EDICTOS DE PACIFICACIÓN DE LAS GUERRAS DE RELIGIÓN.

03.09.2019 12:48

                                            LA PACIFICACIÓN DE LAS GUERRAS DE RELIGIÓN.

Los edictos de pacificación.

Judith Tirado Juanuix.

    Los estudios realizados sobre las Guerras de Religión europeas desarrolladas a lo largo del siglo XVI y principios del siglo XVII son muy numerosos y cuentan con importantes obras como Les Guerriers de Dieu. La violence au temps des troubles de religion (v. 1525–v. 1610) de Denis Crouzet o Histoire et dictionnaire des guerres de religion, 1559–1598 de Arlette Jouanna.  Por el contrario, las investigaciones centradas en la pacificación de estos conflictos no son, en comparación, tan abundantes. Además, hasta hace relativamente pocos años, ha sido una cuestión relegada a un segundo plano sujeta a otros problemas que la historiografía ha considerado más sustanciales. 

    El historiador jesuita Jospeh Lecler, en su gran obra Historia de la tolerancia en el siglo de la Reforma, analizó los edictos de pacificación que debieron servir para la resolución del conflicto confesional. En su estudio, este autor los observó en función del grado de libertad religiosa que concedían y responsabilizó de su fracaso a la mentalidad de la época que no admitía más que una religión en el Estado y, más concretamente en el caso de Francia, a la debilidad del poder real frente a los llamados partidos confesionales. Posteriormente, Henry Kamen apuntó que la deriva política del conflicto religioso y la búsqueda, por tanto, de una solución política, convirtieron la libertad religiosa en asunto también político. Con ello, ambos autores manifestaron su interés en las paces de religión por su relación con el desarrollo de la tolerancia y la libertad religiosa. 

    Como anunciábamos al principio, no es hasta finales de los años 90 cuando los historiadores empezaron a interesarse por las paces de religión como un tema específico. Uno de los primeros ha sido el historiador francés Olivier Christin con su obra La paix de religion centrada en Francia, el Sacro Imperio y la Confederación Suiza. Este autor define las paces de religión como acuerdos políticos, que dejaron de lado cuestiones dogmáticas y litúrgicas en pos del bienestar de la nación. Su nacimiento hay que situarlo dentro del contexto de guerras civiles derivadas de la ruptura de la unidad religiosa que hasta entonces había imperado en Europa. Ante la imposibilidad de establecer una paz universal que reconciliase a toda la cristiandad, se optó por una pax civilis, es decir, una paz interior promovida y garantiza por el Estado con el objetivo de restaurar el orden público y asegurar el bien común. En estos acuerdos no se reconocieron por igual las confesiones, pero se buscó la coexistencia pacífica entre ambas y el bienestar de todos sus miembros. La libertad de conciencia quedó difuminada por la prioridad que se dio al orden público y al respeto de la ley. De este modo, las paces no reconocieron la tolerancia ni la reconciliación religiosa tal y como había apuntado Lecler, sino que fueron sustituidas en favor de intereses políticos. Estas paces tuvieron que hacer frente a una serie de obstáculos que impidieron su buen funcionamiento. Christin sitúa el origen de estas dificultades en la formación de partidos políticoconfesionales con intereses propios y en el carácter temporal de la coexistencia, tomada como último recurso para frenar las hostilidades a la espera de la restauración de la unidad cristiana. Por otro lado, el autor señala que las paces de religión no mejoraron la situación de la minoría, pues sus miembros seguían teniendo todo tipo de restricciones a la hora de profesar su culto o ejercer sus derechos políticos. Por ello, el autor habla de la persistencia de una guerre minimale favorecida por una paix minimale cuyas disposiciones se aplicaban con carácter restrictivo, con el objetivo de debilitar a esa minoría confesionalmente distinta. Otro de los rasgos que el autor atribuye a los edictos de paz fue su ambigüedad y la enorme diversidad de interpretaciones que suscitaron, ambigüedades que el rey y sus consejeros en Francia o el Tribunal de la Cámara Imperial en el Sacro Imperio, ambas instituciones centrales de sus respectivos Estados, tuvieron que estar constantemente aclarando y, en el caso de Francia, adaptando a las circunstancias. Por último, dado que no impidieron el regreso a las hostilidades, la coexistencia pacífica que sancionaron las paces fracasó. No obstante, según Christin, contribuyeron de forma clara a la afirmación del Estado central como único garante de la paz y del bienestar de la nación. 

    El caso más estudiado por los historiadores interesados en el fenómeno de las Guerras y Paces de Religión ha sido Francia, sobre todo por la crueldad de algunos episodios allí acontecidos, por su extensa duración y por la cantidad de edictos que se sancionaron. En Francia, los edictos de paz fueron la forma que encontraron los monarcas de la Casa de Valois para pacificar el reino y proteger el Estado. El primero de todos ellos fue el Edicto de Amboise, firmado en 1563, que reconocía la libertad religiosa y de culto a católicos y hugonotes. Según los autores clásicos, la debilidad del poder real a la altura de 1563 imposibilitó la aplicación del edicto y el desarrollo de la política de tolerancia civil promovida por Catalina de Médicis y continuada por su hijo Carlos IX. Dicha política se vio momentáneamente interrumpida durante los hechos de la fatídica noche de San Bartolomé (1572), en la que tuvo lugar la matanza de miles de hugonotes. Tras este episodio, los políticos, defensores de la libertad religiosa con fines estatales, fueron aumentando su influencia, la cual se dejó sentir en la proclamación de edictos cada vez más tolerantes, como por ejemplo el Edicto de Beaulieu (1576), que concedía libertad de culto sin restricciones a excepción de París, y sobre todo, el Edicto de Nantes (1598), firmado por Enrique IV de Navarra con el que se ponía fin a uno de los periodos más sangrientos de la historia de Francia. 

            

    Más recientemente, Christin deja un poco de lado la cuestión sobre las libertades religiosas que fueron proclamando en mayor o menor los diferentes edictos de pacificación, para centrarse en cómo la monarquía francesa trató de hacerlos efectivos. De esta manera, el autor destaca que en el caso de Francia no fueron las cortes soberanas las que intervendrían para facilitar el desarrollo y la aplicación de los edictos, sino el rey, que encarnaba el interés general del reino y era, por tanto, el único que podía imponer la paz. Para ello, tal y como afirma Christin, la monarquía necesitaba disponer del poder fuerte que sancionaba el Edicto de Amboise, que reconocía su imparcialidad con respecto a los partidos. Sin embargo, pronto, y en concreto a raíz de la noche de San Bartolomé, salieron a la luz las dificultades que existían para poner en práctica las disposiciones de los edictos de pacificación: en primer lugar, la parcialidad del rey y de su consejo y su debilidad a la hora de imponerse por encima de los partidos; en segundo lugar, la contradicción existente entre libertad de conciencia y libertad de culto limitada que sancionaban los edictos, algo difícilmente comprensible en una sociedad en la que la religión pública jugaba un papel tan importante. Con respecto al Edicto de Nantes, Christin lo entiende como la culminación de un proceso iniciado en 1563 con el Edicto de Amboise que nada tiene que ver con el triunfo de la tolerancia sino con la coexistencia pacífica. No sin reservas y dejando siempre abierta la posibilidad a recuperar la unidad religiosa, la división confesional acabaría por ser asumida gracias a la reformulación de las relaciones entre la política y la religión que se había producido a lo largo de todo el periodo de pacificación. Como resultado, tuvo lugar la separación entre la esfera privada, en la que los individuos, como creyentes libres, podían elegir su religión; y la pública, donde los ciudadanos tenían la obligación de obedecer y someterse a las leyes del Estado. La consecuencia última de estas disposiciones fue, por tanto, el refuerzo del Estado, que quedaba por encima de los partidos confesionales, pues profesar una religión diferente a la oficial no eximía a los ciudadanos políticos de obedecer las leyes. De este modo, la tolerancia podía existir, pero siempre que los individuos cumpliesen con las leyes que el Estado sancionaba con el objetivo de garantizar la paz, el orden público y el bienestar de todo el reino. 

    Como no lo son las Guerras de Religión, las Paces tampoco son un tema exclusivo de la historia de Francia, sino compartido por varios de los países que igualmente se vieron afectados por la división confesional. El proceso más temprano lo observamos en la Confederación Suiza, donde las Paces de Kappel (1529-1531) establecieron que cada cantón elegiría su confesión, anunciando el principio cuius regio eius religio que posteriormente regiría la Paz de Augsburgo (1555) en el Sacro Imperio. Dos décadas después, en Polonia, aprovechando un vacío de poder, los nobles polacos quisieron evitar un derramamiento de sangre, como los que estaban aconteciendo en otros lugares de Europa, a través de la Confederación de Varsovia que estableció la libertad religiosa de la nobleza de manera oficial. 

    A pesar de la variedad de casos y situaciones que se pueden estudiar dentro del fenómeno de las Guerras y Paces de Religión, los historiadores coinciden en que la pacificación fue un proceso largo y complejo, que se sucedió a un ritmo diferenciado entre los distintos países afectados las luchas confesionales. Cada estado buscó sus propias vías para poner solución al problema religioso, pues las circunstancias políticas y sociales de cada uno hacían inaplicables las medidas tomadas por el resto. No obstante, lo común a todos fue el recurso a una solución política para un problema a priori religioso a través de los edictos de pacificación, acuerdos políticos, promovidos y garantizados por el Estado con el objetivo de reestablecer y garantizar la paz, el orden público y el bienestar común. Así, las paces no fueron edictos de tolerancia ni de reconciliación religiosa, pues su meta fue la de articular la coexistencia civil entre diferentes confesiones dentro de un mismo marco político. 

    Bibliografía.

    CHRISTIN, Olivier, La paix de religion: L'autonomisation de la raison politique au XVIe siècle, Editions du Seuil, Paris, 1997.

    ELLIOTT, John H., La Europa dividida: 1559-1598, Siglo XXI, Madrid, 1988.

    FEDOROWICZ, Jan Krzysztof (ed.), A Republic of Nobles, Cambridge University Press, Cambridge, 1982.

    KAMEN, Henry, Los caminos de la tolerancia, Guadarrama, Madrid, 1967.

    LECLER, Joseph, Historia de la tolerancia en el siglo de la Reforma, Tomos I-II, Editorial Marfil, Alcoy, 1969.

                                          

Retrato de Enrique IV, considerado el gran restaurador de la paz y del reino de Francia por sus contemporáneos, flanqueado por dos figuras alegóricas de la Justicia y la Prudencia.