“En este tiempo, cierto monje llamado Sigfrido, muy devoto de la salvación de las almas que le habían sido confiadas, como cura de la parroquia de Holm se consagró al servicio de Dios día y noche y se ganó a los livonios por su ejemplar modo de vida. Tras dilatados esfuerzos Dios le dispensó un final honroso y falleció. Un grupo de neófitos llevó su pequeño cuerpo entre lágrimas a la iglesia según la costumbre de los creyentes. Como si de hijos por su bien amado padre se tratara, le hicieron un sarcófago de madera noble y descubrieron que una de sus tablas era un pie más corta. Consternados, buscaron durante tiempo la pieza de madera más apropiada. Dispuesta en el sarcófago, introdujeron su cuerpo y comprobaron que la tabla no había sido alargada por medio humano sino por don divino al corresponder perfectamente. Los exultantes parroquianos arrojaron la tabla inútil, lo sepultaron a la costumbre de los creyentes y dieron gracias a Dios por sus milagros a través de los santos.”
Enrique de Livonia o el letón, Crónica de Livonia (datada en 1224-27). Edición de Jean-Pierre Minaudier, L´Harmattan, París, 2007.
Selección y traducción al castellano de Víctor Manuel Galán Tendero.