución social condujo hacia el 4.600 antes de Jesucristo a una nueva fase cultural, la de Uruk, en la que se consolidaría plenamente la sociedad urbana y aparecería la escritura, tan esencial para todos nosotros.