“Quiero también exponer los convenios que Licurgo hizo entre el rey y la ciudad; ésta es, en efecto, la única magistratura que continúa tal como se instituyó al principio; a las demás constituciones, sin embargo, se las puede encontrar cambiadas e, incluso, cambiando ahora todavía. Dispuso que el rey hiciera todos los sacrificios públicos en nombre de la ciudad, como descendiente de un dios, y tomara el mando del ejército, adondequiera que la ciudad le enviara. Le dio también el privilegio de recibir parte de las víctimas del sacrificio y le asignó en muchas de las ciudades vecinas tierra escogida suficiente, de forma que ni careciese de lo normal ni se excediese en riqueza. Para que también los reyes vivieran fuera, les asignó una tienda pública, y honró con una ración doble en la comida, no para que comieran el doble, sino para que pudieran también con ello honrar a quien quisieran.”
JENOFONTE, La república de los lacedemonios. Edición de Aurelia Ruiz Sola en Las constituciones griegas, Ediciones Akal, Madrid, 1987, pp. 147-148.
Selección de Víctor Manuel Galán Tendero.