DOCUMENTO HISTÓRICO. Los esclavos de los escitas.
“Los escitas sacan los ojos a todos sus esclavos a causa de la leche, su bebida, que obtienen así: emplean unos canutos de hueso muy parecidos a una flauta, los meten en las partes naturales de las yeguas, y soplan por ellos; al tiempo que unos soplan otros ordeñan. Dicen que lo hacen por este motivo: al inflarse de viento las venas de la yegua, sus ubres se relajan. Después de ordeñar la leche, la vierten en unos cuencos de madera, colocan alrededor de ellos a los ciegos, que baten la leche, y lo que sobrenada lo recogen y lo tienen por lo más precioso; estiman en menos el fondo. Por este motivo los escitas sacan los ojos a cuantos atrapan, pues no son labradores, sino pastores.
“Así fue como de esos esclavos y de esas mujeres había nacido una nueva generación, que luego de conocer su origen, salió al encuentro de los que salían de Media. Ante todo, aislaron la región abriendo un ancho foso que iba desde los montes Taúricos hasta la laguna Meotis, en el punto que es más vasta; y luego, allí acampados, combatían contra los escitas que se esforzaban por penetrar. Trabóse la batalla muchas veces, como los escitas no podían sobreponerse en los combates, uno de ellos dijo así: “¡Qué estamos haciendo, escitas! En combate con nuestros esclavos, si nos matan disminuye nuestro número, si los matamos disminuye el de nuestra servidumbre. Ahora, pues, me parece que dejemos nuestras picas y arcos y que tome cada cual el látigo de su caballo, y avance hacia ellos; pues en tanto que nos veían con las armas en la mano, creían ser iguales a nosotros y de igual linaje. Pero cuando nos vieren con el látigo y no con las armas, verán que son nuestros esclavos, y sabido esto no nos harán resistencia.”
HERÓDOTO, Los nueve libros de la historia, Libro IV, 2-3. Edición prologada por Jorge Luis Borges, Orbis, Barcelona, 1987, pp. 278-279 del primer volumen.