DOCUMENTO HISTÓRICO. La resistencia griega tras la toma de la acrópolis por los persas.
“Jerjes, totalmente apoderado de Atenas, despachó a Susa como mensajero un jinete para anunciar a Artabano el presente éxito. Al día siguiente de despachar el mensajero, convocó a los desterrados de Atenas que lo seguían y les ordenó que subiesen a la acrópolis e hiciesen sacrificios según su rito, ya encargase esto por alguna visión que hubiese tenido en sueños, ya porque le pesase haber quemado el templo. Los desterrados de Atenas cumplieron el encargo.
(…)
“Cuando se anunció a los griegos que estaban en Salamina cuál era el estado de la acrópolis de Atenas se alborotaron tanto que algunos generales ni aguardaron a que se decidiera el asunto propuesto, se precipitaron a las naves y alzaron las velas para partir a toda prisa; entre los restantes se decidió dar el combate delante del istmo. Al caer la noche, levantaron la sesión y se dirigieron a las naves.
“En ese momento, cuando Temístocles llegaba a su nave, Mnesífilo, un ateniense, lo interrogó sobre lo que habían decidido. Enterado por él de que se había resuelto llevar las naves al istmo y dar batalla delante del Peloponeso, dijo: “Pues si las naves se apartan de Salamina, ya no tendrás patria por la que combatir. Cada cual se volverá a su ciudad, ni Euribíades ni nadie podrá detenerlos y el ejército se dispersará. Perecerá Grecia, pues, por su imprudencia…”.
HERÓDOTO, Los nueve libros de la historia, Libro VIII (54, 56-57). Edición con prólogo de Jorge Luis Borges, segundo volumen, Barcelona, Ediciones Orbis, 1987.
Selección de Víctor Manuel Galán Tendero.