Un 10 de octubre de 1809, José I abolió la pena de horca en sus precarios dominios. Ordenó sustituirla por la de garrote vil, que sería aplicada sin distinción de clases. La horca era toda una institución de la justicia del Antiguo Régimen, y por erigir una pleitearon porfiadamente municipios y señores de toda laya.
Seguir su aplicación, no obstante, no fue grato. Y no precisamente por razones humanitarias.
En la ciudad de Valencia se convirtió en costumbre, en numerosas ocasiones convertida en una auténtica ley, que el portanveces o lugarteniente del gobernador general del reino acompañara al suplicio a los reos condenados a la horca.
Aquel cargo solamente era inferior en jerarquía al de virrey, y se consideró “indecente” que cumpliera tal cometido, pues en otros reinos de la Corona de Aragón no se procedía de tal modo. Así lo sostuvo don Luis Ferrer ante el Consejo de Aragón el 29 de abril de 1626.
Con su parsimonia y cautelas habituales, los consejeros decidieron deliberar y que el virrey mandara lo más conveniente al final. Ahorcar en toda su magnitud era una patata caliente que muchos no quisieron.
Fuentes.
ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN.
Consejo de Aragón, Legajos 0582 (038).